«Hay que mirar a Chile». Hace años que veníamos escuchando esa frase. Economistas ortodoxos, políticos y periodistas de derecha, el ex presidente Macri; todos nos decían que teníamos que mirar a Chile.
Mientras aquí nos endeudaban por generaciones sin que veamos un céntimo, mientras a pulso de tres devastadoras devaluaciones (diciembre de 2015, abril/mayo y agosto de 2018) nos pulverizaban el poder adquisitivo, mientras la actual presidenta del Pro, Patricia Bullrich y sus laderos reprimían con gendarmes y prefectos a los mapuches hasta el punto de matarlos por la espalda.
Mientras con sus políticas económicas promovían una pornográfica timba financiera, el cierre de pymes y comercios, el aumento sostenido de la desocupación, la pobreza y la indigencia, la debacle del turismo interno, la profundización de la crisis de la educación y la salud públicas.
Mientras usaban la justicia para encarcelar opositores, agrietaban a la sociedad hasta niveles desconocidos desde 1955, nos «ocultaban» al único Papa argentino de la historia de la humanidad porque osaba decir que la economía liberal «excluye y mata», mientras nos decían que había que achicar el Estado en tanto lo agrandaban (menos en educación y salud).
Mientras evadían, lavaban y fugaban miles de millones al tiempo que nos recomendaban abrigarnos en casa para gastar menos gas, mientras hacían tremendos negociados a la vez que nos distraían con fotocopias de cuadernos de un chofer y excavaciones patagónicas en busca de dos PBI.
Mientras deshacían todo lo que estaba más o menos bien y empeoraban hasta el infinito todo lo que estaba mal, nos recomendaban una y otra vez mirar a Chile, el ejemplo a seguir.
Un día, mientras aquí se frenaba en las urnas la tercera debacle planificada de los últimos 40 años, en Chile saltaba por los aires un sistema de desigualdad social tan profundo como invisible desde este lado de la cordillera.
Un estallido social que impactó a toda la comunidad internacional y que, lejos de menguar ante la brutal represión del gobierno del multimillonario Sebastián Piñera, parecía alimentarse y crecer con cada disparo de los carabineros, hasta enterrar al neoliberalismo allí donde se gestó.
Algunos malabaristas de la pluma echaron a volar la imaginación para tratar de convencernos de que eso no implicó una revuelta social contra el neoliberalismo, sino apenas un descontento por alguna situación de desigualdad social. Los cientos de miles de manifestantes que una y otra vez salieron a las calles, con sus pancartas, cánticos, pintadas y declaraciones nos decían todo lo contrario.
La profundidad de los cambios que se empezaron a gestar en Chile con las primeras megamovilizaciones estudiantiles, y que finalizaron con la peor derrota de la derecha trasandina desde 1965 a manos de los independientes y la ultraizquierda, se corporizaron con la elección de la académica y activista mapuche Elisa Loncón como presidenta de la convención constituyente que demolerá la carta magna de la dictadura pinochetista.
Y para que no les queden dudas a aquellos malabaristas de la pluma, vale recordar que los mapuches fueron claves en la resistencia al modelo neoliberal impuesto por la dictadura y conservado por la Concertación (alianza de partidos moderados).
«Heredada de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990), la actual ley fundamental es repudiada por amplios sectores del país por su corte neoliberal, y por haber privatizado servicios básicos como el agua, la educación o las pensiones» (BBC Mundo, 4 de julio de 2021).
Sí. Quizás tengan razón los gurús de la derecha: hay que mirar a Chile. Gracias por el consejo.