Desde que un árbitro pite el inicio de un partido de la Copa América hasta que vuelva a usar el silbato para señalar su final, en las pantallas de TV se habrán visto buenas jugadas, pases errados, asistencias de gol, quizás goles, faltas leves, otras bruscas, tarjetas amarillas, tal vez alguna roja, lamentos y festejos. Pero no se habrán visto los 117 muertos por Covid-19 que, en promedio, Brasil registra cada 90 minutos, el tiempo que dura un encuentro de fútbol.
El gobierno que alegremente ha recepcionado a la mayor competencia continental de fútbol tras la decisión de los organizadores originales, Colombia y Argentina, de darse de baja por razones disímiles pero igualmente atendibles -la rebelión popular que lleva más de un mes en el primer caso y el estado de alerta epidemiológica en el segundo-, está encabezado por un presidente que, hoy por hoy, cuenta con apenas un 24% de apoyo popular (France Press, 1º de junio de 2021).
Es un gobierno que, a fuerza de negar la pandemia, rechazar vacunas, comprar medicamentos de comprobada inutilidad para combatirla y oponerse a cualquier medida de cuidado, incluyendo la distancia social y la mascarilla, ha sido puesto entre la espada y la pared por una comisión del Senado que todos los días avanza en la investigación sobre la gestión de la pandemia por parte del presidente ultraderechista Jair Messias Bolsonaro.

Es el gobierno que, por esa gestión hoy investigada, llevó a Brasil a ocupar el segundo lugar en el planeta en cuanto a muertos y el tercero en la columna de contagiados. El que el domingo 31 de mayo provocó las mayores movilizaciones populares en años, que en más de 200 ciudades pidieron la renuncia o el juicio político del primer mandatario.
Desde que la Organización Mundial de la Salud declaró pandemia al coronavirus hasta el domingo último, Brasil sumó 462.791 muertes por Covid-19. El presidente de la Comisión Parlamentaria de Investigación (CPI), el senador Randolfe Rodrigues, finaliza cada duro interrogatorio a los ministros, ex ministros y otros funcionarios preguntándoles: “Si Bolsonaro no hubiese negado la Covid-19 ni desdeñado las medidas de distanciamiento social, ¿cuántas vidas hubieran podido salvarse?”. Dicen que un ex ministro se descompensó al finalizar la extensa indagatoria.
Por encima de Brasil, en cuanto a fallecidos por Covid-19, aún está EEUU, que al 31 de mayo registró 594.568 decesos. Quizás valga aclarar que la inmensa mayoría ocurrieron bajo la gestión del ex presidente y norte político de la ultraderecha planetaria, el negacionista Donald Trump.
En tercer lugar está la India, con 331.895 fallecidos, aunque es muy difícil tomarla como referencia teniendo en cuenta que alberga a un tercio de la población mundial y que ha sido cuna de una variante propia del virus que provocó (y provoca) estragos. Se está estudiando si dicha variante entró a Brasil, así como a nuestro país y otros de la Región.
En las dos semanas que separan al 18 del 31 de mayo, Brasil tuvo 26.254 muertos. Es decir, entre 1.875 y 1.876 fallecidos promedio por día. Respecto de los infectados, desde que inició la pandemia ya superó los 16,5 millones, sólo por detrás de India (28,1 millones) y EEUU (33,2 millones), pero a años luz de Francia, cuarto país en esa columna con 5,7 millones de contagios.
“LO LAMENTO, PERO LA VIDA SIGUE”
“Lamentamos los muertos, pero la vida sigue”, dijo el dirigente neofascista en el marco de una conferencia de prensa donde le preguntaron sobre la decisión de aceptar ser sede de la Copa América de fútbol. Una frase tan terrible como la epidemia de hambre que provocó al conjugar, en sus casi tres años de gobierno, políticas económicas ultraliberales con la negación del coronavirus.

Terrible pero nada original: ya la había pronunciado cuando el número de muertes alcanzó las 200.000. Eso fue el 7 de enero de este año. Casi cinco meses después la cifra llegó, como se dijo, a 462.791.
Es que luego de aquel 7 de enero, el país se convirtió, como lo llamaron los artistas e intelectuales que escribieron una carta a la Corte Penal Internacional denunciando a Bolsonaro, en un “cementerio a cielo abierto”. El 6 de abril superó por primera vez los 4.000 muertos en 24 horas.
“Covidzinho, la mascota de la Cepa América”, fue uno de los tantos memes que surgieron en Brasil a la par del efusivo agradecimiento a Bolsonaro por parte de la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) y su impresentable dirigencia, y de una lluvia de críticas de políticos, medios de comunicación y hasta reconocidos periodistas deportivos.
La elección de las sedes (Brasilia, Río de Janeiro, Goiás y Mato Grosso) no fue casual. “A Bolsonaro le respondió la región rural sojera (centro-oeste), aliada principal de su gestión, y no el país futbolero tradicional. Sin ir más lejos, Brasilia y Cuiabá (Mato Grosso) tienen estadios ociosos desde la organización del Mundial 2014”, explicó un corresponsal de la agencia Télam.
“Es un escarnio, es el campeonato de la muerte”, dijo el relator de la comisión del Senado que investiga la gestión de la pandemia por parte de Bolsonaro y su gabinete, Renán Calheiros, del Movimiento de la Democracia Brasileña (MDB).
Calheiros pidió al jugador Neymar, estrella del seleccionado, que se niegue a jugar la Copa América para permitir que Brasil ponga el foco en la vacunación y evite el colapso hospitalario.
Por su parte, en Brasilia, el Partido de los Trabajadores de Lula y el Partido Socialista Brasileño (PSB) realizaron una presentación ante el Supremo Tribunal Federal (Corte Suprema de Justicia). De inmediato, el juez Ricardo Lewandowski, encargado en la corte de todos los asuntos judicializados de la pandemia, pidió oficialmente al gobierno “informaciones sobre las negociaciones con la Conmebol”.
A degradação não tem fim.