Yo no lo inventé a Perón

En la radio, Enrique Santos Discépolo creó en 1951 un espacio llamado “¿A mí me la vas a contar?”, desde el cual mantuvo 39 inolvidables charlas con “Mordisquito”, un personaje inventado por él que representaba al típico tilingo de clase media que se beneficiaba con el peronismo pero, no obstante, se le oponía irracionalmente. Cualquier semejanza con la trituradora mediática que viene moldeando a gran parte de la sociedad argentina desde hace largos años, no es mera casualidad

Enrique Santos Discépolo (crédito imagen: Caras y Caretas)

Enrique Santos Discépolo, Discepolín, nació en el porteño barrio de Balvanera el 27 de marzo de 1901. Y murió en el mismo barrio, 50 años después, de un ataque al corazón. Fue un intelectual, actor, director, dramaturgo, compositor y cineasta, a quien, cuando se convirtió apasionadamente al peronismo tras un pasado anarquista en los años 20, el ambiente intelectualoide y antipopular de mediados del siglo XX se encargó de reducir a “un letrista de tango” y a ningunear hasta provocarle una tremenda angustia que lo enfermó.

Desde la radio, en julio de 1951 Discepolín creó un espacio llamado ¿A mí me la vas a contar?, desde el cual puso al aire 39 charlas con Mordisquito, un personaje que venía a representar al típico tilingo de clase media que se había beneficiado y se beneficiaba con el peronismo pero, sin embargo, lo criticaba y se le oponía irracionalmente.

Ese clasemediero incomprensiblemente antiperonista nació con el peronismo y tuvo vigencia desde entonces hasta hoy en día, cuando quizás haya llegado a su cenit. Arturo Jauretche lo definió como el medio pelo.

Crédito imagen: El Desconcierto

Norberto Galasso, uno de los más reconocidos biógrafos de Discépolo, lo definió como “una de las tantas víctimas de la deformación cultural operada por el aparato ideológico colonial, dirigido a obnubilar nuestro pensamiento”.

“A través de esa ‘colonización pedagógica’, como la llamaba Jauretche, la clase dominante aniquila en vida y aún después de muertos a quienes osan quebrar los cánones establecidos, y cuando le resulta imposible el silenciamiento, procede a tergiversar su mensaje intentando esterilizarlo”, añadió Galasso en su libro Mordisquito, ¡a mí no me la vas a contar! (Editorial Realidad Política, julio de 1985).

¿Acaso alguien encuentra semejanzas con la trituradora mediática que viene moldeando a la sociedad argentina desde, por lo menos, 2008? Pues no es una mera casualidad. Ergo, Discepolín, como todo intelectual comprometido con la causa de su pueblo, fue un adelantado.

Siguió Galasso. “Así (esa clase dominante) fabricó un Homero Manzi nostálgico para escabullir al fundador de FORJA; un Guido y Spano lírico que recibe en la cama a los chicos del colegio, para ocultar al acusador del mitrismo en la guerra de la Triple Alianza, y un Felipe Varela que ‘matando viene y se va’, para esconder al caudillo que convoca a la unión latinoamericana contra la opresión extranjera”.

Cabe destacar que Jauretche discrepó con esa descripción tan atribulada de Discépolo, pues opinó que de alguna manera ocultaba la alegría y la enorme convicción con las cuales hizo suyas las banderas peronistas.

La defensa poética y ardiente del Gobierno popular que hizo Discepolín desde su programa radial “¿A mí me la vas a contar?”, feroz retrato de “Mordisquito”, compendio de una clase social superficial, regida por las apariencias y el lugar común, le granjeó el odio y el desdén del sector social al que pertenecía, pero el amor incondicional de los más humildes

Con ironía y vehemencia, y con ‘pura poesía’, a diferencia de los bizarros mensajes cargados de mentiras y violencias que se viralizan hoy en 140 caracteres, Discépolo defendió “lo que él entendía un avance en el campo político y social, el gobierno del General Juan Perón”. Y lo hizo a pesar de ese ninguneo que le devolvió su sector social cargado de odio.

Crédito imagen: Antígona libros

“La radio fue el vehículo que utilizó para difundir su ideario (…) Transcribimos, a continuación, el último texto leído por Discépolo, el 10 de noviembre de 1951, un día antes de las elecciones que concluyeron con un triunfo arrollador de la fórmula Perón-Quijano”, escribió Ricardo García Blaya en el portal Todo Tango.

Le dijo aquel día Discepolín a Mordisquito: “Bueno, mirá, lo digo de una vez. Yo no lo inventé a Perón. Te lo digo de una vez, así termino con esta pulseada de buena voluntad que estoy llevando a cabo en un afán mío de liberarte un poco de tanto macaneo. La verdad: yo no lo inventé a Perón, ni a Eva Perón, la milagrosa. Ellos nacieron como una reacción a tus malos gobiernos. Yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón ni a su doctrina. Los trajo, en su defensa, un pueblo a quien vos y los tuyos habían enterrado en un largo camino de miseria. Nacieron de vos, por vos, y para vos. Esa es la verdad…

Pero mejor compartamos la excelente reversión de esa charla de Discepolín -una pieza indispensable de la cultura popular- que hizo el actor Un Rubio Peronista.

Galasso contó en su libro que “así como fue despreciado por la oposición, cuando se dirigió a la Casa Rosada para saludar a Perón por el triunfo en la elección del 11 de noviembre de 1951, la multitud al reconocerlo lo vivó y lo levantó en andas (…) Una vez en su casa, mientras descansaba, un griterío lo despertó: es que parte de los manifestantes se dirigieron a su hogar para saludarlo y reconocer que parte del triunfo también era suyo”.

El autor de tangos de oro, imprescindibles como Yira yira (1929), Cambalache (1934), Uno (1943), Cafetín de Buenos Aires (1948), entre otros, falleció un mes y monedas después de ese enorme triunfo electoral. El 23 de diciembre de 1951 sufrió un accidente cerebrovascular (ACV).

“Mordiquito, pasaste de náufrago a financista sin bajarte del bote»

Las 39 charlas de Discepolín con Mordisquito son imperdibles (se pueden leer en la web pensamiento discepoleano). Aquí transcribimos la charla 2, primero, y recordamos por último el videoclip que hizo con Carlos Gardel para presentar Yira yira.

Charla 2

“Resulta que antes no te importaba nada y ahora te importa todo. Sobre todo lo chiquito. Pasaste de náufrago a financista sin bajarte del bote. Vos, sí, vos, que ya estabas acostumbrado a saber que tu patria era la factoría de alguien y te encontraste con que te hacían el regalo de una patria nueva, y entonces, en vez de dar las gracias por el sobretodo de vicuña, dijiste que había una pelusa en la manga y que vos no lo querías derecho sino cruzado. ¡Pero con el sobretodo te quedaste! Entonces, ¿qué me vas a contar a mí? ¿A quién le llevás la contra?

“Antes no te importaba nada y ahora te importa todo. Y protestás. ¿Y por qué protestás? ¡Ah, no hay té de Ceilán! Eso es tremendo. Mirá qué problema. Leche hay, leche sobra. Tus hijos, que alguna vez miraban la nata por turno, ahora pueden irse a la escuela con la vaca puesta. ¡Pero no hay té de Ceilán! Y, según vos, no se puede vivir sin té de Ceilán. Te pasaste la vida tomando mate cocido, pero ahora me planteás un problema de Estado porque no hay té de Ceilán.

“Claro, ahora la flota es tuya, ahora los teléfonos son tuyos, ahora los ferrocarriles son tuyos, ahora el gas es tuyo, pero… ¡no hay té de Ceilán! Para entrar en un movimiento de recuperación como este al que estamos asistiendo, han tenido que cambiar de sitio muchas cosas y muchas ideas; algunas, monumentales; otras, llenas de amor o de ingenio; ¡todas asombrosas! El país empezó a caminar de otra manera, sin que lo metieran en el andador o lo llevasen atado de una cuerda; el país se estructuró durante la marcha misma; ¡el país remueve sus cimientos y rehace su historia!

Crédito imagen: Télam

“Pero claro, vos estás preocupado, y yo lo comprendo, porque no hay té de Ceilán. ¡Ah… ni queso! ¡No hay queso! ¡Mirá qué problema! ¿Me vas a decir a mí que no es un problema? Antes no había nada de nada, ni dinero, ni indemnización, ni amparo a la vejez, y vos no decías ni medio; vos no protestabas nunca, vos te conformabas con una vida de araña.

Ahora ganás bien; ahora están protegidos vos y tus hijos y tus padres. Sí, pero tenés razón: ¡no hay queso! Hay miles de escuelas nuevas, hogares de tránsito, millones y millones para comprar la sonrisa de los pobres; sí, pero claro, ¡no hay queso! Tenés el aeropuerto, pero no tenés queso. Sería un problema para que se preocupase la vaca y no vos, pero te preocupás vos.

“Mirá, la tuya es la preocupación del resentido que no puede perdonarle la patriada a los salvadores. Para alcanzar lo que se está alcanzando hubo que resistir y que vencer las más crueles penitencias del extranjero y los más ingratos sabotajes a este momento de lucha y de felicidad. Porque vos estás ganando una guerra. Y la estás ganando mientras vas al cine, comés cuatro veces al día y sentís el ruido alegre y rendidor que hace el metabolismo de todos los tuyos. Porque es la primera vez que la guerra la hacen cincuenta personas mientras dieciséis millones duermen tranquilas porque tienen trabajo y encuentran respeto.

Crédito: Taringa!

“Cuando las colas se formaban no para tomar un ómnibus o comprar un pollo o depositar en la caja de ahorro, como ahora, sino para pedir angustiosamente un pedazo de carne en aquella vergonzante olla popular, o un empleo en una agencia de colocaciones que nunca lo daba, entonces vos veías pasar el desfile de los desesperados y no se te movía un pelo. Es ahora cuando te parás a mirar el desfile de tus hermanos que se ríen, que están contentos… pero eso no te alegra porque, para que ellos alcanzaran esa felicidad, ¡ha sido necesario que escasease el queso!

No importa que tu patria haya tenido problemas de gigantes, y que esos problemas los hayan resuelto personas. Vos seguís con el problema chiquito, vos seguís buscándole la hipotenusa al teorema de la cucaracha, ¡vos, el mismo que está preocupado porque no puede tomar té de Ceilán! ¡Y durante toda tu vida tomaste mate! ¿Y a quién se la querés contar? ¿A mí, que tengo esta memoria de elefante? ¡No, a mí no me la vas a contar! Mordisquito, a mí no me la vas a contar…

Yira, yira (Carlos Gardel y Enrique Santos Discépolo – 1929)

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