Se veía venir. Y se veía venir a 100 kilómetros de distancia. Una segunda ola más fuerte que la primera, riesgo de colapso sanitario, restricciones… y sí, cacerolos y cacerolas impulsados, por una parte, por los grandes medios de comunicación que, desde hace años y lamentablemente para este hermoso oficio de escribir e informar, desinforman, manipulan, agitan, mienten, ocultan; por otra parte, por propia voluntad de los cacerolos y cacerolas de no informarse bien (que se puede, lo que ocurre es que uno tiene que querer) y por su inquebrantable inclinación a pensar que las cosas solamente pasan aquí, en Argentina.
Alfredo Torre, un gran profesor de Teorías de la Comunicación II en la entonces Escuela Superior de Periodismo de la UNLP -corría el año 1993-, explicaba que el auge de las sectas y/o religiones no tradicionales a las que cada vez acudía más gente buscando respuestas para su vida tenía su origen en la caída del Muro de Berlín (¿lo qué?).
Sí. Y lo argumentaba. Mientras existía el muro, el relato era muy sencillo: los buenos estamos de este lado y los malos del otro. Y la gente, chocha. No había que pensar mucho. Todo resuelto. Buenos y malos como en una de cowboys. Mientras, en occidente, el lado de los buenos por supuesto, EEUU aplicaba una suerte de mini Plan Marshall para que las sociedades de este lado del planeta no la pasen tan mal, no sea cosa que fueran a caer en la tentación del comunismo como ocurrió con Cuba, el hijo díscolo que se les escapó.
Pero cayó el muro y el capitalismo ya no tuvo que gastar un sólo peso más para evitar la llegada del comunismo. El “monstruo” había sido derrotado y, entonces, se podía poner en marcha el plan de concentración (violenta) de la riqueza que nos trajo al mundo del 1% de hoy en día (el uno por ciento de la población mundial concentra más dinero que el resto, donde algunos arañan una vida mediocre mientras la inmensa mayoría cae, día tras día y a pasos agigantados, en la pobreza).
¿Y ahora? ¿Dónde están los buenos y dónde los malos? Vaya uno a saber. El planeta se ha vuelto tan pero tan complejo, tan alejado de aquel cuentito de buenos aquí y malos allá, que da miedo.
Pueden estar mezclados en cada país, en cada ciudad, en cada barrio, en cada baldosa. Todo se ha complejizado a punto tal, vale reiterarlo, que ya nadie puede decir “aquel esto” o “aquel lo otro”. Hay que afinar mucho la mirada, profundizarla, leer mucho, informarse mediante las más diversas y heterogéneas fuentes, nacionales e internacionales (algo que, demás está decirlo, “no sale” en twitter ni en facebook y sus amigos).
Vaya problema, ¿no? Y sí. Entonces mejor sentarse frente a una pantalla de TV, clavada en el canal donde me dicen lo que yo quiero escuchar para afirmarme en mi idea, día tras día, minuto a minuto, casi segundo a segundo.
Así, me creo que las medidas restrictivas (bastante parciales por cierto) que anunció el presidente de la Nación, Alberto Fernández, son un atropello a mi libertad y un avasallamiento al derecho a la educación de mis hijos. Primero yo, segundo yo, tercero yo.
Como bien expresa en su nota Las cacerolas deberían haber respetado a nuestros muertos el director de 90lineas.com, Alejandro Salamone, quienes llevan y traen en auto a sus hijos o hijas a una escuela privada, donde seguramente tendrán espacio (porque la matrícula es limitada) para armar burbujas seguras, es altamente probable que no sepan que tomarse un micro de ida y otro de vuelta para llevar a un chico o chica a una escuela pública implique estar expuesto durante 25, 30, 40 minutos o más a contacto estrecho con muchas personas desconocidas. No hay otra alternativa (lo dice alguien que se maneja en colectivo). Y está sobradamente probado que el transporte público es uno de los mayores focos de contagio. Privilegiar dos semanas de clase (ese es el periodo que definió anoche el Presidente) por sobre la salud de la población es una actitud de un egoísmo supino.
¿Y si hacemos el leve esfuerzo de alzar la vista, amplificar la mirada y observar lo que pasa en los bien denominados países desarrolados?
Sin ninguna encuesta en la mano, uno puede arriesgarse a asegurar que la inmensa mayoría de los cacerlos y cacerolas (de la calle, los balcones o las redes antisociales) deben tener una muy buena opinión sobre la canciller alemana Angela Merkel. Una líder conservadora (pero desarrollista y fuertemente preocupada por el empleo, vale la aclaración para no caer en falsas comparaciones con mediopelos argentos).
Sin lugar a duda alguna, Merkel, que atraviesa los últimos años de su larguísima gestión como Canciller (presidenta o primera ministra) de Alemania, será recordada por la historia como una de las principales lideres mundiales de fines del siglo XX y principios de siglo XXI.
Desde que comenzó en Europa la segunda ola, allá por noviembre/diciembre del 2020, sin que ningún país le encuentre la vuelta hasta hoy, tanto en Alemania como en España, Italia, Francia, Gran Bretaña (hoy más relajado tras una campaña de vacunación masiva merced a la inequidad mundial en el reparto de dosis), República Checa y otras naciones aplicaron, una y otra vez, fuertes medidas restrictivas.
Y tuvieron protestas muy fuertes. En Alemania, marchas masivas con quema de barbijos y otros shows estúpidos. Merkel, que por supuesto no es una gobernante “autoritaria” como Alberto Fernández ni ejerce una “infectadura” (porque es europea, alemana y de derecha), ordenó a sus fuerzas de seguridad desarticular “suavemente” cada una de esas manifestaciones. ¿Se desarticuló alguna marcha procontagios en la Capital Federal?
Pero ahora, la Canciller fue por más. Hace solamente 48 horas aprobó una reforma de la llamada ley de protección de infecciones que limita las competencias de los 16 estados federados (equivalentes a las provincias argentinas y la CABA) en el combate de la pandemia.
«El freno de emergencia federal llega con retraso, y aunque sea una decisión difícil, hoy hay que volver a recordar que la situación es grave y que todos tenemos que tomarla seriamente«, dijo Merkel para justificar la reforma legal. La Canciller había criticado en repetidas ocasiones la incapacidad del sistema federal alemán de hacer frente de manera unitaria a la crisis sanitaria, y también a los primeros ministros de los estados federados por no aplicar con suficiente dureza las medidas restrictivas, entre ellos, algunos de su propio partido.
Con la reforma legislativa, el Gobierno federal pretende aplicar en todos los distritos del país las mismas restricciones cuando la incidencia rebase los 100 nuevos contagios por cada 100.000 habitantes en el plazo de tres días.
En aquellos distritos en los que se supere esa incidencia, las autoridades regionales y locales tendrán que hacer cumplir una serie de restricciones adicionales a las ya vigentes en todo el país: limitación de reuniones privadas a (los integrantes de) un hogar más un persona externa; toques de queda nocturnos entre las 9 de la noche y las 5 de la mañana para quienes no tengan una justificación para abandonar su domicilio; cierre de todos los locales de ocio o deportivos; cierre de comercios y mercados no esenciales; uso obligatorio de mascarillas FPP2 o equivalentes (es decir, no cualquier mascarilla) en medios de transporte y otros locales considerados de primera necesidad como las peluquerías -en estas últimas, los clientes tendrán que presentar un test negativo que no tenga más de 24 horas-; en tanto, el turismo quedará absolutamente prohibido.
La reforma legislativa prevé un cierre de colegios y otros centros educativos con clases presenciales a partir de una incidencia de 200 nuevos casos cada 100.000 habitantes.
Las cosas no pasan sólo en Argentina. Informarse por todos los medios posibles es posible, valga la redundancia. Comprobar que líderes de derecha de países desarrollados siguen tomando, a seis meses de iniciada la segunda ola, medidas súper restrictivas, es interesante para poder ver más allá de la propia sombra. Hay canales de noticias y sitios web que posibilitan informarse bien y no tragar mentiras y manipulaciones todo el tiempo. Pero hay un requisito indispensable: hay que tener la voluntad de hacerlo y ello implica salir de la zona de confort de sentarse a escuchar a aquel o aquella que cada día, tarde y noche me van a decir lo que quiero escuchar.
PD.- Alberto Fernández es un tibio al lado de Angela Merkel. Debería tomar medidas más contundentes.
Comentarios 2