Por Guillermo Siro (*)
Alguna vez escuché decir a uno de los tantos que pregonan acuerdos sociales perdurables en la Argentina que era necesario un cambio de actitud en los actores intervinientes y que “quien se siente a esa mesa de diálogo tendrá que venir de manera muy generosa, como de alguien que tiene que estar dispuesto a perder algo”.
Sin coincidir al extremo con esa premisa, es posible captar esa filosofía. Porque siempre hay que lograr una síntesis entre las visiones pretendidas y las posibles.
Está previsto que en la mecánica del diálogo haya reticencias y sacrificios. Pero el norte es el de lograr un acuerdo a respetar con perspectiva de buena luz al final del túnel.
Un poco de esto se trata cuando se aborda el tema del congelamiento de precios, medida que debe ser transitoria y que ofrezca un tiempo tan breve como necesario para un acuerdo sustentable que garantice la mesa de los argentinos.
Si la decisión de congelar precios de alimentos se adoptó como quien toma la medicina de un botiquín de urgencias, estamos en problemas. Si se hace sólo para ganar una elección hay un pensamiento rebosante de mezquindad.
No sólo se debe recurrir a un acto de grandeza, como de aquel que planta un nogal, que tarda años en dar sus frutos, sino de armar las bases de un esquema sustentable para que la suba de precios deje de ser la gran complicación de la economía.
A los problemas complejos no se les puede responder con respuestas simplistas porque eso sería pura demagogia. Hay que realizar un enfoque holístico que enfrente a todas las variables y actores intervinientes. Que analice las condiciones macroeconómicas, los costos, la distribución y el precio final al consumidor.
Todo esto se debe realizar pensando en que carecemos de un mercado de competencia perfecta que regule precios, donde hay estructuras oligopólicas de producción, sectores mayoristas con rol dominante y donde los minoristas sufren la competencia de hipermercados con alto poder de compra para potenciar sus góndolas en detrimento del comercio de cercanía.
Si a esto agregamos un alto costo financiero bancario y un dólar que tienta a la especulación anti productiva y que complica la reposición de materias primas y componentes importados, estamos ante un verdadero tembladeral.
Ocurrió entonces que, ante un clima de desesperación, se escatiman los esfuerzos por lograr un diálogo constructivo y se apela al dictado de resoluciones que afectan al supermercado familiar o de barrio, poniéndolo en igualdad de condiciones con una cadena multinacional o una mayorista con venta al público. Se expone así nuevamente al comercio de cercanía como el eslabón más vulnerable.
Además, sabemos cómo termina este tipo de resoluciones sin apoyo: en una guerra desigual, con desabastecimientos, con productos con menor gramaje y dimensiones más reducidas y otras consecuencias para el bolsillo de todos.
En conclusión, nadie reclama un acuerdo histórico del palacio de la Moncloa, pero sí un nivel de diálogo con alta responsabilidad.
Vamos a insistir en que el diálogo no se cierra sólo entre Industriales, Comerciantes y Gobierno. Debe comprender a lo más expansivo que pueda tener la cadena de valor. Desde los productores que son formadores de precios, los mayoristas, las grandes hipermercados, los autoservicios y el comercio de cercanía en forma individual.
Pero nuestra concepción de cadena de valor va más allá aún. Debe incluir a los proveedores de materias primas e insumos (algunos de ellos ligados al tipo de cambio), a transportistas y demás prestadores de servicios tercerizados; pero fundamentalmente al sistema financiero y a los trabajadores agrupados en los gremios de cada cadena.
Cualquier exclusión de estos actores deriva en fracaso. Porque cualquiera de ellos que no se sienta obligado e incluido en el acuerdo puede perjudicar al resto, sea por intención o por omisión.
Es con objetivos compartidos donde todos los integrantes de una cadena de valor, incluyendo a los consumidores, pueden generar políticas públicas de impacto virtuoso sobre la economía, con la mejor distribución de bienes y servicios y donde todos ganen.
El Estado debe ejercer, en todo esto, un papel preponderante de mediador pero también de garante de las reglas de juego aprobadas por las partes. El Estado debe extremar su esfuerzo para convocar y comprometerse a trabajar en las condiciones macroeconómicas que garanticen las condiciones del acuerdo: pero siempre el mejor cumplimiento de un acuerdo es cuando hay voluntad, y la ausencia de voluntad es el cumplimiento por imposición, que nunca es recomendada ni bienvenida.
Un buen acuerdo de precios a respetar en forma integral es, en escala, un muy buen antecedente para un futuro acuerdo productivo que implique la recuperación desde la pandemia y un gran salto de calidad
Por ejemplo, si podemos demostrar entre todos que pudimos cumplir con una acuerdo integral de precios, bueno sería lograr una mesa de diálogo de características similares, para hablar y diseñar a la Argentina productiva del presente y del mañana, convirtiendo planes sociales en puestos de empleos de calidad. Empleos que devuelvan la dignidad y que ayuden a la recuperación y el crecimiento de la riqueza.
Como nos dijo aquel impulsor de mesas de diálogo social, no sabemos si estamos dispuestos a perder, pero sí a hacer la pausa y el diálogo. Para eso, debemos mirarnos a los ojos todos los que tenemos responsabilidades sociales para garantizar un futuro de prosperidad.
(*) Presidente de la Confederación Económica de la Provincia de Buenos Aires – CEPBA