“Y fue una canción muy vapuleada. Decían que era una melodía muy fácil. Una vez escuché a alguien decir: ‘Si me pongo, escribo de estas diez por día’. Y yo le dije: ‘Bueno, si podés escribir diez por día, yo no quiero diez… ¿me podés escribir una para que pueda grabarla y tenga la repercusión popular de esta?’. Y nunca me la escribió. Se trata de estar con la guitarra ahí, o sentado al piano, y que se dispare la idea de la melodía para que nazca la canción”.
Así se refirió cierta vez Palito Ortega a su tema La felicidad, incluido en el álbum Un muchacho como yo, del año 1967. “La gente en la calle parece más buena / todo es diferente gracias al amor / La felicidad, ja, ja, ja, ja / de sentir amor, jo, jo, jo, jor…”, cantaba el tucumano, entonces de 26 años.
La calle estaba durísima. El 29 de junio de 1966, el teniente general Juan Carlos Onganía había derrocado al presidente radical Arturo Illia, y de inmediato apuntó contra las universidades, el principal foco de resistencia de la ultrapolitizada juventud de clase media a la sucesión de dictaduras militares y gobiernos pseudodemocráticos (el peronismo estuvo proscripto desde 1955 hasta 1973).
Exactamente un mes después de asumir, Onganía dio la orden de desalojar cinco facultades de la UBA que estaban tomadas por estudiantes, profesores y graduados en protesta por la intervención de las casas de altos estudios. Los efectivos de la Policía Federal tenían el mandato de reprimir duramente. Y lo cumplieron. Palazos y más palazos cayeron sobre las cabezas y los cuerpos de alumnos, decanos, científicos… El episodio se conoce hasta hoy como La noche de los bastones largos. Y no fue un acto represivo más, sino que marcó el inicio de la primera “fuga de cerebros”.
Argentina perdió a partir de ese día a muchas de sus mentes más brillantes. Como no pudieron terminar con la faena, diez años más tarde llegó la más atroz dictadura cívico-militar que conoció el país y, con ella, se terminó de perder a la generación mejor formada de nuestra historia. El resto, hasta hoy, es conocido: los fallidos 80, los nefastos 90, el 2001, y la “crisis permanente” que nos siguen diciendo que se soluciona con ajuste y más ajuste por derecha. En fin…
En aquella noche fatídica del onganiato se detuvieron a más de 400 académicos. Se destruyeron bibliotecas de un valor inconmensurable y laboratorios completos. Renunciaron más de 1.300 profesores de primerísimo nivel.
Se marcharon del país 300 académicos; entre ellos, 215 científicos de excelencia que fueron recibidos con los brazos abiertos en las más prestigiosas universidades de Europa, EEUU y de algunos países latinoamericanos.
Se desmantelaron equipos completos de investigación científica, así como equipamiento que ponía al país entre los de punta a nivel planetario. Un caso emblemático fue el de la destrucción de la Clementina (1971), la primera computadora de América Latina, comprada durante el gobierno de Arturo Frondizi y operada por el Instituto de Cálculo de Ciencias Exactas: dimitieron y se fueron del país los 70 integrantes del instituto. También fue hecho trizas el Instituto de Radiación Cósmica e igual camino tomaron sus integrantes.

En más de una nota, 90lineas.com ha remarcado que Argentina, con todo y a pesar de todo, en 1974 logró el pleno empleo, la mejor distribución de la riqueza después de 1949 (51% para la clase trabajadora y 49% para el empresariado), el mayor nivel histórico de desarrollo industrial (proceso iniciado en 1946, continuado entre 1958 y 1962 y conservado mediante durísimas luchas obreras durante las dictaduras de Onganía y Lanusse), y tenía a más del 90% de sus niños, niñas y adolescentes en la escuela pública. Por ello fue “necesario” el sanguinario proceso de 1976 a 1983. Y como el mismo se vio truncado por la derrota en la Guerra de las Islas Malvinas, se completó entre los 80 y, sobre todo, los 90.
¿Quién o quiénes podían querer que Argentina pasase de ser un país soberano y desarrollado a otro subdesarrollado, pobre y con una sociedad totalmente fragmentada y desesperanzada? Eso sí que es tema de otra nota. O de varias. O de libros (muchos de los cuales ya han sido escritos). Pero que el imperialismo existe, existe, así como sus socios internos.
¿Y LA FELICIDAD?
¿Y qué tienen que ver Palito Ortega y La felicidad con todo esto? Mucho. Porque lo que queremos destacar es que la estigmatización del “Rey” fue producto de una mirada tan tonta como sesgada de las causas profundas de nuestros males.
El éxito del cantautor tucumano, quien le cantaba al amor y a las cosas simples de la vida, fue puesto en la mira de la escopeta de muchos: que era funcional al régimen militar de Onganía, primero, y a la dictadura del 76, después. Que distraía a la gente con canciones tontas.
En 1982, cuando en las Islas Malvinas muchos jóvenes eran torturados por los jefes militares, en la porteña ciudad de Buenos Aires se organizó el gigantesco Festival de la Solidaridad Latinoamericana. Lo hizo la dictadura. Y la entrada era un alimento no perecedero o ropa para los “chicos de Malvinas”.
La concurrencia fue masiva. Y el listado de solistas y grupos de música, fundamentalmente de rock, que participaron de aquello, extensísimo. Incluyendo a Charly García, León Gieco, Luis Alberto Spinetta, Litto Nebbia, Pedro y Pablo, Rubén Rada, Raúl Porchetto, Pastoral y todos los que se les ocurra (excepto los platenses de Virus y Los Violadores, quienes se negaron, como contó este diario en una extensa nota).
Fue un enorme fiasco: de todo lo que se juntó, que fue muchísimo, a las islas no llegó absolutamente nada. El final de la guerra y el accionar de los popes militares, todos lo conocemos. ¿Eso convirtió a cada músico o grupo musical en un cómplice del régimen? En absoluto.

¿AGENTES DEL VIETCONG?
En 1964, The Beatles llegó a EEUU y fue recibido por miles y miles de jóvenes enfervorizados. Así dio comienzo la histórica gira de los cuatro de Liverpool por el gigante del norte. Recién habían lanzado A Hard Day’s Night (La noche de un día duro, traducido como Anochecer de un día agitado), que en tierra estadounidense se vendió como I Should Have Known Better (Debería haberlo sabido mejor).
Millones de jóvenes norteamericanos, politizados como casi nunca en la historia de EEUU, militaban contra la Guerra de Vietnam (1955-1975). Eran corridos de aquí y de allá y reprimidos, mientras The Beatles cantaban “Sabes que trabajo todo el día para conseguirte dinero, para comprarte cosas / Y merece la pena solo por oírte decir que vas a dármelo todo / Así que, ¿por qué demonios debería quejarme? / Porque cuando te tengo a solas, sabes que me siento bien”. ¿Acaso eran agentes del Vietcong (Frente Nacional de Liberación de Vietnam) estupidizando a los jóvenes estadounidenses?
Luego, Palito Ortega también fue tildado de colaboracionista cuando hizo películas donde algún militar (generalmente el padre de la chica que quería conquistar) era presentado como un buen tipo.
Esto está muy lejos de ser una apología de Palito Ortega. A quien le guste bien, a quien no, también. Pero el tucumano no fue un agente encubierto del cipayismo argentino ni mucho menos. Fue (y es) un cantante popular. Muy popular. Que le cantó al amor y a las cosas simples de la vida. Que grabó La felicidad y, acto seguido, logró un reconocimiento internacional impensado.
“Llegaba a lugares como Alemania y me presentaban como el autor de La felicidad”, contó Ortega en una entrevista. En su momento, el tema incluido en el álbum Un muchacho como yo logró vender más de 2,5 millones de copias y le dio a su creador grandes dividendos por derecho de autor, ya que fue grabado en español, inglés, italiano, alemán, francés, holandés y sueco”, resumió la periodista Nancy Duré.
En fin, que ya no mezclemos más las cosas. Las causas reales de nuestros males no reposan en el cancionero de ningún artista popular. ¿Y si probamos con buscarlas donde realmente están? Mientras, quienes gusten, canten La felicidad y todas las canciones de Palito Ortega que quieran, sin culpa y con muchas ganas. Que además, es un gran tipo.
Video.- La felicidad (Palito Ortega – 1967)
Bonus track.- Un muchacho como yo (Palito Ortega – 2018)
Les voy a pedir un favor cuándo no tengan algo inteligente y constructivo abstenerse de opinar especialmente cuando se refiera al REY PALITO ORTEGA UN SEÑOR DE A ALA Z