“Durante años, cada país llevó a cabo su propia campaña de vacunación. Hasta que en 1958, el viceministro de Salud de la Unión Soviética, Viktor Zhdánov, propuso ante la Asamblea Mundial de la Salud emprender una campaña global conjunta para erradicar la enfermedad. La iniciativa fue aprobada el año siguiente y la erradicación de la grave patología, que en ese entonces afectaba a unas 2.000.000 de personas por año, se transformó en el principal objetivo de la OMS (…) El 26 de octubre de 1977 se conoció el último caso de viruela contraída de manera natural. Se dio en un joven de 23 años llamado Ali Maow Maalin, quien vivía en la ciudad portuaria de Merca, Somalia”.
Hoy estamos como antes de 1958. ¿Habrá por allí algún Viktor Zhdánov que proponga una pelea global conjunta contra el virus SARS-CoV-2 y líderes mundiales lúcidos que la lleven adelante? La ciencia asegura que una epidemia o pandemia no pasa a la historia hasta que se inmuniza entre el 70 y el 80% de la población. Si se tratase de una epidemia que afectara a un país o pequeño grupo de países, el Covid-19 quizás tendría fecha de vencimiento. Pero en un mundo azotado por la enfermedad, que además nos va regalando nuevas variantes, con un nivel de vacunación tan bajo y, sobre todo, desparejo, la inmunidad de rebaño no parece estar a la vuelta de la esquina ni mucho menos. No es pesimismo. Es realismo.
“Investigaciones recientes sugieren sin embargo que este final (el de la pandemia), si es que finalmente llega, probablemente demore más de lo que pensamos, tal como sugiere un estudio elaborado para los Estados Unidos por los investigadores Christopher Murray, de la Universidad de Washington, y Peter Piot, de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres. Los motivos que explicarían la posible persistencia a mediano plazo de la pandemia de Covid-19 son resultado de la combinación entre las características biológicas del virus y las condiciones de propagación e inmunización en el mundo globalizado. Aunque el origen de una epidemia es siempre biológico, el fenómeno es, en esencia, social” (“Eterna pandemia eterna”, José Natanson, Le Monde Diplomatique Nº 263, edición de Mayo de 2021).
Todos queremos que termine ya, la semana que viene. Imposible. El año pasado hablábamos de este. Este año hablamos del que viene. Nos ilusionamos con la vacuna como si se tratase de un mesías que, al llegar, iba a salvar al mundo de la noche a la mañana. Ahora nos enteramos de que Pfizer, para darle suficientes vacunas a un país, le pide como garantía hasta su Banco Central; le pasó a Brasil (ver The New York Times vs Patricia “Messias” Bullrich). O que en India, la nación que concentra la tercera parte de la población de la Tierra y que ostenta la mayor diáspora del planeta, se están infectando 4 personas por segundo y muriendo más de 2 por minuto, y que pese a ser uno de los mayores productores de vacunas ha inmunizado a menos del 10% de su gente. O que la Unión Europea aprobó un Certificado Digital Verde para que los residentes vacunados puedan pasar de un país a otro (BBC de Londres, 18 de marzo de 2021); ¿qué queda para los extraeuropeos no vacunados?
Estamos en un tiempo de dificultades para elaborar un duelo, ya que la pandemia no terminó. No podemos duelar, porque no sabemos qué estamos perdiendo. Esto afecta la vida deseante de las personas, ya que que al no dar por perdido lo perdido, no podemos relanzar nuevos sueños y proyectos
Esperamos con ansias, y en miles y miles de casos con angustia, el regreso de la vieja normalidad. Pero, ¿y si no regresa o se toma años para hacerlo? Conocemos una sola “normalidad”. ¿Obedecerá entonces a un deseo desesperado por retomarla la conducta de relajo casi absoluto de tantísima gente, que incluye en su versión más burda fiestas y hasta cumpleaños de 15 clandestinos? ¿O, peor aún, se trata de una negación (patológica) de la realidad?

“La gente está harta”, repiten hasta el hartazgo funcionarios de ciertos estamentos gubernamentales, políticos y ciertos periodistas. “La gente está harta”, insisten, para explicar el relajo en las medidas de cuidado. Pero con esa frase no combaten al virus, le echan más nafta a aquellos que están encendidos por el hartazgo y, lo peor, se desentienden de los necesarios controles para bajar la circulación. Si funcionarios responden así, estamos complicados.
LA GRAN PARADOJA: CUIDARSE Y CUIDAR IMPLICA ROMPER CON LA VIEJA NORMALIDAD
Por ello 90lineas.com le trasladó la pregunta a dos especialistas, las licenciadas en Psicología Carla Giles y Soledad Colombo.
Soledad y Carla comienzan preguntando ¿a qué llamamos vieja normalidad? “Para empezar, por un lado podríamos pensar una concepción de ‘normalidad social’, que es relativa, está ligada a las normas, convenciones sociales y/o institucionales. Y por otro lado, podemos hablar de una ‘normalidad subjetiva’, que es la de cada uno y siempre conlleva cierta tensión, por ejemplo, en relación a las restricciones que la pandemia ha impuesto. E impacta de diferente manera en alguien de clase media que en los sectores más vulnerables, así como en un niño o niña, un adolescente, un mayor de 60 años, población de riesgo, etcétera”, aclaran.
“Entonces, la categoría de ‘vieja normalidad’ la pensamos en términos de ‘normalidad subjetiva’, que es la categoría con la que trabajamos los psicólogos y psicólogas (psicoanalistas)”, definen.
Todo nos invita a pensar más en ‘nuevas normalidades’ que en un posible retorno a la ‘vieja normalidad’. También podemos aprovechar para preguntarnos si queremos realmente volver a esa ‘vieja normalidad’. ¿Era tan buena como creemos?
“Dicho esto, desde el comienzo de la pandemia mundial de Covid-19 nuestra cotidianidad se ha visto afectada. Nuestras actividades laborales, familiares, afectivas, han cambiado, así como los lugares que solíamos transitar, los afectos que solíamos ver”, describen, y realzan: “lo paradójico es que mantener distancia con ellos o trabajar desde casa es una de las estrategias de cuidado centrales dentro de las medidas sanitarias; de nuestro cuidado pero también de esos otros”.
“En los comienzos, el aislamiento social, la restricción de circulación, el uso de tapabocas y la suspensión y cierre de diversas actividades (que muchos llamaron ‘nueva normalidad’), se volvió fundamental para la reconstrucción del sistema hospitalario de salud, para su equipamiento y fortalecimiento como uno de los lugares desde donde se iba a abordar y atender la pandemia más feroz del último tiempo”.
¿Entonces? “Entonces podemos observar que estamos ante una transformación subjetiva (al interior de cada uno) a partir de las formas de andar en el mundo que produce esta situación anómala que puso patas para arriba la vida cotidiana e introdujo un cambio de ritmo en la organización de la vida diaria, donde la idea de enfermedad y de muerte ocupan otro lugar, central, tanto en los discursos como en los hechos”, subrayan las especialistas, para añadir que “fundamentalmente, esta pandemia pone en evidencia a la enfermedad como un hecho social, no sólo biológico y/o sanitario”.
En cuanto al futuro, la certeza que tenemos es que no vamos a ser los mismos. Esta experiencia va a dejar huellas. A la vieja normalidad no vamos a volver iguales. En estos términos, no hay retorno posible a la vieja normalidad
“Otra dimensión que pone en escena este contexto es la cuestión de los cuidados”, puntualizan Carla Giles y Soledad Colombo. “Además de los cuidados en salud, podemos y debemos dar cuenta de los cuidados en los hogares, en la comunidad, en las instituciones: ¿sobre quiénes recaen los cuidados, las tareas del hogar, el cuidado de los niños, de los adultos mayores, el teletrabajo, la organización familiar? Esa otra dimensión visibilizó y expuso situaciones antes naturalizadas y hoy puestas en cuestión, y en algunos casos, transformadas”.
Remarcan que “tenemos que pensar las prácticas del cuidado como prácticas incluidas en la cotidianidad, no en el marco del miedo y la muerte, sino en términos de sociabilidad de la pandemia. Los cuidados, como responsabilidad social”.
“MEJOR PENSAR EN NUEVAS NORMALIDADES”
¿Pero qué ha ocurrido en esta segunda ola? ¿Podemos decir que los cuidados propios y del resto han disminuido debido al deseo de volver a nuestra vieja normalidad? Y si es así, ¿cuáles son los motivos? ¿Qué es lo que nos está pasando? Y sobre todo , ¿cómo salimos de la pandemia?, se preguntan.
Soledad y Carla recuerdan que “durante el último año el sistema de salud se ha fortalecido y ha ampliado sus capacidades. Sin embargo, ante el aumento sostenido de casos corremos el riesgo de que colapse. Es por esto que se torna imprescindible acompañar solidariamente la tarea y el esfuerzo incalculable de todo el personal de salud, que tras un año de pandemia no ha tenido descanso, por lo que se hace necesario reforzar salarialmente y proveer de más insumos a médicos, enfermeros y residentes”.
Lo paradójico es que mantener distancia con las actividades y los afectos que queremos recuperar es una de las estrategias de cuidado centrales dentro de las medidas sanitarias; de nuestro cuidado pero también de los otros
“Debemos asumir esta tarea solidariamente para acompañar a quienes día a día necesitan salir a trabajar para sostener sus ingresos. De la misma forma, entendemos que se debe avanzar en diferentes medidas sociales y económicas para poder sostener las restricciones adoptadas y paliar la crisis, como lo fueron el IFE, las ATP y facilidades para trabajadores autónomos. Mientras avanza la campaña de vacunación, que hasta ahora ha inmunizado al 10% de la población en un escenario de dificultades globales para la obtención de vacunas, es necesario obtener más recursos para el desarrollo de una vacuna nacional soberana y, así, no depender de las que se fabrican en países extranjeros”.
Las profesionales disparan: “todo lo antes dicho nos invita a pensar más en ‘nuevas normalidades’ que en un posible retorno a la ‘vieja normalidad’. También podemos aprovechar la ocasión para preguntarnos si queremos realmente volver a esa ‘vieja normalidad’. ¿Era tan buena como creemos? Es una buena oportunidad y una invitación para repensarnos y repensar nuestros hábitos, nuestros lazos, nuestras prácticas, las que perdimos, las que incorporamos, y estar abiertos a las que vendrán”, reflexionan.
“NO PODEMOS DUELAR, PORQUE NO SABEMOS QUÉ ESTAMOS PERDIENDO”
“Estamos en un tiempo de dificultades para elaborar un duelo, ya que la pandemia no terminó. No podemos duelar, porque no sabemos qué estamos perdiendo. Esto afecta la vida deseante de las personas, ya que que al no dar por perdido lo perdido, no podemos relanzar nuevos sueños y proyectos. Para poder desear y/o proyectar, algo nos tiene que faltar. Y todavía no podemos tener certeza plena respecto de qué falta nos va a dejar la pandemia”, definen Giles y Colombo.
Y explican que “por eso nos encontramos con estados depresivos, expresiones de tristeza, cuadros ligados a la ansiedad, angustia, por nombrar algunos. La pregunta es qué pasa con aquellos que no soportan las pérdidas (de hábitos y costumbres). Quizás la negación, el no acatamiento a las restricciones, la ‘rebeldía infantil’ contra las normas sanitarias impuestas por los distintos gobiernos, el individualismo más radicalizado, esbozan una respuesta a esa pregunta”.
Soledad Colombo y Carla Giles sostienen que “en cuanto al futuro, la certeza que tenemos es que no vamos a ser los mismos. Esta experiencia va a dejar huellas. A la vieja normalidad no vamos a volver iguales. En estos términos, no hay retorno posible a la vieja normalidad. Marcas van a quedar en todas las generaciones, pero especialmente para los niños y jóvenes esta experiencia tiene estatuto de un antes y un después. Van a tomar un posicionamiento ante lo vivido, de una u otra manera. Como pasó con la generación que vivió la Polio en 1950, los jóvenes contemporáneos a la guerra de Malvinas o a la última dictadura en nuestro país”.
“Transitar lo que viene, no aislarse, ser creativos con los recursos que disponemos y la responsabilidad social en los cuidados, es la tarea que nos convoca de aquí en adelante, entendiendo que hay variables que desconocemos y nos pueden volver a sorprender. Como en marzo de 2020”, finalizaron.