Peronismo y campo
“Una nación, en el concepto moderno, no puede apoyarse exclusivamente en la ganadería y en la agricultura (…) No hay ni puede haber gran nación si no es una nación industrial (…) La República Argentina debe aspirar a ser algo más que la inmensa granja de Europa” (Carlos Pellegrini – diario de sesiones de la Cámara de Diputados de la Nación – 14 de septiembre de 1875)
Esta definición de Carlos Pellegrini en el Congreso de la Nación hacia 1875 la hemos citado en más de un artículo. Pero nos parece fundamental recordarla una y otra vez, pues pone de manifiesto que en el seno de la clase dominante argentina de la segunda mitad del siglo XIX había mentes lúcidas que proponían utilizar las obscenas ganancias que los latifundistas obtenían por la exportación de granos para industrializar el país. Pellegrini no era el único. Aunque esa postura era minoritaria entre la burguesía terrateniente.
¿Qué fue primero? ¿El huevo o la gallina? Pregunta difícil de responder, por cierto. Ahora bien, si tomamos el discurso cuasi hegemónico que coloca alegremente todos los males argentinos en el peronismo podríamos preguntar y preguntarnos: ¿Qué fue primero? ¿El peronismo o el anacrónico sistema latifundista de tenencia de la tierra? La respuesta, en este caso, es mucho más sencilla, pues el primero nació a mediados del siglo XX y el segundo en las profundidades del siglo XIX, concretamente en 1810.
Citaremos, para comprobarlo, al aristócrata industrialista Vicente Fidel López, hijo del autor del himno nacional y maestro de Carlos Pellegrini: “Si tomamos en consideración la historia de nuestra producción interior y nacional, veremos que desde la revolución de 1810, que empezó a abrir nuestros mercados al libre cambio extranjero, comenzamos a perder todas aquellas materias que nosotros mismos producíamos elaboradas y que podían llamarse ‘emporios de industria incipiente’, las cuales hoy están completamente aniquiladas y van camino a la ruina”. ¿Dónde y cuándo hizo esa sentencia? En la Cámara de Diputados de la Nación, el 27 de junio de 1873.
Queda claro que primero fue la gallina… La gallina de los huevos de oro que para la burguesía terrateniente significó el sistema latifundista y la exportación de granos y carnes; sistema que inició con la toma de tierras por medios non sanctos desde 1820 y con la concentración de su propiedad en un grupo de familias, proceso que consolidó definitivamente durante el genocidio llamado Conquista del Desierto (1879-1885).
Cuando el 4 de junio de 1943 se produce el golpe de Estado conocido como Revolución del 43 comienza un cambio en las tradicionales relaciones de poder en la Argentina, que se acentuarían profundamente durante los siguientes 9 años y medio de gobiernos peronistas.
Es que la Revolución del 43 tuvo aspectos que la diferencian de todos los demás golpes. Y uno de los más significativos fue que no respondió a la burguesía terrateniente. Muy por el contrario, destituyó al régimen antidemocrático y fraudulento que comenzó tras el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen en 1930, el cual era financiado y sostenido por la clase dominante con asiento en el sistema latifundista (la tristemente célebre Década Infame). Asimismo, se trató del único golpe de la historia que no fue cívico-militar, sino puramente militar.
Fue en ese contexto que, apenas un año y cuatro meses después del inicio del gobierno de la Revolución, el coronel Juan Domingo Perón, que entonces se desempeñaba como Secretario de Trabajo y Previsión, le asestó un durísimo golpe a la burguesía terrateniente al sancionar el Estatuto del Peón, una norma que cambiaría de la noche a la mañana las condiciones de semiesclavitud en que se hallaba desde el siglo XIX la inmensa mayoría de los trabajadores del campo.
El 8 de octubre de 1944 se sancionó el Estatuto mediante el decreto-ley 28.169. Fue redactado por Tomás Jofré y refrendado por el entonces presidente de la Nación, General Edelmiro J. Farrell. En diciembre de 1946, ya con Perón como presidente, el Congreso lo transformó en la ley nacional 12.921.
¿Qué implicó el Estatuto del Peón?
Así las cosas, millones de peones rurales que “en algunas regiones del país ganaban 12 pesos por mes que no les alcanzaban ni para cigarrillos” y que “andaban harapientos y miserables”, como definió el propio Perón, pasaron a cobrar un salario en blanco de, en principio, 150 pesos; se eliminaron los pagos en bonos canjeables por alimentos (casi siempre en el almacén de ramos generales del propio estanciero); se reemplazó el trabajo “de sol a sol” por jornadas de 8 horas; se estableció el descanso dominical y descansos diarios para el desayuno, el almuerzo y la merienda; se obligó a los hacendados a proporcionar a los trabajadores alojamiento adecuado, asistencia médica y asistencia social, alimento y ropa de trabajo, vacaciones anuales pagas e indemnización en caso de despido. También se fortaleció el poder de negociación de los sindicatos rurales.
En otras palabras: mucho antes del 17 de octubre de 1945, del nacimiento del Partido Peronista y de convertirse en presidente por el voto popular, Perón se ganó el odio de la burguesía terrateniente argentina que, desde el primer cuarto del siglo XIX, se sentía la dueña absoluta del país -un sentimiento que llega hasta nuestros días- por lo que estaba acostumbrada a hacer y deshacer a su antojo.
Pero eso fue sólo el comienzo, pues Perón tenía en mente industrializar el país, para lo cual -como lo tendría que haber hecho la burguesía desde el siglo previo- iba a utilizar parte de las pornográficas ganancias que generaba la exportación agroganadera (así se industrializó, por ejemplo, Estados Unidos). Ese proyecto, ante la negativa absoluta de los estancieros para encarar el desarrollo industrial y la modernización de la nación, derivó en el control total del comercio exterior por parte del Estado, un tema que desarrollaremos en la parte 2 de este informe.
Como también citamos en más de un artículo, el editorialista del ultraliberal periódico británico Financial Times, Alan Beattie, escribió en su libro “Falsa economía: una sorprendente historia económica del mundo” (editorial Riverhead – Nueva York – 2009), que “las trayectorias de dos países como Argentina y los Estados Unidos, que hace un siglo tenían posiciones económicas similares, han sido tan divergentes” debido a “las distintas decisiones que se tomaron en estos dos países desde el principio de su colonización interna. En Argentina, esa colonización llevó a la constitución de una oligarquía agraria que controló la política económica en defensa de sus intereses ganaderos, olvidando los industriales. Como resultado, Argentina se encontró progresivamente ligada a un sector primario exportador poco diversificado y dependiente de la marcha del resto de las economías”.
Eso vino a cambiar el peronismo. Beattie -y no es el único- cree que el proceso de industrialización que llevó a cabo fue “ineficiente”. Lo que el editorialista británico no pone en la balanza es que ni Perón ni ningún gobierno peronista (la etapa liberal menemista es tema aparte) contó con apoyo del poder económico para industrializar y modernizar el país. Todo lo contrario. Siempre tuvo que intentar avanzar en ese sentido con la mayoría de las entidades agrarias, con la Sociedad Rural a la cabeza, enfrentándolo de todos los modos posibles, incluyendo los golpes cívico-militares de 1955 y 1976.
“Obviamente, esto de los 70 años de peronismo es un verso total (…) El peronismo no fue gobierno en esos 70 años, y aún durante gobiernos que se decían peronistas, hubo políticas completamente contrarias (…) Ellos hablan de un modelo socioeconómico cuando dicen 70 años de peronismo. (Pero durante) los 10 años de Menem la política económica fue completamente neoliberal. De hecho, el primer ministro de Economía fue un hombre de Bunge y Born y después vino Cavallo. Entonces no podés sumarlo como parte de eso” (Felipe Pigna: “hay que terminar con esa falacia de los 70 años de peronismo; mentira total” – por Ezequiel Palacios – Agencia Paco Urondo – 13 de octubre de 2019)
Perón dijo sobre el Estatuto del Peón: “Este Estatuto tiende a solucionar posiblemente uno de los problemas más fundamentales de la política social argentina (porque) no es menor la esclavitud de un hombre que, en el año 44, trabaja para ganar 12, 15 ó 30 pesos por mes. Y esa es la situación del peón. Se encuentra en una situación peor que la del esclavo, porque a éste el amo tenía la obligación de guardarlo cuando era viejo, hasta que se muriera. En cambio al peón, cuando está viejo, le dan un chirlo como al mancarrón para que se muera en el campo o en el camino. Es una cuestión que ningún hombre que tenga sentimientos puede aceptar”.
Confesó que la primera carta que recibió fue de su madre, que “tenía una estancia en la Patagonia. ‘Parece que te has vuelto loco, no vamos a poder pagar esos sueldos’, me dijo. Entonces le respondí: ‘Vieja, o pagás o cerrá la estancia. Si no, dejalos ir a otra donde les paguen los sueldos establecidos por nosotros y vos quedate con diez peones en vez de veinte’”.
Rápidamente, los estancieros pusieron el grito en el cielo. La Confederación de Sociedades Rurales planteó que “el Estatuto del Peón elimina la jerarquía del patrón para dejar a los peones o a cualquier agitador profesional conspirar contra la tranquilidad y la vida de las familias y los hombre honestos que trabajan en el campo”. Un dislate absoluto, por supuesto. En tanto, la Sociedad Rural Argentina fue más allá y argumentó que la nueva legislación sembraría “el germen del desorden social” ya que inculcaba en “gentes de limitada cultura” aspiraciones irrealizables.
Es harto conocida la expresión del terrateniente salteño Robustiano Patrón Costas, quien expresó: “Lo que yo nunca le voy a perdonar a Perón es que durante su gobierno, y luego también, el negrito que venía a pelear por su salario se atrevía a mirarnos a los ojos. Ya no pedía, ¡discutía!”.
Así, una burguesía terrateniente que desde principios del siglo XIX se adueñó de las mejores tierras del país por la fuerza, que se valió de mano de obra semiesclava, y que jamás apostó por industrializar la nación, siempre vio en el peronismo su gran piedra en el zapato. El resultado es una nación subdesarrollada. Y aquí vale citar nuevamente al liberal británico Alan Beattie, alguien que por su ideología y formación está a años luz del justicialismo: “Las economías rara vez se hacen ricas sólo con agricultura. Gran Bretaña había mostrado el camino: industrialización. Pero las élites argentinas rechazaron la industrialización para seguir mamando de la teta de la explotación agropecuaria latifundista”.