Es claro que desde los sectores que siempre respaldaron la apertura irrestricta de actividades, el cuestionamiento puede ser tomado como una chicana. Pero es cierto que el tema amerita un análisis lo más exhaustivo posible.
Si bien es cierto que el mundo del fútbol tanto a nivel local como internacional viene registrando un importante número de casos, no es menos destacable que por las características propias de la actividad, los jugadores, cuerpos técnicos y empleados son sujetos a constantes controles y testeos lo que minimiza los riesgos de contagios o su detección temprana en burbujas que no siempre son tan cerradas como se pretende.
Al mismo tiempo, el número de tests que se realizan a los protagonistas suele estar muy por encima a los se realizan a la población en general, otro rasgo que también minimiza los riesgos de contagio, pero sobre todo de propagación desde esas respectivas burbujas al resto de la comunidad.
Por eso los cuestionamientos se basan no tanto en los riesgos provocados por desarrollar esta actividad, sino por el aspecto simbólico enunciado arriba. La discontinuidad del fútbol como ejemplo de que ningún sector de la sociedad queda al margen del esfuerzo colectivo de enfrentar esta segunda oleada potenciada de la pandemia.
Estos argumentos, sin embargo, van a contramano de lo que sucedió en buena parte del mundo, en especial en Europa, donde el fútbol estuvo entre las primeras actividades en retomarse, junto con la industria y los sectores comerciales más vinculados a subsistencia cotidiana.
En ese sentido, este deporte se ha convertido en un arquetipo donde se miran algunos sectores de la sociedad, en especial los más jóvenes para referenciar tanto modas, como usos y costumbres.
Así, el fútbol sirve como vidriera del entorno de quienes participan de los juegos, usando barbijos protectores cuando no están en plena competición.
En cambio también puede ser contraproducente cuando se muestran abrazos y besos luego de cada gol o logro producido durante un encuentro.
Es por eso que se debe exigir a rajatabla entre los futbolistas las prácticas de distanciamiento y no permitirse excepciones más allá de lo estrictamente necesario. Al respecto no estaría de más algún apercibimiento como directiva oficial –independiente de la normativa de la FIFA, que sanciona cuando un jugador revolea la camiseta pero no contempló mecanismos para evitar las aglomeraciones en los festejos-. No sería alocado fijar alguna multa a los clubes cuyos jugadores no cumplan con esta directiva, al menos mientras dure el pico de la crisis sanitaria.
LOS HINCHAS
Otro aspecto a tener en cuenta son las aglomeraciones de hinchas en la previa y durante los partidos o cuando estos finalizan. En principio tampoco parece tan compleja la situación. Podría hacerse un listado de los comercios que planeen poner los televisores al servicio de los hinchas para controlar que en esos casos el cumplimiento del distanciamiento se respete rigurosamente, bajo el riesgo de clausuras temporales.
Una idea, al respecto, ensayó el gobernador santafesino, Omar Perotti quien pidió la transmisión abierta por televisión del clásico Rosario-Newell´s del próximo domingo 2 de mayor para evitar la circulación callejera de los hinchas.
Y en este terreno, la televisión también debe tener un rol didáctico. Aún teniendo en cuenta lo simpático que puede resultar mostrar la pasión de las hinchadas, lo cierto es que en momentos de pandemia deberían cuidarse las imágenes que se transmiten, lo que al menos merecería algunas recomendaciones de los entes de control.
Dicho todo esto, queda en claro que no estoy a favor de la suspensión de los encuentros de fútbol, no por cuestiones económicas, sino por estrictas razones sociales.
Para los argentinos, el fútbol aún con las pujas entre las hinchadas y las discusiones más o menos pasionales, es un componente muy fuerte de nuestra cultura nacional, que cada vez tiene más injerencia en la vida cotidiana, incluso como referencia para el conocimiento académico. Además se ha revelado como un fuerte componente de cohesión social, alejado de la grieta política. Si el fútbol, en general, diferencia para divertir; la pelea política genera heridas que no son fáciles de restañar.
Pero hay más argumentos para la continuidad del fútbol.
En primer lugar porque propone un entretenimiento que evita la circulación, en especial para los grupos de riesgo que deben continuar “guardados” hasta que se complete el plan de vacunación.
Y desde otro punto de vista sería impensable alejar a la Argentina de las competencias internacionales en pleno desarrollo. La AFA estaría a merced de posibles sanciones con consecuencias impensables para la actividad en el mediano y largo plazo.
El fútbol y algunos de sus máximos exponentes con Maradona, Messi y anteriormente Alfredo Di Stéfano permitieron ubicar a la Argentina en un altísimo nivel a escala mundial en la actividad deportiva más popular del mundo. Es una carta de presentación para el país, que no siempre puede distinguirse a nivel mundial.
Se lo podrá despreciar como factor determinante para posicionar a la Argentina en el juego de poder internacional. Es claro que no es decisivo, pero tampoco se lo puede minimizar como demostraron Mao y Nixon al inaugurar lo que se llamó diplomacia del ping-pong en la década del 70 que con los años sirvió para terminar la guerra de Vietnam y cambiar la configuración del mundo en el último cuarto del siglo XX.