Leyendas platenses que aún perduran

El "hombre chancho", el novio que dijo "no" frente al altar, la "viuda peligrosa" y el ladrón de la bufanda

"No quiero", dijo el novio frente al altar (Imágen ilustrativa)

En La Plata han ocurrido como en todas partes del mundo dramas sensacionales, crímenes espantosos y una larga lista de episodios incruentos que en su hora mantuvieron tensa la expectación pública. Leyendas adornadas por la superstición y la fantasía popular, descripciones folletinescas y un cúmulo de pormenores que llegan hasta nuestros días, como un eco lejano, en la evocación de la historia superficial de la hoy grandiosa capital de la provincia.

El hombre chancho

A principios del siglo pasado la aparición de un hombre cubierto con el cuero de un animal originaba comentarios fabulosos. Estaba el país en la época del centenario celebrado con la presencia de la Infanta Isabel, y también en la época del cometa Halley, fenómeno sideral que convulsionó a todos, en muchos había tomado cuerpo la suposición de que se produciría el choque de aquel cuerpo celeste con la tierra y sobrevendría “el fin del mundo”, como se decía entonces. Por conducto de la imaginación, se tejía la más curiosa novelería, con tintes dramáticos unas, risueñas otras, y hasta alguien tuvo la osadía de echar a rodar la versión de que en la cáscara de huevo recién puesto podía leerse aquel fatídico presagio: “el fin del mundo”.

Pero dejemos al centenario y al Halley para continuar con los personajes de leyendas. El “Hombre Chancho” había elegido para sus andanzas lo que es hoy la plaza Máximo Paz, en 13 y 60, se trataba entonces de un potrero desierto, oscuro, de manera que el lugar resultaba propicio para atracos o artificios urdidos para sembrar pavor.

Con el factor favorable de la escasez de policía el personaje anduvo mucho tiempo haciendo de las suyas, asustando y corriendo a la gente parece que por puro espíritu de diversión, mientras daba lugar al comentario y originaba un motivo de preocupación en los vecinos de aquella zona.

Un antiguo policía aseveró que cuando se deslizaba en las sombras no se cubría con un cuero de porcino como lo significaba su mote de “Hombre Chancho” sino con el de un can inmenso, y que se le debió llamar el “Hombre Perro”. Pero la verdad es que existió y pasó a formar parte de la leyenda popular.

Así es que paulatinamente la imaginación popular,  propensa siempre a magnificar los hechos y a deformar las proporciones, le asignaba una audacia extraordinaria y si robaban gallinas era el mismo personaje y así se fue tornando en leyenda, lo cierto es que parecía que “el hombre chancho” estaba en todos lados, pero el personaje tenia nombre y apellido, se llamaba Evaristo Álvarez y fue atrapado en la calle 35 a la altura de  11.

Lo cierto que este ladrón fue perseguido y finalmente detenido por el agente Britos y se le encontraron varios objetos, entre ellos prendas de vestir, un reloj dorado con cadenas. En su confesión el ladrón dijo que utilizaba un gabán con su parte interior hacia afuera, de pana color cebra, guantes color crema de cuero y lentes, lo que por cierto le daban un aspecto grotesco. Se le dio ese nombre, como podría haber sido cualquier otro tipo de animal. Finalmente, el juez del crimen Dr. Ureta, le dictó una condena de dos años.

¡Cuidado con la viuda…!

Un tiempo más acá, en 1915, se hablaba de “la viuda” (presunto hombre), que con la negrura de sus ropas aparentaba haber quedado desolada y aceptaba los galanteos del ocasional ingenuo sin otro fin que despojarlo con amenazas de algunos pesos cuando todo parecía color de rosas y vislumbraba el galante una conquista imprevista.

Por ello, cada vez que se despedían los amigos en el centro, se escuchaba esta prevención: “¡Cuidado con la viuda…!”.

El hombre de la bufanda

Y llegamos así al “hombre de la bufanda”, cuando la Ciudad había traspuesto su cincuentenario allá por junio de 1938, de manera que es una leyenda que surgió sobre hechos reales. En noches de invierno se registraron sucesivos asaltos de menor cuantía, por lo general fuera del radio céntrico. Los damnificados coincidían sólo en un detalle, el asaltante usaba bufanda. En cuanto a la filiación se formulaban muchas variantes, unos lo pintaban morocho, grueso y de baja estatura y otros, por el contrario, lo notaban rubio y alto.

Aquel punto de coincidencia, la bufanda, hizo que un cronista lo motejara y lanzara la noticia de que ya se le podía llamar “El hombre de la bufanda”. Una ocurrencia que quizá ni él mismo pensó en la trascendencia que adquiriría para el público. Los asaltos continuaron y también se empeñaron en señalar las nuevas victimas en que era el mentado sujeto porque llevaba bufanda.

Creado de esa manera el personaje, al entrar la noche se miraban con desconfianza quienes vestían tal prenda, no obstante ser tan común en esa temporada del año. El paso de un hombre parecido al descrito, el menor ruido en un cañaveral o la permanencia de algún individuo desconocido en el barrio, eran suficientes para movilizar a la policía.

En una oportunidad se confundieron dos investigadores y uno de ellos sospechando que tenía frente a sí al delincuente, le hizo fuego con el revolver, hiriéndolo en una pierna.

Ocurrieron otros asaltos, hasta que una madrugada el entonces jefe de investigaciones llamó al cronista para anticiparle por teléfono: “Aquí tenemos a su hombre…! ya frente al individuo, el cronista interrogó al preso, un muchacho rubio que confesó haber cometido varios atracos. Pero no era, no podía ser el “hombre de la bufanda”. Resultó un émulo, quedando aclarado el punto al expresarse de esta manera: “Y… como al ´hombre de la bufanda´ nunca lo detenían, yo pensé que simulando ser él la gente no me iba a oponer resistencia”.

En definitiva, el “hombre de la bufanda” se popularizó y no sólo sirvió para extensas crónicas, sino también para manifestaciones teatrales y hacer caricaturas de algún personaje público de esos momentos.

Finalmente fue apresado el asaltante, durante una recorrida que realizaban dos oficiales de investigaciones detuvieron a un individuo sospechoso y le secuestraron un pequeño revolver oxidado y sin balas y lo condujeron a la comisaria. Resultó ser Francisco González, de 22 años, que tenía captura recomendada por deserción del Regimiento 7° de infantería. Sometido a interrogatorios, terminó por confesar ser el “asaltante de la bufanda” que ha cometido diversos asaltos en nuestra ciudad.

Digamos finalmente que con la detención de aquel muchacho cesaron los asaltos, quedando el asunto sepultado en el rincón de los recuerdos.

El novio dijo ¡No!

En el mes de octubre de 1980 se publicitó un episodio que dio para los comentarios más diversos, algunos dicen conocer a las personas, otros aseguran haber estado en el lugar, otros que el hecho fue para tapar otras cosas o desviar la atención a través del diario y que en realidad no sucedió.

Lo cierto es que un matrimonio se había consumado en el registro civil, más precisamente un jueves, sin duda para la ley la ceremonia más importante, desde el punto de vista jurídico el matrimonio en aquel tiempo era la unión de dos contrayentes de conformidad a las normas civiles. El acto matrimonial prestado ante un funcionario público que da fe, ante la pregunta si se aceptan como matrimonio. El acto queda registrado en un acta, que acredita la realización del mismo. Después vino el arroz y la foto con la libreta, las felicitaciones y allí termina esta parte.

Para la novia el más importante es el acto en la iglesia, allí entra acompañada generalmente por su padre y luce su vestido y el novio la espera en el altar. En principio todo funciona así, algunos afirman que la boda fue en San Ponciano, la entrada de los futuros cónyuges se realizó sin contratiempos, nadie podía imaginar lo que después sucedería.

La marcha nupcial y el lento tránsito hasta donde el novio la esperaba. Las palabras del oficiante siguiendo el protocolo nupcial y ante la pregunta la novia respondió con el acostumbrado “si quiero”, pero la respuesta del novio para la misma interrogación ante el estupor general fue un “no” rotundo, el sacerdote formuló nuevamente la pregunta por si no se había escuchado bien, la respuesta fue negativa.

El murmullo crecía en la adornada y repleta iglesia, el cura insistió y el novio acaloradamente en otro tono replicó “no”, el cura entonces increpó al novio diciéndole si no creía “que era un poco tarde para darse cuenta de que no quería casarse con su prometida” y la razón que los acontecimientos llegaran a tal extremo, a lo que el novio le contestó con un “voy a explicar por qué”. Y a continuación tomó el micrófono, y dirigiéndose a los presentes, explicó que se negaba a casarse dado que quien iba a ser su esposa ante Dios y que ya lo era ante la ley, lo había engañado con el padrino de la boda.

La madre de la novia gritó entonces “no, eso es mentira” a lo que el joven contestó: “Señora, dan fe de mi acusación los señores tal y tal” que se hallaban en la primera fila, de allí en más la novia estalló en una crisis nerviosa agarrándose a golpes con la hermana de su frustrado prometido y el padre de la muchacha se lanzó sobre el novio a trompadas. La imagen general era un bochorno, pero la violencia no llegó a mayores gracias a la intervención del cura y de algunos presentes.

¿Pero cómo se llegó a esto?, todo sucedió después del acto civil, donde un amigo del novio lo alertó de la infidelidad de la novia, con fundamentos precisos para avisar al futuro esposo, según transcendió el amigo aseguró que la novia lo engañaba con su mejor amigo, indicando que podría demostrarle ese mismo día, dónde y con quién lo hacía. 

Es así que poco después, los dos jóvenes junto a un tercero, partieron en automóvil hacia la zona norte de las afueras de La Plata, donde se encontraba un hotel alojamiento de los denominados transitorios, con una cámara fotográfica. Una vez en el hotel señalado por el amigo que denunciara el engaño, los tres aguardaron la salida de la pareja, tomándoles varias fotos, en el instante preciso en que abandonaban el lugar, sin ser vistos por los infieles, acto seguido el novio y sus amigos fueron al estudio de un escribano, donde labraron una constatación con la denuncia del novio y los dos testigos, y la constancia de que el engaño podría evidenciarse por medio de las imágenes tomadas, asimismo según trascendidos un abogado habría asesorado al novio sobre los pasos a seguir para lograr la nulidad del casamiento legal y poder luego iniciar un juicio por adulterio.

Así fue que el joven decidió concurrir al oficio religioso dejando que todo siguiera su curso, aunque alertando a su familia para que no concurriera, que fue lo que más llamó la atención a muchos de los que asistieron.

Para hacer más escandaloso el enfrentamiento, pero que no pudo confirmarse, la versión indicaba que la novia habría fugado con el padrino a Chascomús luego del escándalo para esconderse en casa de unos parientes.

Esto aconteció en La Plata hace más de tres décadas, ¿es inverosímil pensar que sucedió? yo creo que no, lógicamente dada la sociedad de aquella época, la vergüenza para las partes implicadas en una comunidad, por entonces más apegada a las tradiciones, hizo que se negara el episodio.

 

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