“Agustín está devastado. Pocas veces lo vi así. Y me pregunta, ¿por qué hicieron eso papá? ¿Cómo pueden hacer eso? Yo le contesto. Pero me sigue preguntando… Y me quedo sin respuestas”
Agustín es el hijo de un gran amigo. Tiene 16 años. Juega al fútbol y va a la escuela secundaria. Agustín siente que Lucas González podía ser su compañero de equipo, del colegio, o su amigo del barrio. Y sí.
Lucas podía ser mi hijo, el tuyo, el del vecino. Tu hermano. Tu ahijado. O el sobrino de Fulano, uno de los vejetes con los que jugamos al fútbol 5 y que cada vez que nos falta uno lo trae a Lucas, de 17, que inclina la balanza para el equipo en el que juega. El que después de media hora corriendo yo agarro de la camiseta, lo abrazo y, entre risas, le digo “Perdoná Luquitas, es la única forma que tengo de pararte”.
Lucas creció en un país que, desde hace por lo menos 45 años, algunos convirtieron en el Reino del Revés. Ese donde, como cantaba María Elena Walsh en 1960, nada el pájaro y vuela el pez, el policía dispara a quemarropa y el pibe de 17 muere sin saber porqué ni a manos de quién.
A Luquitas le descerrajaron dos tiros en la cabeza. Se supone que un policía, con otros dos partícipes necesarios. No supo por qué. Ni siquiera supo que eran policías porque nunca se identificaron como tales, pese a que tenían la obligación de hacerlo.
Lo hicieron con las armas que nosotros pusimos en las manos de esos policías para proteger a todos los Lucas, sus amigos y amigas; lo hicieron cobrando el sueldo que todos les pagamos para que garanticen la seguridad de cada chico, de cada chica, de cada hombre y mujer.
Y no fue un caso aislado ni muchísimo menos. Solamente la Policía de la Ciudad de Buenos Aires protagonizó 121 casos de gatillo fácil en sus cortos 5 años de vida, de acuerdo a un informe de la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional: más de 24 por año; más de dos por mes. Sólo en la Capital Federal.
Lucas es víctima de la cultura de la “mano dura” que se instaló en un gran sector de la sociedad el 24 de marzo de 1976 y no se fue jamás.
Lucas es víctima del “hay que meter bala”; del “queso gruyere” del ultraderechista José Luis Espert. Lucas es víctima de “el que quiera estar armado que ande armado” de la ultramacrista Patricia Bullrich; del “si los honestos portasen armas habría menos delincuencia” del neofascista Javier Milei.
De que Mauricio Macri, siendo presidente, y Patricia Bullrich como cabeza de la cartera de Seguridad nacional hayan recibido como un héroe a un policía porque le disparó por la espalda a un delincuente; la misma gestión en ese ministerio bajo la cual efectivos de Gendarmería les dispararon e hirieron a un niño de 8 años, a un adolescente de 14 y a tres adultos de la villa 1-11-14 porque la murga en la cual ensayaban obstaculizaba el paso de una grúa; la misma gestión durante la cual un prefecto mató por la espalda a un joven mapuche. La que puso gente presa porque insultaba al presidente por Twitter. Y un larguísimo etcétera.
Crédito video: Quatro TV Digital
Pero todo ello, desde aquel 24 de marzo de 1976 hasta hoy, tiene corresponsables directos. Igualmente culpables, aunque con las herramientas para confundir y camuflarse: los grandes medios de comunicación y sus “periodistas estrella”.
“No hay que hacer periodismo de periodistas”, sostienen muchos. Respetamos su postura. Pero creemos que no todos los que se autodefinen periodistas lo son. Ser periodista implica un compromiso tal con la verdad que si alguien (o muchos, lamentablemente) la escupe de manera sistemática debe estar ejerciendo otro oficio cuyo nombre desconocemos.
El inspector Gabriel Isassi, a cargo del grupo, el oficial José Nievas y el oficial mayor Fabián López no son un caso aislado, sino la consecuencia de la cultura de la mano dura que desembarcó a sangre y fuego en el país hace 45 años y jamás retrocedió
La “mano dura”, el “hay que meter bala” y el tristemente célebre “en este país la pasan mejor los delincuentes que la gente honesta” (¿se referirán a quienes se robaron los 45 mil millones de dólares del FMI que condicionaron a miles y miles de jóvenes que están pensando en irse del país y que tendrán que pagar nuestros nietos y bisnietos, o a otros?), siempre contaron y cuentan con un coro nefasto en las pantallas de TV, en las estaciones de radio, en los diarios y, ahora, en las redes sociales.
El “periodista” Jonatan Viale diciéndole a viva voz y al aire -en tono de reproche- al primer candidato a diputado nacional de Juntos, Diego Santilli, “estuvimos acá dos semanas hablando del homicidio del kiosquero y ganó el kirchnerismo” en La Matanza, reviste un nivel socio-político-cultural tan pero tan bajo y bizarro que debería ser materia de estudio en las escuelas de comunicación social.
Lamentablemente, ese joven es uno más de un ejército que se pasa la vida desprestigiando a este maravilloso oficio al compás de un compromiso voluntario y (pareciera que) irresistible con intereses inconfesables.
Admitir públicamente de esa manera que utilizaron el tremendísimo crimen del kiosquero de Ramos Mejía, Roberto Sabo, con fines electorales, causa nauseas (vale señalar, porque esos medios no lo dijeron, que más de 50 organizaciones sociales, gremiales y religiosas de La Matanza que acompañaban a la familia del comerciante pidieron públicamente que “no se utilice la tragedia con fines políticos”; no les hicieron caso, por supuesto: no importaba la víctima sino el efecto del terrible suceso en el resultado electoral).
Las mismas nauseas causa ver cómo los mismos grandes medios y los mismos “periodistas” quisieron hacer pasar el asesinato a quemarropa de Lucas como consecuencia de un tiroteo entre policías y delincuentes. Luego, cuando el propio gobierno porteño admitió lo que ocurrió, recularon en chancletas, aunque sin mucho entusiasmo.
Y aquí hagamos un pausa. Pues mañana o pasado puede ocurrir otra tragedia en ocasión de robo, como lamentablemente ocurren a menudo en algún rincón del país, y entonces saldrán a gritar a los cuatro vientos: “¿Vieron que teníamos razón? ¡Mano dura! ¡A meter bala!”.
A ver, ladrones y criminales existen desde que el mundo es mundo. Y, justamente para que defiendan a la ciudadanía se inventó la policía. Eso es una cosa. Ahora bien, tres agentes de civil en un auto sin identificación policial acosando a chicos de entre 17 y 18 años y disparándole dos tiros en la cabeza a uno de ellos, y luego tramando cómo hacerlo pasar por un tiroteo con delincuentes al punto de plantar un arma en el coche, es algo que debería movilizar a toda la sociedad. Siempre y cuando seamos una sociedad sana.
¿LO SOMOS?
Las autocríticas siempre son duras. Difíciles. Muy difíciles. A tal punto que generalmente hablamos de los males argentinos en tercera persona del plural: “Los argentinos son…” ¿O no?
Pues bien: ¿Cuándo y cómo nos permitimos ser una sociedad que rompió casi todos los lazos de solidaridad? ¿Y los valores de los que siempre nos jactamos?
Creemos que el 24 de marzo de 1976 empezó la decadencia planificada. Lo dijimos en una nota así titulada y publicada el 23 de marzo de 2021. También planteamos en una oportunidad ¿Hasta dónde somos capaces de soportar?, cuando Guadalupe (de 21 años) fue corrida, alcanzada y apuñalada por su ex pareja en pleno centro de La Angostura, frente a decenas de turistas y lugareños.
El 23 de junio de 2016, la casa de los padres de Néstor Kirchner fue violentada a las patadas. Uno de los 6 denunciados por Cristina Fernández en aquella ocasión fue el inspector Gabriel Isassi, quien llegó al sur junto a 5 compañeros de la Policía Metropolitana mintiendo que eran turistas
En 1974 la Argentina tenía niveles de inseguridad insignificantes, porque tenía pleno empleo, había logrado el mayor desarrollo industrial de su historia, una distribución de la riqueza 50-50 entre empresarios y clase trabajadora, un 65% de clase media -igual porcentaje que Francia en ese año- y más del 90% de los chicos y chicas en la escuela pública, eje de un sistema educativo que superaba entonces al de varios países europeos, como por ejemplo al de España, entre otros.
Vino la dictadura. En los 90 la clase dominante puso a Menem en la presidencia para terminar de concretar el proceso de decadencia planificado, al que le colocaron la frutilla en el año 2001 De la Rúa y Domingo Cavallo (durante la reciente campaña electoral invitado a muchos programas de TV de los grandes medios para opinar y apoyar las propuestas de JxC o, mejor aún, de Milei y Espert). Hubo un respiro entre 2003 y 2015 que no alcanzó. Y entre 2015 y 2019, lo sabido.
Ahora bien: ¿Cuándo decidimos los argentinos que el camino ya no es recuperar los niveles de vida de 1974 sino la “mano dura” y “meter bala” a quienes durante generaciones no se les dio una sola herramienta para abandonar la pobreza estructural?
¿Cuándo, cómo y por qué nos convertimos en una sociedad que en vez de plantarse ante los poderosos vota como los poderosos y dice querer el mismo país?
¿Cuándo, cómo y por qué nos resignamos a ser el Reino del Revés, del odio, de la intolerancia, del grito, del insulto, del hombre armado en el escenario de un festejo electoral?
Estamos convencidos de que la mayor parte de la comunidad no abandonó los principios y valores históricos. Por ello, por Lucas González y todos los Lucas, el lunes a las 19 nos movilizaremos a la Capital Federal. Y seguiremos apostando y trabajando por enderezar el reino del Revés con honestidad, humildad, austeridad…los pacíficos, los tolerantes, los demócratas, los que queremos andar armados, pero de ideales y utopías.