Luego de 30 primeros capítulos repartidos en tres temporadas, la serie británica «The Crown» -sobre las ocho décadas de la reina Isabel II- necesitaba inexorablemente referirse a la Guerra de Malvinas, y esa oportunidad llegó el último domingo.
La temporada 4 de «The Crown» recurre nuevamente a dos actrices sobresalientes: Olivia Colman, como la monarca, y agrega a Gillian Anderson en el rol de la «primera» primera ministra británica mujer de la historia, Margaret Thatcher. Ambas protagonistas chocan con las flemas acordes a sus lugares de poder cuando la monarca debe recibir los embates de una sociedad en su mayoría refractaria de la política que intentó y logró desahuciar por largo tiempo a la clase trabajadora.
El episodio bélico que enfrentó a la Argentina con el Reino Unido por la soberanía de las Islas Malvinas tuvo lugar en 1982, cuándo la última dictadura cívico militar -en ese momento encabezada por el general Leopoldo Fortunato Galtieri- planificaba salir de su propia crisis terminal recuperando sorpresivamente las usurpadas islas del Atlántico Sur.
La trasnochada decisión forzó a que miles de soldados conscriptos de todo el país, de la noche a la mañana, fueran forzados a trasladarse a las Islas con una misión que, de alguna forma, prometía un final trágico.
Todos estos pormenores no aparecen en la serie británica que emite Netflix, pero sí están sintetizados en dos episodios de la reciente cuarta temporada. Parte de esas dos horas del relato tienen como eje el cómo repercutió en la corona, incluso en su intimidad, la última guerra que hasta ahora tuvo como protagonista al imperio británico.
Atención: de aquí en más es inevitable recurrir a spoilers.
En verdad, el guión de la serie se refiere a Malvinas como un hecho que sorprendió a la entonces primera ministra Margaret Thatcher, que por entonces estaba haciendo frente a una de sus peores crisis políticas y, en particular, por su forma de encarar la problemática social de su país. Y a cómo supo capitalizar el tropiezo como un ocasional triunfo patriótico.
Los episodios 4 y 5, como todos los de esta brillante producción escritos por Peter Morgan, titulados respectivamente «Favourities» («Favoritos») y «Fagan» (curiosamente los dos con iniciales F, igual que Faklands), dedican una mirada breve pero a la vez muy rica y reflexiva a propósito del conflicto austral, que comienza a los 8 minutos del primero, cuando un grupo de personas desembarcan en el puerto de la isla de San Pedro, donde hablan en un español más o menos argentino, izan un pabellón nacional y pintan en la fachada de un improvisado cuartel en medio de cierta bulla triunfalista, la frase «Las Malvinas son argentinas».
Velozmente un grupo de agrimensores falklanders los enfrentan exigiéndoles que arríen el estandarte, de cara al grupo que le responde con el un efusivo Himno Nacional.
Poco después, Thatcher recibe la noticia de que «un grupo de chatarreros» invadió las Islas, lo que genera una inmediata reacción de ira más allá de que la primera ministra estaba en verdad preocupada por la desaparición de Mark, su hijo preferido, en Argelia conduciendo un vehículo del Rally París-Dakar.
Frente a la posibilidad de ser criticada por la pérdida de muchos millones de libras en una guerra con desconocidos y no poder sobrevivir a al maltrato de la opinión pública que preocupa a sus ministros, les responde con un contundente «no sobreviviremos no ir a la guerra».
También, y haciendo un paralelo con la desaparición de su hijo en otro país (y aquí pesa el ingenio del guionista), insiste: «Nuestra gente lejos de casa está en peligro».
En este episodio y consecuente con él título, la monarca se ocupa por descubrir cuál de sus cuatro hijos es el preferido, sosteniendo encuentros prearmados con cada uno de ellos incluso con Andrés que sigue la carrera militar y está dispuesto a ir a pelear por la soberanía británica de las islas.
Sin embargo, y frente a las idas y venidas en el Gabinete en cuanto a la conveniencia o no -por una cuestión de costo-beneficio de la contienda, en principio-, el episodio culmina con la partida del HMS Invencible con rumbo al archipelago del Atlántico Sur. «Vuelvan sanos y salvos», dice el locutor que transmite por TV.
El episodio 5, titulado «Fagan», aborda la historia que tuvo como protagonista a Michael Fagan, obrero de la construcción desocupado que intenta sin éxito obtener algún tipo de respuesta del Estado a su situación de pobreza y al matrimonio fracasado al que se resiste a renunciar.
Personaje que realmente existió (más allá de parecer tomado prestado a una película de Ken Loach), decidió que el último recurso era «visitar» a la monarca y no tuvo mejor idea que hacerlo de manera furtiva y nocturna en el Palacio de Buckingham, trepando a terrazas e inclusive rompiendo la ventana de un altillo- Una vez en la recámara real, tendrá una conversación tan breve como memorable con Isabel en dónde le planteará la naturaleza reaccionaria y «primer-ministerialista» del gobierno de Thatcher, la miseria a la que está llevando a su pueblo tras la privatización de empresas estatales, a lo que sumará la inutilidad de la guerra que despilfarró 3.000 millones de libras de las arcas del Estado.
El final de este episodio con Isabel II y su cónyuge, Felipe de Edimburgo, frente a un televisor donde se ve a la primera ministra festejando la victoria en la guerra con Argentina por las calles de Londres, es una perfecta síntesis de la amplia crítica que los mismos británicos, incluso ahora con esta biopic (como tantas otras con dosis de ficción), después de tantos años exhiben como conclusión.
La realidad es que Thatcher, a pesar de la mirada algo cuestionadora de la monarca -de acuerdo a esta interpretación de Netflix-, según las reglas de esa democracia parlamentaria siguió en su cargo siete años más.
La televisión británica repasa así un momento clave de las historias tanto de el Reino Unido como de la Argentina, a su manera, pero no deja de darle el peso y el significado que más allá del hecho en sí mismo tuvo en la política. Y abre la polémica.