A veces, los espejos tienen la mala costumbre de devolvernos nuestra imagen tal cual es. A veces, esa imagen no nos gusta, nos incomoda, entonces miramos a un costado. Pero si cometemos el descuido de no mirar hacia delante, chocamos. Y cuando insistimos (¿patológicamente?) en posar la vista a uno u otro lado, chocamos hasta empezar a autodestruirnos. Eso ya no sería un descuido. Sería una elección.
Existe, desde el 29 de julio del año 2000, un espejo en el cual el país ha preferido no mirarse: el doctor René Gerónimo Favaloro. O, más concretamente, la carta que escribió “A las autoridades competentes” y que se halló, junto a otras seis con diferentes destinatarios, cuando se encontró su cuerpo sin vida tras el disparo que se pegó en el corazón cerca de las 16,45 de aquel día.
En el marco de la dura crisis que atravesaba al país, la Fundación creada por Favaloro no podía hacer frente a las deudas. ¿Por qué? Porque el eminente médico, inventor del bypass coronario que hasta hoy salva millones de vidas por año en el mundo y que fue calificado por The New York Times -uno de los periódicos más pretigiosos e influyentes del planeta, sino el más- como un “héroe mundial que cambió parte de la medicina moderna y revolucionó la medicina cardíaca”, se negó en forma tajante a entrar en el esquema de corrupción que dominaba y sigue dominando a sus anchas al sistema de salud argentino (y no solamente al de salud, claro está).
EL PRECIO DE SER HONESTO
“Es indudable que ser honesto en esta sociedad corrupta tiene su precio. A la corta o a la larga te lo hacen pagar”, sentenció el médico en su carta, donde contó que hasta sus más íntimos colaboradores le habían dicho que no fuese tan intransigente y que entrara en el sistema del “retorno” (coima) con las obras sociales en general y el PAMI.
Aquí no se pretende hacer una biografía del médico nacido en el barrio El Mondongo de la ciudad de La Plata, en el seno de una familia humilde y trabajadora, sino recorrer tramos centrales de esa carta que está tan olvidada, siempre en el fondo de algún cajón. Porque molesta leerla. Como molesta mirarse en un espejo fiel. En cambio así, mirando para un costado, en los últimos 20 años se siguió “avanzando” y chocando, una y otra y otra vez. Tanto que su sobrino mayor, Roberto Favaloro, dijo en una oportunidad que “si René ve la corrupción de hoy, se vuelve a pegar un tiro».
A propósito, consultado sobre los motivos que llevan a la sociedad argentina a tener siempre en un segundo o tercer plano a alguien que fue y es reconocido en el resto del mundo como uno de los médicos más importantes que hubo, Pablo Morosi, autor del libro «Favaloro, el gran operador» (Marea Editorial, 2020), le dijo a 90lineas.com que “a veinte años, la muerte de Favaloro nos sigue interpelando”.
“Por un lado, somos una sociedad que logró concebir una eminencia mundial como él, surgido de la educación pública, con el orgullo que implica pensar que es un egresado de la Universidad local, pero que, por otro lado, terminó por quitarse la vida denunciando el estado permanente de quebranto moral en que vivimos los argentinos”, subrayó el periodista y escritor.
Y continuó: “Es muy difícil meterse en la cabeza de un suicida, y seguramente juegan múltiples razones. Pero Favaloro dejó por escrito sus motivos: las deudas y el ahogo que sufría la Fundación. Al escribir, en sus cartas también describió al país y su abismo. Expresó su desazón frente a una Argentina ganada por la burocracia y la corrupción”.
“Al quitarse la vida, Favaloro dejó en esas cartas un enorme mensaje que, junto al simbolismo del tiro en el corazón, sigue siendo un espejo que no nos atrevemos a mirar, y mucho menos a asumir. Mientras no lo hagamos, todo seguirá más o menos como hasta ahora”, sentenció Morosi.
LA CARTA
El creador del bypass (o cirugía de revascularización miocárdica) que cada año salva unas 700.000 vidas solamente en Estados Unidos, comenzó su carta hablando de sus raíces.
En este punto vale recordar que en 1950, dos años después de recibirse en la Facultad de Medicina de La Plata, Favaloro sacrificó una precoz carrera en el Policlínico San Martín para ir al pequeño pueblo pampeano de Jacinto Aráuz, que se había quedado sin médico. Allí vivían sus tíos, quienes le pidieron si podía instalarse un tiempito a reemplazarlo: se quedó 12 años y desarrolló una obra que hasta hoy se recuerda en esa localidad y en toda la región.
“Si se lee mi carta de renuncia a la Cleveland Clinic (de EEUU, donde creó el bypass), está claro que mi regreso a la Argentina (después de haber alcanzado un lugar destacado en la cirugía cardiovascular) se debió a mi eterno compromiso con mi patria. Nunca perdí mis raíces. Volví para trabajar en docencia, investigación y asistencia médica”, empezó escribiendo en su tremenda carta de despedida.
Luego recordó “la primera etapa en el Sanatorio Güemes” donde “en lo asistencial exigimos de entrada un número de camas para los indigentes. Así, cientos de pacientes fueron operados sin cargo alguno”.
Siguió: “La mayoría de nuestros pacientes provenían de las obras sociales. El sanatorio tenía contrato con las más importantes de aquel entonces (1971 en adelante). La relación con el sanatorio fue muy clara: los honorarios, provinieran de donde provinieran, eran de nosotros; la internación, del sanatorio (sin duda la mayor tajada). Nosotros, con los honorarios, pagamos las residencias y las secretarias, y nuestras entradas se distribuían entre los médicos proporcionalmente. Nunca permití que se tocara un solo peso de los que no nos correspondían. A pesar de que los directores aseguraban que no había retornos, yo conocía que sí los había”.
A mediados de la década del 70 comenzó con su equipo a organizar la Fundación, con un “departamento de investigación básica (…), un Instituto de Cardiología y cirugía cardiovascular”. Y redactó “los 10 mandamientos que debían sostenerse a rajatabla, basados en el lineamiento ético que siempre me ha acompañado”.
“La calidad de nuestro trabajo, basado en la tecnología incorporada más la tarea de los profesionales seleccionados, hizo que no nos faltara trabajo, pero debimos luchar continuamente con la corrupción imperante en la medicina (parte de la tremenda corrupción que ha contaminado a nuestro país en todos los niveles, sin límites de ninguna naturaleza). Nos hemos negado sistemáticamente a quebrar los lineamientos éticos. Como consecuencia, jamás dimos un solo peso de retorno. Así, obras sociales de envergadura no mandaron ni mandan a sus pacientes al Instituto. ¡Lo que tendría que narrar de las innumerables entrevistas con los sindicalistas de turno! Manga de corruptos que viven a costa de los obreros y coimean fundamentalmente con el dinero de las obras sociales que corresponde a la atención médica. Lo mismo ocurre con el PAMI. Esto lo pueden certificar los médicos de mi país, que para sobrevivir deben aceptar participar del sistema implementado a lo largo y ancho de todo el país. Valga un solo ejemplo: el PAMI tiene una vieja deuda con nosotros (creo que desde el año 94 ó 95) de 1.900.000 pesos; la hubiéramos cobrado en 48 horas si hubiéramos aceptado los retornos que se nos pedían (como es lógico, no a mí directamente)”, describió con una crudeza que muy pocos podían y pueden soportar.
Después se refirió a las prepagas. “Lo mismo ocurre con los pacientes privados (incluyendo los de la medicina prepaga). El médico que envía a estos pacientes por el famoso ana-ana sabe, espera recibir una jugosa participación del cirujano. ¡Hace muchísimos años debo escuchar aquello de que Favaloro no opera más! ¿De dónde proviene este infundio? Muy simple: el paciente es estudiado. Conclusión, su cardiólogo le dice que debe ser operado. El paciente acepta y expresa sus deseos de que yo lo opere. ‘¿Pero cómo, usted no sabe que Favaloro no opera hace tiempo?. Yo le voy a recomendar un cirujano de real valor, no se preocupe’. El cirujano ‘de real valor’, además de su capacidad profesional, retornará al cardiólogo mandante un 50% de los honorarios!”, apuntó.
Continuó: “Varios de esos pacientes han venido a mi consulta no obstante las ‘indicaciones’ de su cardiólogo (…). Muchos de estos cardiólogos son de prestigio nacional e internacional. Concurren a los Congresos del American College o de la American Heart y entonces sí, allí me brindan toda clase de felicitaciones y abrazos (…), algunos con lágrimas en los ojos. Pero aquí, vuelven a insertarse en el ‘sistema’ y el dinero es lo que más les interesa”.
Como se ve, Favaloro fue a fondo. Hasta el hueso del sistema.
LA CORRUPCIÓN
No obstante, para no copiar aquí la carta completa, que se puede leer desde el link ubicado al pie de la nota, pasemos a las consideraciones donde apuntó a la raíz del sistema. “La corrupción ha alcanzado niveles que nunca pensé presenciar. Instituciones de prestigio como el Instituto Cardiovascular Buenos Aires, con excelentes profesionales médicos, envían empleados bien entrenados que visitan a los médicos cardiólogos en sus consultorios. Allí les explican en detalle los mecanismos del retorno (…) No es la única institución. Médicos de la Fundación me han mostrado las hojas que les dejan con todo muy bien explicado. Llegado el caso, una vez el paciente operado, el mismo personal entrenado visitará nuevamente al cardiólogo, explicará en detalle ‘la operación económica’ y entregará el sobre correspondiente”.
“Es indudable que ser honesto en esta sociedad corrupta tiene su precio. A la corta o a la larga te lo hacen pagar. La mayoría del tiempo me siento solo. En aquella carta de renuncia a la Cleveland Clinic le decía al Dr. Effen que sabía de antemano que iba a tener que luchar, y le recordaba que Don Quijote era español. Sin duda, la lucha ha sido muy desigual. El proyecto de la Fundación tambalea y empieza a resquebrajarse. Hemos tenido varias reuniones. Mis colaboradores más cercanos, algunos de ellos compañeros de lucha desde nuestro recordado Colegio Nacional de La Plata, me aconsejan que para salvar a la Fundación debemos incorporarnos al ‘sistema’. Sí al retorno, sí al ana-ana. ‘Pondremos gente a organizar todo’. Hay ‘especialistas’ que saben cómo hacerlo. ‘Debés dar un paso al costado. Aclararemos que vos no sabés nada, que no estás enterado’. ‘Debés comprenderlo si querés salvar a la Fundación’ ¡Quién va a creer que yo no estoy enterado!”.
“En este momento y a esta edad (tenía 77), terminar con los principios éticos que recibí de mis padres, mis maestros y profesores me resulta extremadamente difícil. No puedo cambiar, prefiero desaparecer. Joaquín V. González escribió la lección de optimismo que se nos entregaba al recibirnos: ‘a mí no me ha derrotado nadie’. Yo no puedo decir lo mismo. A mí me ha derrotado esta sociedad corrupta que todo lo controla. Estoy cansado de recibir homenajes y elogios a nivel internacional. Hace pocos días fui incluido en el grupo selecto de las leyendas del milenio en cirugía cardiovascular. El año pasado debí participar en varios países, de Suecia a la India, escuchando siempre lo mismo. ‘¡La leyenda, la leyenda!’”, se quejó.
“Quizá, el pecado capital que he cometido aquí, en mi país, fue expresar siempre en voz alta mis sentimientos, mis críticas. Insisto, en esta sociedad del privilegio donde unos pocos gozan hasta el hartazgo mientras la mayoría vive en la miseria y la desesperación. Todo esto no se perdona, por el contrario, se castiga. Me consuela el haber atendido a mis pacientes sin distinción de ninguna naturaleza. Mis colaboradores saben de mi inclinación por los pobres, que viene de mis lejanos años en Jacinto Aráuz. Estoy cansado de luchar y luchar galopando contra el viento, como decía Don Ata. No puedo cambiar”. Luego dijo que la decisión que había tomado no era fácil pero sí meditada. E hizo pedidos para su adiós.
Favaloro pidió reuniones a todo el mundo. Incluyendo, desde ya, al gobierno de ese momento. Había expresado anteriormente: “Estoy pasando uno de los momentos más difíciles de mi vida, la Fundación tiene graves problemas financieros. En este último tiempo me he transformado en un mendigo. Mi tarea es llamar, llamar y golpear puertas para recaudar algún dinero que nos permita seguir”. Así vivió sus últimos días, en su patria, el “héroe mundial” de la medicina, una de las “leyendas del milenio”, como bien lo definieron en los más prestigiosos medios y ámbitos del mundo.
En la conferencia “Ciencia, Educación y Desarrollo” que dictó en 1995 en la Universidad de Tel Aviv, Favaloro dijo: “Debe entenderse que todos somos educadores. Cada acto de nuestra vida cotidiana tiene implicancias, a veces significativas. Procuremos, entonces, enseñar con el ejemplo”. Y él lo hizo. No con el tiro en el corazón, sino diciéndole NO a la corrupción. Jamás entrando en el ‘sistema’. Por cierto, un espejo que devuelve una imagen insoportable para muchos.
Excelente lo referente al Dr. Favaloro
Siempre admirado por mí como profesional y como persona.
Mi admiración es grande para el ser honesto e incorruptible. Favaloro es uno de ellos. Tal vez el único que no se doblegó a tantos intereses .
Me apenó y me sigue apenado su muerte. Y nada a cambiado en Argentina.
Gracias por este relato sobre un gran hombre!!!
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