¿Algún peronista habrá imaginado alguna vez que un gobierno peronista iba a crear un dólar preferencial para que los grandes productores y exportadores del campo “se dignen” a comercializar sus productos y a liquidar las divisas resultantes? La respuesta es simple: No.
Hoy, el denominado “dólar soja” implica para los productores agrícolas un tipo de cambio a 200 pesos, es decir, un 32,5% por encima del valor oficial de la moneda estadounidense. En otras palabras: se ha cedido ante la extorsión del sector que domina la economía argentina desde el siglo XIX, el cual se negaba a operar si el gobierno no realizaba una devaluación.
Es el mismo sector, minoritario pero poderosísimo, que desde el último tercio de aquel siglo XIX se negó sistemáticamente a utilizar parte de las insultantes ganancias que producía la exportación de granos y carnes para industrializar y desarrollar la nación, como en ese mismo momento lo estaba haciendo, por caso, Estados Unidos. Vale recordar que los integrantes de la élite agroganadera eran, en esos tiempos, quienes gobernaban el país; sin intermediarios.
Desarrollistas vehementes que pertenecieron a la clase dominante argentina entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX, como el liberal Vicente Fidel López, su discípulo Carlos Pellegrini, o el presidente de la Sociedad Rural Argentina (1900-1904) Ezequiel Ramos Mexía, vivieron predicando en el desierto del egoísmo, la miopía y el cipayismo de la burguesía terrateniente, subrayando la necesidad de utilizar el campo para industrializar el país. No hubo caso. Y así, hasta hoy seguimos dependiendo de “una buena cosecha”.
Vientos de cambio
Sin embargo, desde el año 1943, cuando el ejército nacionalista le puso fin a la Década Infame, a la burguesía terrateniente se le plantó en sus narices el creador del que llegaría a ser el mayor movimiento sociopolítico de Latinoamérica, el coronel Juan D. Perón, quien junto a muchos camaradas impulsaba un proyecto de país industrial.
Como vimos en la parte 1 de este informe, titulada “Peronismo y campo: un divorcio que abona el subdesarrollo”, la primera gran medida respecto del sector agroganadero que adoptó Perón, desde la secretaría de Trabajo y Previsión del gobierno encabezado por el General Edelmiro J. Farrell, fue la sanción del estatuto del peón rural, oficialmente Estatuto del Peón, a secas.
Que los peones rurales pasaran de trabajar de sol a sol y de lunes a domingos, de cobrar parte de sus jornales en especies y de vivir en condiciones de filoesclavitud a tener jornadas laborales de 8 horas, descanso dominical, salarios en blanco y 10 veces por encima de lo que cobraban, indemnización en caso de despido, vacaciones pagas, y ropa de trabajo y un hábitat digno a cargo del empleador, entre otras cosas, para los grandes propietarios agroganaderos fue, literalmente, una declaración de guerra. Y ellos le declararon la guerra desde ese momento a Perón y al peronismo que nacería formalmente en octubre de 1945.
Y eso no era nada…
Pero el Estatuto del Peón no fue nada con lo que sobrevino: el 28 de mayo de 1946, cuando Perón ya había ganado las elecciones pero aún no había asumido la presidencia, el General Farrell sancionó el decreto-ley 15.350 por el cual se creó el Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (IAPI).
El IAPI fue un ente autárquico que funcionó bajo el paraguas del Banco Central de la República Argentina (BCRA), mediante el cual el Estado monopolizó el comercio exterior. Le compraba la producción a los productores agroganaderos (grandes, medianos y chicos), vendía una parte en el mercado interno a precios accesibles para la inmensa mayoría de la población, exportaba al mundo y utilizaba parte de las ganancias para el desarrollo de la industria nacional.
Antes del IAPI, cuyo primer director fue el titular del banco Central de aquel entonces, Miguel Miranda, la economía nacional -basada casi exclusivamente en las materias primas del campo- era manejada por los grandes capitales locales y extranjeros, con clara preeminencia de los británicos.
Ese modelo económico 100% agroexportador contra el que lucharon en vano los Vicente Fidel López, los Carlos Pellegrini y los Ezequiel Ramos Mexía desde el propio seno de la oligarquía terrateniente, venía del siglo XIX, continuaba vigente a mediados del XX y, salvo durante el primer peronismo (1946-1955) y en parte -retenciones mediante- durante el periodo del denominado peronismo kirchnerista (2003-2015), siempre dominó la economía argentina, condenando al país al subdesarrollo en el cual hoy nos vemos sumergidos.
“El campo no fue abandonado como algunos dicen. Se trajeron comisiones de agrónomos y se hizo un estudio agrológico, el cual permitió distribuir racionalmente la producción en las distintas zonas del país” (Juan D. Perón)
Hasta 1946 “las grandes ganancias eran para los exportadores, mientras que los productores nacionales recibían una paga mucho menor e insuficiente”. Hoy, en pleno siglo XXI, la ecuación no ha variado.
Dijo Juan D. Perón acerca de la política del primer peronismo en materia de comercio exterior: “El sector intermediario era un tumor que estaba allí, absorbiendo la mayor parte de la vida de todos los demás tejidos de la economía argentina (…) Cortamos eso, sacamos el tumor y pusimos la cánula: la cánula ahora es el IAPI”.
Al reemplazar a los grandes capitales locales y sobre todo a los extranjeros en el manejo exclusivo del comercio exterior, el IAPI abrió nuevos mercados. Hasta 1946 “Reino Unido y Estados Unidos eran los principales compradores, pero entre 1947 y 1949 se alcanzaron acuerdos comerciales con Suiza, Hungría, Italia, Holanda, Noruega, Finlandia, Dinamarca, Brasil y Suecia”.
“Si el libre cambio desarrolla la industria que ha adquirido cierto vigor y le permite alcanzar todo el esplendor posible, el libre cambio mata a la industria naciente” (Carlos Pellegrini – 1870)
Otro logro del IAPI fue que conseguía mejores precios. Al contar el Estado con toda la producción exportable en sus manos, comercializaba desde una posición de fortaleza con los compradores.
Asimismo, los productores chicos y medianos, que siempre estuvieron condenados a percibir menos ganancias que los grandes por sus productos, se vieron beneficiados por precios sustancialmente superiores. “Cuando me hice cargo del gobierno, el trigo se pagaba a 6 pesos el quintal, y cuando dejé el gobierno se pagaba a 60 pesos el quintal”, explicó Perón, quien además resaltó que “hubo chacareros que compraron el campo con el beneficio de una sola cosecha” (ver video).
“Se realizó, a pesar de que muchos lo niegan, una reforma agraria que durante el primer Plan Quinquenal (1947-1951) entregó medio millón de hectáreas en propiedad. Y debían haberse entregado un millón de hectáreas más durante el segundo Plan Quinquenal (1953-1957) abortado por el golpe de Estado de 1955” (Juan D. Perón)
Perón habla sobre el campo
En la década de 1870, Carlos Pellegrini advirtió a los terratenientes que ninguna gran nación se desarrolla a partir de una actividad que depende de cuestiones climáticas y del devenir de las otras economías del mundo. Pues bien, el IAPI también actuó en ese aspecto. ¿Cómo? Diseñando políticas para “proteger a los productores locales frente a los cambios en los precios internacionales y la acción de los monopolios internacionales y de los países importadores” (Agenda Peronista).
En la misma línea, el IAPI minimizó -y en algunos casos directamente eliminó- el perjuicio de los vaivenes climáticos sobre la producción del campo.
Reino Unido y Estados Unidos eran los principales compradores, pero entre 1947 y 1949 se alcanzaron acuerdos comerciales con Suiza, Hungría, Italia, Holanda, Noruega, Finlandia, Dinamarca, Brasil y Suecia (Agenda Peronista)
El campo al servicio del desarrollo integral de la Nación (como fue en EEUU)
En el artículo “¿Qué era el IAPI?”, publicado el 25 de marzo de 2019 en el portal de la Asociación de Empresarios y Empresarias Nacionales para el Desarrollo Argentino (ENAC), Eduardo Manuel Miranda detalló que “el IAPI compraba los cereales con destino a la exportación, básicamente trigo, asegurando al productor un precio sostén que se anunciaba previamente, y tomaba a su cargo la colocación en los mercados internacionales, negociando desde posiciones más firmes merced, entre otras cosas, a los importantes volúmenes de que disponía”.
“Intervenía asimismo en la importación de bienes de capital para proveer a la industria nacional”. En otras palabras: utilizaba parte de las ganancias que generaba el campo en el desarrollo de una industria nacional, “en el otorgamiento de créditos (accesibles) a los sectores productivos”, así como en la mejora de la calidad de vida general de los sectores populares.
Desde ya, “el carácter monopólico del Instituto fue motivo de cuestionamientos desde quienes abogaban por la libertad de comercio”, aclaró Miranda.
La palabra de un liberal, miembro de la clase dominante
Aquí vale recordar, una vez más, las palabras del desarrollista decimonónico Carlos Pellegrini, un liberal que hacia 1875 dijo en la Cámara de Diputados de la Nación: “El libre cambio es la última aspiración de la industria, que sólo puede hallar en él su pleno desarrollo, así como la planta busca el aire libre para adquirir elevada talla y frondosa copa. Pero de que la planta necesita el aire libre para alcanzar su mayor crecimiento, no se deduce que no debamos abrigarla al nacer, porque lo que es un elemento de vida para el árbol crecido, puede ser elemento de muerte para la planta que nace. Si el libre cambio desarrolla la industria que ha adquirido cierto vigor y le permite alcanzar todo el esplendor posible, el libre cambio mata a la industria naciente”. Huelgan aclaraciones.
Miranda, por su parte, opinó que “sin introducirnos en el análisis de las bondades o defectos del Instituto, sí podemos decir que los productores sabían a qué atenerse y no estaban expuestos a negociaciones con empresas con posición dominante al momento de vender lo producido”. Y remató: “Ha pasado mucho tiempo y el mundo no es el mismo, ni las condiciones fácticas son las mismas, pero algo se profundizó de manera alarmante: la concentración económica”.