Se llamaban Nelly Edith Herrera y Saúl Lipsitz. Fueron la pareja más fructífera en el mundo del delito. Se convirtieron, de un día para el otro, en los criminales más buscados y temidos del país. Fue allá por los finales de la década del ’60. La versión argentina de los norteamericanos Bonnie and Clyde.
Nelly era una hermosa mujer, se ganaba la vida como una respetada azafata de una compañía internacional y se había casado con un ciudadano estadounidense que se llamaba Jules Hensen. Cuenta la historia que el primer esposo murió cuatro días después del casamiento, cuando el avión en el que volaba cayó en la selva de Mato Grosso, en Brasil. Después contrajo matrimonio en Río de Janeiro, Brasil, con el carioca Walter Montanha, relación que tampoco duraría demasiado.
Su última pareja, antes de conocer a Saúl, fue el empleado de la Aduana del Aeropuerto Internacional de Ezeiza José María Quevedo. Era su prometido y estaba por casarse cuando, en el Casino de Mar del Plata, se cruzó con Lipsitz.
Desde ese momento fueron amantes, relación que duró 11 años y que incluyó una carrera delictiva inigualable en el país. El encuentro en ‘La Feliz’ fue en el año 1959.
El dato de la Aduana
Quevedo, un hombre serio y buen empleado, le comentó un día a su novia que estaba preocupado porque en la Aduana se almacenaban cargamentos millonarios en oro y billetes, pero la seguridad que había en el lugar era extremadamente deficiente. Ese inocente comentario fue el dato que inició el plan.
Nelly y Saúl se contactaron con delincuentes pesados de aquélla época. Primero acordaron con Gabriel Kreda, primo de Lipsitz, que se encargó de la organización del plan criminal. Se sumaron al poco tiempo Ramón ‘Toscanito’ Toscano, un legendario ladrón de esos años, Antonio González y Javier Lorenzo, entre otros.
Pocos días antes del golpe, robaron una camioneta y la pintaron con el logo de una empresa aérea. También Nelly se encargó de coser y bordar la marca de la empresa Panagra. Todos se reunían en un local de Ciudadela.
El asalto comenzó a las cuatro de la madrugada del 15 de enero de 1961. Entraron armados, golpearon a un custodio y maniataron a los otros vigiladores privados. En pocos minutos, cargaron varias carretillas con todo el botín del tesoro de la Aduana de Ezeiza. Se llevaron un monto varias veces millonario que incluía 400 kilos de oro en barras, una partida de dinero moneda nacional, cruceiros brasileños, libras, marcos y francos suizos. También cargaron miles de mexicanos de oro.
Nelly en Uruguay
Nelly, cuando se produjo el asalto, estaba en Uruguay y después viajó a Río de Janeiro. La banda se dividió el dinero y el oro y cada uno siguió su camino.
Pero el diablo metió la cola: un vendedor de oro de la calle Libertad, en la capital federal, había comenzado a comercializar las monedas de oro a menor valor, por lo que la Policía llegó al local y lo detuvo. Se llamaba Isaac Vigelfager. De ahí en más, los delincuentes fueron cayendo uno tras otro.
Saúl y Nelly fueron a prisión, pero recuperaron la libertad bajo fianza en 1963. Desde ese momento jamás volvieron a presentarse en la Justicia, por lo que quedaron prófugos. Y comenzaron la segunda fase de la carrera delictiva, la más violenta y sangrienta que se conozca.
Los asaltos se sucedían. Para entonces, Nelly participaba directamente en los robos, empuñando una pistola calibre 45.
Los otros asaltos
Asaltaron el Banco Nación de Boedo e Independencia, y sucursales bancarias de Gerli y Ciudadela. También saquearon las cajas de bancos de Santa Fe y Córdoba. En los atracos llegaron a matar a dos policías.
Buscados por la Policía, presentados como los ‘enemigos públicos’ más peligrosos, Nelly y Saúl cambiaron de identidad.
Habían conseguido documentos uruguayos con nuevos nombres y se ocultaron en una casa ubicada en Necochea 2.520, en Martínez, partido de San Isidro. Allí pasaron unos meses tranquilos.
La Policía Bonaerense perseguía, en esa zona, a un delincuente llamado José Nicolás Carrizo, amigo de ellos. Este hombre los visitaba periódicamente y eso los delató. El 15 de setiembre de 1970, cientos de uniformados rodearon la vivienda. El comisario, a los gritos, ordenó que se entregaran. Pero no había caso, Nelly y Saúl no tenían intenciones de volver a la cárcel.
Al día siguiente, luego de una tensa espera, finalmente la Policía ingresó a la casa. Primero arrojaron gases lacrimógenos hasta que abrieron fuego.
Fue una balacera infernal. Carrizo, el amigo, murió en la planta alta de la casa. Saúl fue acribillado en la puerta y Nelly, con un revólver calibre 38 entre sus manos, recibió más de cincuenta balazos en el jardín. El cadáver quedó tendido debajo de un limonero.