Había tres boxeadores de las épocas de oro de este deporte -años ´70 y ´80- que admirábamos con mi padre, a dos de ellos los pude ver en varias peleas memorables para las que madrugábamos frente al televisor, uno era Marvin Hagler y el otro Ray Sugar Leonard, el tercero demás está decirlo fue Carlos Monzón de quien no me canso de ver videos históricos.
Para quienes no lo conocen Leonard fue a mi criterio uno de los mejores púgiles de todos los tiempos, llevado al plano del fútbol un Pelé o un Maradona. Estilista, bailarín arriba del ring, de un traslado en el cuadrilátero maravilloso y de una sonrisa bien blanca que resaltaba en su cara morena que hacía pensar al espectador que en vez de estar peleando, dando y recibiendo golpes (con las reglas que impone el box claro está) jugaba a otra cosa y se divertía con lo que más le gustaba hacer.
Leonard pasó por La Plata y casi que ni nos dimos cuenta, al menos no aprovechamos su visita al máximo y todo a pesar que llegó con una causa noble.
El más grande boxeador de todos los tiempos estuvo en nuestra ciudad y apenas se enteró una parte de los platenses. Y no hablo de esa parte a la que el box ni le va ni le viene sino de los amantes de este polémico deporte que tuvo enormes glorias argentinas como Víctor Galíndez, Nicolino Locche, el gran «Martillo» Roldán y más acá en el tiempo al oriundo de Santa Fe Juan Martín «látigo» Coggi, por mencionar a unos pocos porque hubo muchos más.
Así describe el periodista Diego Mazzei a Leonard en su nota sobre la llegada al país el 4 de abril del año 2000:
«Eterna, reluciente, la sonrisa parece ingresar en el recinto antes que él. Ray Sugar Leonard esconde su mirada debajo de una gorra azul y amarilla, alejada de cualquier protocolo (no hablaba justamente de los protocolos de estos tiempos). Por primera vez, el ex quíntuple campeón mundial pisó el suelo argentino. Su documento marca 43 años, aunque la delgada figura pretenda quitarle algunos. Su visita a nuestro país, donde llegó ayer por la mañana, es el puntapié inicial de una idea que el ex boxeador tiene muy clara: difundir por el mundo un mensaje para sacar a los jóvenes de la droga. «No violencia, no drogas», reza el leitmotiv que propagan Leonard y compañía.»
Esa campaña antidroga incluía una visita y charla en La Plata el día 5 de abril de ese 2000. El intendente que lo recibió fue Julio Alak, la Ciudad transitaba el conflicto con la venta ambulante -tal como sucede ahora- aunque los barrios crecían en pavimentos y obras estructurales. Unos meses después de la llegada de Leonard a la Ciudad se iba a producir la muerte trágica del cantante Rodrigo exactamente el 24 de junio del año del nuevo milenio.
Me me tocó vivir la llegada del boxeador en la redacción del diario local en el que se publicó el anuncio de su arribo pero luego no se le dedicó las líneas que a mi criterio merecía tan destacada presencia. Tan poca importancia se le ha dado a Leonard que a pesar del motivo de su visita, la lucha contra la droga, ni siquiera las entidades y fundaciones locales dedicadas a desterrar ese flagelo se sumaron a su misión con ese objetivo en común. Muy raro por cierto. Tampoco hay fotos de su visita a la Ciudad, ni siquiera las protocolares.
SU VIDA Y SU TRAYECTORIA
«Sinónimo del pugilismo de las décadas del 70 y del 80, nadie puede obviar el nombre de Leonard a la hora de cualquier balance del deporte de los puños. Y pensar que el boxeo no le atraía para nada. Es que, en su niñez, Ray Charles Leonard sentía tremenda atracción por actividades totalmente ajenas al deporte de los puños», prosigue Mazzei en su relato cuando el boxeador brindó la charla en un salón del Hotel Sheraton Libertador un día antes de esta en La Plata.
Tal vez por influencia de Getha, su madre, que lo bautizó con tales nombres de pila en honor al legendario pianista de jazz y blues Ray Charles, los primeros años del pequeño Leonard transcurrieron en el coro de una iglesia de Maryland. Es más, de pequeño sus preferencias estaban en el patinaje artístico y en el ballet clásico. Queda claro el porqué del inigualable bailoteo que fue marca registrada sobre el ring. Su vínculo con las entidades de bien público empezó desde muy temprano: a los 14 años decidió unirse al equipo de boxeo de un centro de rahabilitación para drogadictos. Así, el pequeño Ray Leonard se puso en marcha para seguir los pasos de su padre, Cicero, un destacado boxeador aficionado de la Armada norteamericana.
Y no paró Ray, posteriormente apodado Sugar, en honor al gran Ray Robinson, uno de los mejores boxeadores de todos los tiempos. Para cuando consiguió la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Montreal, en 1976, ya tenía su primer hijo (Ray Junior), fruto de su vínculo sentimental con Juanita Wilkinson. «Yo fui padre antes de ser campeón mundial. Por eso sé muy bien cuáles son las prioridades. Creo que hay que luchar para que tengan un futuro mejor», se pone serio Leonard en su nota concedida en aquel entonces a La Nación.
Thomas Hearns, Marvin Hagler, Roberto Durán…, nombres ilustres con los que Ray Sugar protagonizó capítulos inolvidables de la historia del boxeo. «Creo que Hagler y Durán fueron los rivales más duros. Bah, todos…», sonrió con una respuesta plena de diplomacia. Y sufre una transpolación al terreno de las hipótesis. «…pero De la Hoya sería más duro que todos, aunque yo siempre le gano al golf», bromeó otra vez.
Sin lugar a dudas es uno de los más grandes de todos los tiempos. Junto con Thomas Hearns, Ray Sugar Leonard es el único pugilista que ganó cinco títulos mundiales en diferentes categorías. Pero la tristeza también se hizo un lugar en su vida. En 1982, un desprendimiento de la retina del ojo izquierdo lo obligó a retirarse en la cúspide de su carrera. «Fue allí cuando caí en la droga. Me junté con gente mala y quise experimentar, pero gracias al amor de mi familia lo superé. Era insoportable, no me gustaba la persona que veía en el espejo», contó a La Nación.
Sin embargo, el campeón volvió en 1997 en una grotesca pelea contra uno de los mejores de ese momento Héctor Camacho. Esa cosa que tienen los boxeadores de quedar en ridículo cuando ya saben que nada podrán hacer contra su rival, fue una mancha negra en la carrera de Leonard que sus fanático prefieren olvidar. Pues con casi 41 años, fue noqueado en el quinto round e hizo añorar con rabia a aquel bailarín de velocidad asombrosa.
«Los boxeadores somos guerreros. En aquella ocasión no volví por dinero, fue sólo por competencia, aunque mi mujer no lo entendió», explicó Leonard.
Leonard llegó a La Plata aquel abril de 2000 no para hablar sólo de box y dejó un mensaje antes de irse: «Esta es mi pelea más dura, más que con Durán, Hearns o Hagler». Hablaba de la pelea contra la droga, sin embargo en la Ciudad pasó casi desapercibido.