Un edificio histórico del Puerto local marca el derrotero de las políticas del olvido

Se trata de la ex Usina Hidráulica de Berisso. El drone terrestre de 90lineas.com vuelve a las calles con una recorrida por otro "monumento histórico arquitectónico y cultural" sumido en el abandono

Allá, ya lejos en el tiempo, el diputado provincial Juan Cocino propuso declarar “Monumento Histórico Arquitectónico y Cultural” e incorporar definitivamente al patrimonio cultural de la Provincia de Buenos Aires, al inmueble ubicado en la calle Baradero, frente al dock central, Puerto La Plata, en el partido de Berisso,  conocido como la “Usina Hidráulica del Puerto La Plata”.

Este Proyecto de Ley se presentó con bombos y platillos en el año 2015, se llamó también a que fuera el sitio ideal para crear el “Museo Provincial del Inmigrante”, e incluso recibió con brazos abiertos el apoyo total de la ONG Nuevo Ambiente al considerar valiosa a la edificación “por ser parte de la historia de nuestra región que debemos recuperar y valorizar, evitando en un futuro lo que ocurre con el palacio Piria de Punta Lara”.

Pero evidentemente, todo quedó en la nebulosa, y hoy la ex Usina sigue siendo un edificio en ruinas que le da alojamiento al Sr. D, quien tras perder su trabajo de panadero y quedar en la calle, se refugió entre las gruesas y húmedas paredes de la que se llamó al momento de su creación, Casa de Máquinas o Estación Central del Puerto La Plata.

“Vengan pasen, no se pierdan la oportunidad de observar este lugar que es especial para sacar fotos”, apura saludando el Sr. D cuando cámara en mano ingresé al lugar sin percatarme que ese era su hogar.

El portón de hierro sin vidrios, pero con una manta que impide que el viento del invierno penetre con filo cruel en su humanidad, da lugar a una gran sala llena de fosas, túneles subterráneos y torres derruidas. El techo da la impresión de caerse en cualquier momento, y el soplido de la ventisca atraviesa el interior sin pedir permiso. Sin embargo, el Sr. D acomodó con sumo orden su cama y todas sus pertenencias en el rincón más resguardado del edificio de 598 metros cuadrados, justo al lado del portón de entrada.

Vista desde el interior de los viejos depósitos (foto: Mauricio Bustos Crespi)

La idea de poner en valor y generar en el interior de este edificio construido entre  1890  y  1892  y clausurado en 1963, un espacio destinado a resguardar la memoria de las comunidades de inmigrantes que se establecieron en la región, tuvo la fortaleza y la constancia que tienen las políticas destinadas a impedir que ciudadanos como el Sr. D se queden sin trabajo, en la calle, y librados a la suerte errante del expulsado del sistema.

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“La verdad es que la gente entra aquí y me ayuda con lo que puede. Hasta que arrancó la pandemia conseguía changuitas que me permitían sobrevivir. Cortaba el pasto en alguna casa, ayudaba a pintar algún frente, o los muchachos de la Estación de Servicio de la curva me permitían rebuscármela allí. Pero con la pandemia todo se complicó, y ni siquiera viene ya mucha gente a la que puedo hacer de guía por este edificio”, se lamenta “D”, mientras me guía hacia un ala de la vieja construcción en donde la vegetación se confunde con las paredes y el sol pinta de cientos de tonos verdes todo el espacio.

Foto: Mauricio Bustos Crespi

Visitar el lugar es lo más parecido a la aventura, ya que te obliga a estar siempre atento y mirar hacia todos lados, ya que el peligro puede llegar por sorpresa tanto sea por arriba o por abajo, por izquierda o por derecha… Chapas sueltas en el techo y en las paredes, pozos profundos, túneles húmedos y con alimañas, vidrios rotos, vegetación enmarañada y fuel oil desparramado por todos lados es a lo que se tiene que enfrentar el visitante al recorrer el lugar, que por cierto, arquitectónicamente, da indicios de que fue una obra de avanzada.

El Señor D se despide señalando el camino simple para ir a conocer las viejas locomotoras que se encuentran detrás del edificio, aunque con un guiño de ojo asegura que es mucho más interesante seguir el senderito entre los árboles para descubrir también los viejos tanques, las calderas y las fosas que se comunican desde el exterior con las que se encuentran dentro del edificio. “Siga el camino de la brea” dice con una sonrisa y se despide con la amabilidad que el devenir de la vida no ha tenido con él.

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