Antes era prácticamente un amigo más, el hombre que nos cuidaba en una esquina, se le convidaba mate y se le sacaba conversación para hacer más amenas sus largas horas de servicio. Un servicio que cumplía a rajatabla llueva, truene o el sol queme la tierra. Hoy, en cambio, ese respeto y, sobre todo, esa empatía cambió y ahora ya no es más el policía del barrio sino el “cobani”, “la gorra”, “el vigilante” o “el milico”. ¿Qué pasó en el medio? ¿Qué factores incidieron para que la sociedad, en términos generales, perdiera el respeto por la autoridad?
90líneas.com intentó responder esas preguntas analizando la cuestión desde dos bastiones diferentes y con miradas, por ende, contrapuestas.
Por un lado, Alejandro Terriles, secretario de la Asociación de Sociólogos de la República Argentina y presidente del Consejo de Profesionales en Sociología de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, apuntó a diversos temas, entre los que se destacan la corrupción, el precario salario que cobran los agentes de la ley y la falta de preparación.
“Plantearía los términos no como un absoluto sino como una multicausalidad”, le contó a este medio, y en ese sentido agregó: “No hay un solo punto que pueda explicar el complejo fenómeno de la Policía en el contexto del Estado. Es una fuerza legitimada dentro del Estado, tiene una función social y está para garantizar el orden jurídico y cumplir con lo que el sistema le requiere. A lo largo del último tiempo en Argentina, y particularmente a partir del llamado Proceso de Reorganización Nacional (dictadura), perdió mucha credibilidad como institución producto de la corrupción y de haber participado en numerosos casos de gatillo fácil, además de estar asociado a redes delictivas en algunos casos. Todo eso mechó socialmente la autoridad de la Policía y en las encuestas de opinión pública queda en manifiesto, en general, que la institución policial es bastante cuestionada”.
Los valores caseros, ausentes
Yendo al recuerdo del agente de antaño, Terriles añadió que “cuando se pensaba en el Policía como el amigo, que estaba en el barrio, era una sociedad no tan compleja como la actual, una sociedad casi de transición. Ese imaginario social alrededor del Policía que está y acompaña tiene que ver con un momento de la sociedad argentina. La misma se complejizó mucho a partir de los procesos de urbanización, de industralización y los fenómenos asociados como la pobreza. Eso cambió el orden de las cosas, y por lo tanto una institución de estas características perdió esa mirada».
Alejándose de esa visión, un comisario platense de largo recorrido y que cumplió con altos cargos en la fuerza bonaerense, mencionó que la falta de respeto y código para con los uniformados es una cuestión de “precaria educación familiar”. Señaló que “todo arranca cuando no solo el padre, sino también la madre, tuvo que salir a trabajar por cuestiones económicas, quedando trunca la familia. Se perdió la familia, las conversaciones acerca del valor y el respeto. Los docentes pasaron a ser los educadores y también los educadores familiares, porque ya no está en la casa la figura de ambos padres”.
Sin embargo, no esquivó el bulto y recogió el guante de Terriles: “A eso sumale el descontento de la gente y la falta de credibilidad de la policía por los casos de corrupción, pero todo arranca con la familia, porque uno se educa primero en la casa”. Y culminó sentenciando: “Es muy triste que hoy nos vean con desconfianza y muchos civiles prefieran no denunciar un hecho delictivo por creer que nosotros formamos parte de las mismas bandas. Pero es una realidad: no todos denuncian y existen numerosas bandas de polichorros, con policías en activad”.
Sueldos, corrupción e impedimentos
“Para pensar en el ideal del policía bueno hay que extirpar la corrupción, es el principal elemento que explica los comportamientos criminales, el relajamiento del orden, el correrse de la norma. Es lo que no esperamos de la Policía: la ciudadania necesita resguardar su seguridad y su libertad individual, y para eso una fuerza de seguridad tiene que cumplir una función social. Ahora, si esa fuerza delinque y están basados en lineamientos represivos, ¿qué nos queda?”, opinó Terriles, y dijo: “Para tener una buena Policía, hay que tener una muy buena formación y muy buenos salarios. Tiene que ganar mucho dinero porque arriesgan bienes como la vida propia, y eso no ocurre. Lo poco que cobra y la falta de instrucción explica el desastre de la Policía y todo lo que sucede”.
Otro jefe de la Bonaerense también dio su parecido, sin estar del todo de acuerdo con su par: “El respeto a la Policía se perdió porque el uniformado está impedido para responder a cualquier agresión física o verbal. Antes, hará unas dos o tres décadas, convertirse en agente era difícil, con un entrenamiento más estricto. Hoy, la realidad es que los propios jefes te piden que consigas a alguien para sumar”. Claro que se encargó de destacar que el destrato ocurre en Argentina y en varias de las regiones latinoamericanas, pero no mucho más: “En la mayoría de los países, los policías, los gendarmes o los guardias son intocables y el solo hecho de insultar a uno de ellos, no digo ya golpear, acarrea serios problemas penales que hasta pueden derivar en una prisión efectiva. Andá a quitarle la gorra a un agente inglés o español”. Y, yendo por la línea de Terriles, finalizó argumentado que en Europa “la corrupción dentro del mundo policial no existe y se les paga lo que tienen que ganar. Un sueldo acorde a su función en la sociedad”.
Por último, un comisario inspector que da clases de Balística en una universidad criminalística argentina y que durante más de 30 años defendió desde adentro a la Bonaerense, afirmó que a sus alumnos intenta inculcarles que “la autoridad constituye esencialmente el atributo que tiene una persona de dar órdenes a través de la posición jerárquica que ocupe. Se supone que esas órdenes deben ser acatadas en un contexto en entendimiento entre un ser superior y sus subordinados”, aunque admite que “en la sociedad actual, este concepto quedó olvidado. Se perdió el respeto a la autoridad y los hechos cotidianos hablan por sí solos. Las órdenes no solamente son desobedecidas, sino que surge a modo de respuesta y repudio agresiones verbales o físicas contra las autoridades”.