El valle y las grutas de Ongamira, ubicados a veinte kilómetros de la encantadora ciudad de Capilla del Monte, en la provincia de Córdoba, pueden ser el simple destino de una excursión turística: se toman algunas fotografías, se aprecia la belleza del paisaje y el singular aspecto de las formaciones geológicas, y se pega la vuelta. O bien pueden ser un “camino de ida” hacia la historia profunda del sangriento saqueo español a los pueblos originarios de la actual Argentina.
Los dueños de esas vastas extensiones, desde el año 200 d.C, eran los comechingones, agricultores y cazadores que vivían en un estado de intensa comunión con la tierra, la exuberante vegetación, el agua que proveía la naturaleza y “sus dioses Sol y Luna, a quienes le atribuían -y atribuyen- la creación de todo lo que conocen, la luz, el alimento y la protección”.
Dicen que “Ongamira tiene una fuerza tremenda: a algunos los atrae y a otros los corre”. Quien visita Ongamira y no se siente atraído al punto de querer quedarse para siempre o, en el “peor” de los casos, de querer volver, debería preocuparse, pues la energía que tiene el lugar es literalmente arrolladora, así como su belleza es lisa y llanamente cautivante.
¿Y todo ello pese a tanta sangre derramada? Sí, porque los comechingones que en 1574 escaparon de los fusiles españoles murieron libres: se inmolaron lanzándose desde el cerro Charalqueta, a 1.575 metros sobre el nivel del mar, en un acto de liberación. “Muertos y libres, jamás esclavos”…

De Córdoba a San Luis
Comechingones, según algunos descendientes de esta etnia nativa de nuestro país, significa “amigos de la tierra”. Pero también están muy extendidas tres explicaciones más. Una asegura que el nombre se lo pusieron, en forma peyorativa, los sanavirones, otros nativos que vivían más al norte, en alusión a las viviendas semisubterráneas que construían los comechingones para protegerse tanto del frío como del calor, así como de las inclemencias del tiempo: en lengua sanavirona, “kamichingan” eran las vizcachas y otros animales que habitaban en cuevas.
Otra afirma que así los bautizaron los conquistadores del imperio español por el grito de guerra que lanzaban los aborígenes. Y finalmente están quienes sostienen que comechingón proviene de la palabra compuesta “camichingón”, que significa “serranías con muchos pueblos”.
Lo cierto es que los comechingones fueron quienes sucedieron, desde el 200 d.C, a la etnia ayampitín, cuya antigüedad se calcula entre 8.000 y 11.000 años. No hace falta insistir (o quizás sí) en que en toda América había culturas milenarias cuando llegaron los “civilizadores” foráneos, y en que tampoco había un desierto allí donde, entre 1879 y 1885, el ejército comandado por Julio A. Roca protagonizó un genocidio para repartir millones de hectáreas entre decenas de familias acomodadas.
Así las cosas, muchísimo antes de la llegada de los españoles, los comechingones habitaban las sierras pampeanas que se extendían en las actuales provincias de Córdoba y San Luis repartidos en dos vastos grupos: al norte, los henia, y al sur los kamiare. “Hoy se reconocen unas 34.500 personas como comechingones o descendientes directos de ellos” y “la mayor parte continúa viviendo en Córdoba” (Pueblos Indígenas).


La masacre
Camino a las Grutas de Ongamira, César, nuestro guía turístico, detiene la combi y señala un páramo situado a la izquierda (ver penúltima fotografía de esta nota). Se calcula que allí vivían entre 2.500 y 3.000 aborígenes comechingones. Cuando el militar español y fundador de Córdoba, Jerónimo Luis de Cabrera, envió al capitán Blas de Rosales en 1574 para reducir a la servidumbre a los aborígenes que estorbaban el plan imperial de hacerse con las riquezas naturales de la zona, comprobó que los comechingones estaban muy lejos de ser engañados con espejitos de colores: defendieron su tierra con un coraje inquebrantable pese al poderío militar del conquistador. Y mataron a Rosales.
Fue entonces cuando Jerónimo Luis de Cabrera encomendó a otro capitán, Antonio Berriú, que acabara con los comechingones. Fuertemente armados con espadas y arcabuces, en un solo día, concretamente el 19 de diciembre, asesinaron a 1.800 hombres, mujeres, ancianos y niños.



Muertos y libres, nunca jamás dominados
Entonces César señala un alto cerro ubicado a la derecha del camino de ripio, y explica que el mismo se llamaba solamente Charalqueta, en honor al dios de la alegría, pero desde aquel momento pasó a tener un segundo nombre: Colchiqui, o dios de la fatalidad y la tristeza. ¿Por qué? Porque antes de ser esclavizados, miles de aborígenes, incluyendo ancianos y mujeres con niños en brazos, se guarecieron en la cima del cerro. Pero como los españoles encontraron la forma de subirlo a caballo, se lanzaron al vacío. Eligieron morir libres antes que vivir dominados. El hecho no tiene parangón en nuestra historia.


Océano Pacífico, Cordillera de Los Andes y después
Las espectaculares formaciones geológicas conocidas como “las grutas de Ongamira” -nombre que proviene, según algunos, del cacique comechingón Onga– son la continuidad de otras muy similares y cercanas conocidas como “los terrones”, y tienen unos 120 millones de años.
Al menos ese es el momento en que se habría formado la cordillera de Los Andes, provocando pliegues y fallas en la corteza terrestre. “Ongamira nació en el período cretácico (el cual empezó hace 145 millones de años y finalizó hace 66 millones de años). Este territorio estuvo bajo el Océano Pacífico hasta que se formó la cordillera de los Andes y el terreno se elevó. Es por esto que no resulta extraño encontrar caracoles de mar entre las capas de tierra, justo allí donde también se pueden observar los restos óseos de los posteriores habitantes” (Ongamira, la tierra que acuna una historia de resistencia – Gobierno de Córdoba Noticias – 11 de octubre de 2015).
Pararse en la base de esas formaciones geológicas de más de 100 millones de años, tocarlas, buscar su máxima altura con la mirada hasta tener la sensación de caerse de espaldas, recibir su energía mientras uno se imagina todo eso bajo el Pacífico, observar sus formas únicas y las marcas horizontales de color negro que fue dejando el mar al romper contra la montaña, contemplar los morteros que los comechingones hacían en la piedra para cocinar, dejarse atrapar por la inmensidad de la naturaleza y la inconmensurable belleza del lugar, lo ponen a uno en contacto con esos hombres y mujeres que defendieron esas tierras hasta inmolarse.
Desde el cretácico superior a la conquista y el saqueo imperial; desde el suicidio colectivo de los comechingones hasta la incomparable hermosura del atardecer en la cima de una sierra llamada Puerta del Cielo… Todo ello está a sólo 20 minutos de Capilla del Monte, en el interior cordobés.

