“Es indudable que ser honesto, en esta sociedad corrupta, tiene su precio. A la corta o a la larga te lo hacen pagar” (Doctor René Gerónimo Favaloro – 29 de julio de 2000)
¿Qué tan bajo podemos caer como sociedad? ¿Una sociedad puede tener una “personalidad” autodestructiva?
Me decía un amigo a raíz del caso Rodríguez Larreta-Favaloro que para él “en 1966, 1968, 1973 o 74, en una imaginaria compulsa electoral entre Larreta y Favaloro, este último hubiese ganado 99% a 1%”, pero que consideraba que hoy, en otra imaginaria pugna de ese tipo “la sociedad votaría mayoritariamente por Larreta”.
La brutal metáfora sobre la decadencia sociocultural argentina desde “un paso antes” de la dictadura hasta hoy, es interesante. A veces hay que apelar a ejemplos extremos para intentar describir la sensación que desde hace un tiempo recorre, como un inquietante escalofrío, el cuerpo de millones de argentinos y argentinas que creen que el país está ante la última oportunidad de salir del profundo y negro pozo en el que cayó y que, sin embargo, puede perderla.
La debacle argentina empezó en 1976. Y nunca paró. Hoy, la comunidad no parece muy decidida a ponerle un freno a esa estrepitosa caída. ¿Es una simplificación extrema? Veremos…
En el marco de una entrevista que le realizó un periodista del diario El País de España con motivo del bicentenario de la Independencia nacional, le preguntaron a quemarropa al historiador Felipe Pigna: ¿Y cuándo empieza la decadencia?
Respondió: “Con la dictadura militar de los 70 y un poco antes, con el rodrigazo, un plan de ajuste salvaje que acabó con el modelo de distribución peronista (…) Con la dictadura, además, llega el desastre de los desaparecidos porque había mucha resistencia -hubo 200 paros en los dos primeros años del régimen-. El peronismo había logrado una distribución del 51% para los trabajadores y el 49% para el empresariado. Hasta los 70, Argentina tenía índices de pobreza extrema bajísimos para Latinoamérica, índices de educación de niveles europeos e incluso superiores. Mejores que España, por ejemplo. Tenía una muy buena escuela pública a la que iba el 90% de la población, todas las clases sociales. Era una sociedad igualitaria que se truncó en los 70 y apareció una pobreza estructural que se mantiene hasta hoy, con algunos momentitos en los 2000 de recuperación”.
En 1974 el país había conseguido tener pleno empleo, la mejor distribución de la riqueza desde 1949, el mayor nivel de industrialización de su historia. Lo dijo en 2015 el entonces titular de la Unión Industrial Argentina (UIA), Héctor Méndez.
Los medios hegemónicos lo tergiversaron (cuándo no), titulando que Méndez había “advertido” que la producción industrial estaba “igual que hace 40 años”. No obstante, en una entrevista que le hizo un periodista de La Nación, el empresario aclaró que sus dichos contenían una crítica, pero al mismo tiempo “un elogio” porque “en algún momento la Argentina llegó a eso”. ¿Claro no?
En España, quienes andan por los 70 -año más, año menos-, gentes que al morir el dictador Francisco Franco en 1975 andaban por los veintipico, le dicen a todo argentino que les pasa cerca que a mediados de aquella década de 1970 para ellos “Argentina era un faro; era el norte”, por lo cual nunca entendieron cómo a partir de esa época nuestro país no terminó de caer y decenas de miles de compatriotas “súper calificados” emigraron hacia una España que entró en democracia, primero, y en la Unión Europea, después.
Es que había comenzado la decadencia, como bien definió Pigna. Peor aún: el país empezó a bajar por un tobogán enjabonado. Durante la dictadura aumentó sustancialmente la pobreza, el desempleo y el endeudamiento externo, la desindustrialización y una brutal reconcentración de la riqueza en manos de los poderosos (en menos de 7 años los trabajadores pasaron de tener el 51% de la riqueza producida al 22%), todo al ritmo del genocidio de la generación más formada de la historia argentina, hecho que había tenido un “prólogo” en la Noche de los Bastones Largos de la dictadura de Onganía, cuando comenzó la fuga de cerebros: cientos de profesores universitarios y científicos de excelencia (formados en la escuela y la universidad públicas con dinero de todos) fueron obligados a marcharse porque, literalmente, desmantelaron todos sus proyectos, sus equipos de trabajo -humanos y materiales-, bibliotecas y laboratorios enteros.
La dictadura no pudo completar su faena porque la cobarde capitulación en Malvinas de los popes militares apuró su salida. Le faltaba “mucho por hacer”, como privatizar las empresas públicas, por ejemplo. Sin embargo, tras los fallidos 80, el establishment puso a Menem en la presidencia tras hacerle ganar la interna del PJ a Antonio Cafiero, y vinieron los nefastos 90.
Aquel 90% de chicos en la escuela pública se redujo drásticamente pues “florecieron” aquí y allá los colegios privados destinados a una clase media que veía cómo la escuela de barrio en la cual se había educado, y muy bien por cierto, se transformaba en una primaria de 9 años (EGB) donde la inmensa mayoría de los niños que caían día a día en la pobreza iban a comer en vez de a estudiar. Todo planificado.
La decadencia planificada de la educación pública marcó el ritmo de la debacle sociocultural del país. «¿Sigue mereciendo la escuela pública de Argentina la admiración del resto de América Latina?», se preguntaba en 2017 la BBC. Dura pregunta, de difícil respuesta
Pero… Esa misma clase media, antiperonista, se enamoró de la mentira del 1 a 1 y viajó por el mundo, compró autos 0Km, y llegó a tener un nivel de vida impensado (aunque falso). Fue así que en 1995 el menemismo ganó con el voto de la clase media que en 1989 se horrorizaba al ver y escuchar a Menem. Debacle social y económica de los sectores populares, corrupción galopante, educación y salud públicas por el suelo, indulto a los genocidas, cultura de la frivolidad (furor de Tinelli, Susana Giménez, etc)… Nada pudo con el 1 a 1. Al punto que la promesa de la alianza radical encabezada por De la Rúa se aseguró el triunfo en 1999 con el eslogan “Ah! Conmigo un peso, un dólar”.
Diciembre de 2001. Estallido social inédito. Fin abrupto del gobierno de De la Rúa, Patricia Bullrich, Ricardo López Murphy, Domingo Cavallo y compañía. Que se vayan todos. En 2002, Argentina llegó a tener un índice de pobreza cercano al 60% y un desempleo del 25%.
No obstante, Facundo Manes y algunos “colegas” le escribieron una carta a George W. Bush pidiéndole que el FMI no le diese un dólar más a la Argentina hasta que no cumpla con todo lo acordado con ese organismo. ¿Qué era? Un brutal ajuste sobre una sociedad pauperizada.
El verdadero Facundo Manes – Diario La Nación, 7 de abril de 2002
Vino una nueva versión peronista, a la cual enseguida apodaron kirchnerismo. Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Fernández (2007-2015) redujeron la desocupación a un dígito, se sacaron de encima al FMI, redujeron -no lo suficiente ni mucho menos- la pobreza, recuperaron el sistema previsional, pusieron en un plano superlativo a la educación superior y la ciencia -no así a la educación básica-, etc, etc, etc. En 2015 había muchos problemas, pero un gobierno nacionalista con sensibilidad popular los hubiese solucionado y la Argentina hubiera mejorado.
Pero no. La sociedad decidió votar por derecha. Cuatro años después, la situación harto conocida, con un endeudamiento externo de 100 mil millones de dólares; 57 mil millones de ellos, con el FMI. Una deuda total y absolutamente impagable. Otra vez dos dígitos de desempleo, decenas de miles de pymes y comercios quebrados, pobreza por las nubes, corrupción a diestra y siniestra, Patricia Bullrich de nuevo, el radicalismo de nuevo, el Pro como nuevo jugador político, y medios hegemónicos mintiendo todo el día, todos los días.
Pese a todo, Macri fue votado en 2019 por el 41% de la sociedad. Pese a todo -pandemia mundial de por medio-, exactamente los mismos que entre 2015 y 2019 no dejaron nada en pie ganaron las PASO y, dicen las encuestas, se encaminan a ganar las generales del domingo con propuestas de flexibilización laboral, primer empleo joven por 14.000 pesos, despidos sin indemnización, candidatas que dicen que las Malvinas son inglesas, candidatos que fueron asesores de Bussi (el genocida tucumano), Macri gritándole en la cara a todos que se fugó los 45.000 millones de deuda en dólares que contrajo con el FMI y que todos vamos a tener que pagar, Larreta desentendiéndose de Favaloro (pese a que en el 2000 era interventor del PAMI y le negó la millonaria deuda de esa mutual con la Fundación del conocido en el mundo como “héroe de la medicina”), Manes y López Murphy de nuevo, etc, etc, etc.
El oficialismo no es una colección de cerebros privilegiados ni mucho menos, pero aquí queremos destacar “la” noticia de hoy: la Cámara de Diputados de Chile aprobó el juicio político al presidente en ejercicio Sebastián Piñera por aparecer en los Pandora Papers. Aquí, cuando Macri apareció en los papeles de Panamá, no pasó nada; tampoco con los desfalcos del Correo, autopistas del Sol, soterramiento del Sarmiento, mesa judicial, espionaje ilegal con medios del Estado, parques eólicos, fuga -confesada públicamente- de la mayor deuda en la historia del país y del FMI que vamos a tener que pagar todos y todas por generaciones, y siguen las firmas.
¿Los chilenos son mejores? ¿Los españoles son mejores? ¿Los bolivianos son mejores? ¿Los brasileños que en 2022 regresarán a Lula son mejores? No. Quizás, simplemente, tengan instinto de supervivencia… ¿Y aquí? Va de nuevo entonces: ¿Qué tan bajo podemos caer como sociedad? ¿Una sociedad puede tener una “personalidad” autodestructiva? Quizás no… Veremos.