Las épocas pasan inexorablemente y la Ciudad va cambiando su fisonomía. El cemento le gana al verde y los edificios de a poco a las casas bajas. Las calles de pavimento se imponen por goleada a las de tierra y también al empedrado. Los años de la fundación en 1882, luego los 1.900, los años ´20, los ´50, las gloriosas décadas de los ´60, ´70, ´80 y ´90, dejaron sus huellas muy firmes, sus improntas, y quienes caminaron La Plata han conocido a personajes que en cada momento, con el paso del tiempo, se convirtieron en leyendas, en íconos populares y reconocidos por casi todos.
Muchos de estos personajes callejeros, por no decir la enorme mayoría, cargaban con el desprecio, la burla y la crueldad de una sociedad no siempre dispuesta a ayudarlos. Por esa razón, en medio de sus tinieblas y su dolor, tuvieron que esconderse y murieron en soledad. Hoy recordaremos a algunos de ellos, muy populares por cierto entre 1900 y 1950:
En la galería, algunos longevos aún hoy recuerdan a «Ayacucho» quien paseaba su «victoria» (un mateo) cuarteada por los soles y la inclemencia de los años, tirada por sus dos flacos caballos, siempre a la espera de algún viaje imposible, tenía su parada cerca de Tribunales. ¿Quién subiría a semejante transporte sucio y desvencijado?
“Rico Tipo”, así lo llamaban, todos los días salía rumbo al centro, no bebía alcohol, no pedía limosna, no hablaba si no le dirigían la palabra y cuando se dignaba a responder los hacía con monosílabos. Deambulaba por las calles del centro repartiendo folletos del entonces ferrocarril Sud, entraba a los cafés y colocaba el horario de los trenes en cada mesa; si le daban alguna moneda la tomaba en silencio, si no lo hacían era lo mismo. Recorría diariamente distancias kilométricas, siempre con la misma ropa, indiferente al verano o al invierno. Se llamaba José Lafussa y vivía solitario en una pieza de diagonal 73 más allá de la Plaza Matheu. En su momento fue un tipo popular, los diarios utilizaban a su antojo tanto su caricatura como la de “Ayacucho”.
Otro que despertaba risas era “Medicinale”, un italiano bajito y de mal genio, el apodo le quedó de andar voceando su mercadería que cargaba eternamente sobre el hombro en una bolsa con hierbas que según él todo lo curaban, explotaba de bronca blandiendo su bastón cuando la muchachada le gritaba “Che Medicinale ¿Cómo se cura la miseria?”.
“Isidoro Campos: el Mariscal de los Andes” era otro protagonista de la calle, canillita, astrónomo y meteorólogo «por intuición natural», allá por 1905 a veces acertaba con su pronóstico. Fue tan conocido y popular que hasta un diario de aquellos años le publicó en tono de broma sus predicciones, y fue en ese mismo artículo en el que Campos anunció su retiro: “Hace cinco años que doy predicciones a la humanidad. Hoy he decidido indeclinablemente dejar de predecir mientras las autoridades de mi país no provean con un subsidio en remuneración de mi trabajo meteorológico…” Este pintoresco personaje falleció a los 73 años en el Asilo Marín, en soledad, en la miseria…
“Joanin Pichin”: algunos lo conocieron en medio de los escándalos, las pedradas, los insultos y las bromas de los muchachos que lo hostigaban enloqueciéndolo con el mote de “Joanin ladrón”, justo a él que le debían millones y millones de pesos en juicios increíblemente interminables, el de los bolsillos enormes, cargados de piedras, con su alto y rústico bastón. El que aceptaba el vaso de vino ofrecido caritativamente bajo la sombra de algún patio y agradecía imitando con su rara habilidad el sonido de las campanas, claro… en tiempos en que las campanas tenían algo que decir y que todos entendían: boda, muerte, oración, acontecimiento feliz.
Otros tiempos, otras costumbres y formas de pensar y vivir la vida de los vecinos que hicieron crecer a esta joven Ciudad; pues siempre es bueno recordar a personajes callejeros que ya no están, pero que aún perduran en la memoria de adultos mayores o forman parte del relato de viejas crónicas periodísticas, o están perdidos en las páginas de algún libro del que se vendieron unos pocos ejemplares.