La larga y oscura noche del 29 de julio de 1966 marcó un antes y un después en la historia de la República Argentina. Nada, desde entonces, volvió a ser en el país como hasta el día previo a esa luctuosa jornada. Peor aún, diez años más tarde iniciaría la dictadura cívico-militar que daría la estocada final a una comunidad nacional que había logrado niveles educativos, científicos y culturales similares -y en algunos casos superiores- a los de las naciones europeas.
En Argentina se había estabilizado un sistema de movilidad social ascendente. Con una enorme red de escuelas públicas -que, por caso, para 1974 ya brindaba educación de calidad al 90 por ciento de los niños y niñas del país-, una clase media en crecimiento -que en ese mismo año de 1974 representaba el 65 por ciento de la población- y el acceso a las universidades de cientos de miles de jóvenes, la nación que comenzó a desandar un camino de desarrollo real al despuntar la década del ‘40 ya mostraba signos inequívocos de progreso y modernización, que el descalabro militar que se produjo entre el 23 de septiembre de 1955 y el 1º de mayo de 1958 pusieron en serio riesgo pero no pudieron detener.
Hasta que…
El 29 de junio de 1966, el teniente general Juan Carlos Onganía derrocó al presidente radical Arturo Illia. Y de inmediato apuntó contra las universidades, principal foco de resistencia de la juventud de clase media a la sucesión de dictaduras militares y gobiernos pseudodemocráticos (el peronismo estaba proscripto desde el ‘55).
La noche de los bastones largos
Exactamente un mes después de asumir, el 29 de julio, Onganía firmó el decreto-ley Nº 16.192 por el cual “se suprimía el gobierno tripartito (docentes, graduados y estudiantes) y la autonomía de las universidades nacionales. Además, se subordinaba a las autoridades de las ocho casas de altos estudios del país al ministerio de Educación, nombrándolas administradoras o instándolas a renunciar en un lapso de treinta días”.
“Esta conducta del Gobierno, a mi juicio, va a retrasar seriamente el desarrollo del país por muchas razones, entre las cuales se cuenta el hecho de que muchos de los mejores profesores se van a ir del país” (De la carta del profesor estadounidense Warren Ambrose, quien estaba en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, a The New York Times)
Ese mismo día, por la tarde, el rector de la Universidad de Buenos Aires (UBA), ingeniero Hilario Fernández Long, rechazó las nuevas disposiciones. “Él y su equipo de asesores presentaron inmediatamente sus renuncias”. Acto seguido, y en señal de repudio a la medida, en las facultades de Ciencias Exactas y Naturales, Arquitectura, Ingeniería, Filosofía y Letras y Medicina, “grupos de estudiantes y docentes decidieron tomar los edificios”.
La noche de los bastones largos
Y se hizo la noche…
A la noche, el gobierno de facto dio la orden de desalojar las cinco facultades que estaban tomadas. Los efectivos de la Policía Federal tenían el mandato de reprimir duramente. Y lo cumplieron. Palazos y más palazos cayeron sobre las cabezas y los cuerpos de alumnos, decanos, científicos… El episodio, conocido como La noche de los bastones largos, no fue un acto represivo más: marcó el inicio de la tristemente célebre “fuga de cerebros” que sufrió la Argentina.
La mayoría de los renunciantes pertenecía a los sectores más dinámicos del cuerpo docente y se encontraban entre ellos muchos de los científicos más calificados de la Universidad, cuya formación había insumido recursos materiales e implicado el trabajo de muchos años. De esta manera, finalizó una de las etapas más renovadoras y transformadoras de la historia del país
El país perdió, a partir de entonces, a muchísimas de sus mentes más brillantes. Y como los analfabetos cerebros dictatoriales no pudieron terminar con la faena, diez años más tarde llegó la más atroz dictadura cívico-militar que conoció la nación, y con ella se terminó de perder a las generaciones mejor formadas de nuestra historia (Luego, lo conocido: los fallidos 80, los nefastos 90, el 2001, y la “crisis permanente” que nos siguen mintiendo que se soluciona con ajuste y más ajuste por derecha).
La noche de los bastones largos
En aquella noche fatídica del onganiato se detuvieron a más de 400 académicos. Se destruyeron bibliotecas de un valor inconmensurable y laboratorios completos.
“Días después, también como acto de protesta ante estos hechos aberrantes, alrededor de 1.300 docentes de la UBA presentaron las renuncias a sus cargos”. Algunos abandonaron la actividad; la mayoría continuó sus carreras como académicos y científicos en universidades extranjeras. Algunos retornaron muchos años después al país; la mayoría, no.
“El impacto de estos episodios sobre la universidad argentina fue sustantivo, ya que la mayoría de los renunciantes pertenecía a los sectores más dinámicos del cuerpo docente y se encontraban entre ellos muchos de los científicos más calificados de la Universidad, cuya formación había insumido recursos materiales e implicado el trabajo de muchos años”. De esta manera, finalizó una de las etapas más renovadoras y transformadoras de la historia del país.
La noche de los bastones largos
Entre los académicos que se fueron del país había 215 científicos de excelencia que fueron recibidos con los brazos abiertos en las más prestigiosas universidades de Europa, EEUU y de algunos países latinoamericanos
Se desmantelaron equipos completos de investigación científica, así como equipamiento que ponía al país entre los de punta a nivel planetario. Un caso emblemático fue el de la destrucción de la Clementina (1971), la primera computadora de América Latina, comprada durante el gobierno de Arturo Frondizi y operada por el Instituto de Cálculo de Ciencias Exactas: dimitieron y se fueron del país los 70 integrantes del instituto. También fue hecho trizas el Instituto de Radicación Cósmica e igual camino tomaron sus integrantes.
La tremenda carta del profesor estadounidense
“El nivel de violencia e impunidad con las que actuaron las fuerzas represivas del Estado impresionaron a la opinión pública y tuvieron repercusiones importantes, incluso en el exterior. Causó un impacto especial la denuncia publicada en el diario estadounidense The New York Times por el profesor norteamericano Warren Arthur Ambrose -considerado uno de los padres de la geometría moderna- quien estaba en ese momento en la Facultad de Ciencias Exactas, donde el desalojo fue especialmente violento”.
La noche de los bastones largos
Carta al Editor
The New York Times
New York, N.Y.
Estimados señores:
Quisiera describirles un brutal incidente ocurrido anoche en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires y pedir que los lectores interesados envíen telegramas de protesta al presidente Onganía.
Ayer el Gobierno emitió una ley suprimiendo la autonomía de la Universidad de Buenos Aires y colocándola (por primera vez) bajo la jurisdicción del Ministerio de Educación. El Gobierno disolvió los Consejos Superiores y Directivos de las universidades y decidió que de ahora en adelante la Universidad estaría controlada por los Decanos y el Rector, que funcionarían a las órdenes del Ministerio de Educación. A los Decanos y al Rector se les dio 48 horas de plazo para aceptar esto. Pero los Decanos y el Rector emitieron una declaración en la cual se negaban a aceptar la supresión de la autonomía universitaria.
Anoche a las 22, el Decano de la Facultad de Ciencias, Dr. Rolando García (un meteorólogo de fama que ha sido profesor de la Universidad de California en Los Ángeles), convocó a una reunión del Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias (compuesto de profesores, graduados y estudiantes, con mayoría de profesores) e invitó a algunos otros profesores (entre los que me incluyo) a asistir al mismo. El objetivo de la reunión era informar a los presentes sobre la decisión tomada por el Rector y los Decanos, y proponer una ratificación de la misma. Dicha ratificación fue aprobada por 14 votos a favor, con una abstención (proveniente de un representante estudiantil).
Luego de la votación, hubo un rumor de que la policía se dirigía hacia la Facultad de Ciencias con el propósito de entrar, que en breve plazo resultó cierto. La policía llegó y sin ninguna formalidad exigió la evacuación total del edificio, anunciando que entraría por la fuerza al cabo de 20 minutos (las puertas de la Facultad habían sido cerradas como símbolo de resistencia -aparte de esta medida no hubo resistencia-). En el interior del edificio la gente (entre quienes me encontraba) permaneció inmóvil, a la expectativa. Había alrededor de 300, de los cuales 20 eran profesores y el resto estudiantes y docentes auxiliares. (Es común allí que a esa hora de la noche haya mucha gente en la Facultad porque hay clases nocturnas, pero creo que la mayoría se quedó para expresar su solidaridad con la Universidad).
Entonces entró la policía. Me han dicho que tuvieron que forzar las puertas, pero lo primero que escuché fueron bombas, que resultaron ser gases lacrimógenos. Al poco tiempo estábamos todos llorando bajo los efectos de los gases. Luego llegaron soldados que nos ordenaron, a los gritos, pasar a una de las aulas grandes, donde se nos hizo permanecer de pie, con los brazos en alto, contra una pared. El procedimiento para que hiciéramos eso fue gritarnos y pegarnos con palos.
Los golpes se distribuían al azar y yo vi golpear intencionalmente a una mujer -todo esto sin ninguna provocación-. Estoy completamente seguro de que ninguno de nosotros estaba armado, nadie ofreció resistencia y todo el mundo (entre quienes me incluyo) estaba asustado y no tenía la menor intención de resistir. Estábamos todos de pie contra la pared, rodeados por soldados con pistolas, todos gritando brutalmente (evidentemente estimulados por lo que estaban haciendo -se diría que estaban emocionalmente preparados para ejercer violencia sobre nosotros-).
Luego, a los alaridos, nos agarraron a uno por uno y nos empujaron hacia la salida del edificio. Pero nos hicieron pasar entre una doble fila de soldados, colocados a una distancia de diez pies entre sí, que nos pegaban con palos o culatas de rifles y que nos pateaban rudamente en cualquier parte del cuerpo que pudieran alcanzar. Nos mantuvieron incluso a suficiente distancia uno de otro de modo que cada soldado pudiera golpear a cada uno de nosotros. Debo agregar que los soldados pegaron tan brutalmente como les era posible y yo (como todos los demás) fui golpeado en la cabeza, en el cuerpo y en donde pudieron alcanzarme.
Esta humillación fue sufrida por todos nosotros -mujeres, profesores distinguidos, el Decano y Vicedecano de la Facultad, auxiliares docentes y estudiantes-. Hoy tengo el cuerpo dolorido por los golpes recibidos pero otros, menos afortunados que yo, han sido seriamente lastimados. El profesor Carlos Varsavsky, director del nuevo Radioobservatorio de La Plata, recibió serias heridas en la cabeza, un ex secretario de la Facultad (Simón) de 70 años de edad fue gravemente lastimado, como asimismo Félix González Bonorino, el geólogo más eminente del país.
Después de esto, fuimos llevados a la comisaría seccional en camiones, donde nos retuvieron un cierto tiempo, después del cual los profesores fuimos dejados en libertad sin ninguna explicación. Según mi conocimiento, los estudiantes siguen presos. A mí me pusieron en libertad alrededor de las 3 de la mañana, de modo que estuve con la policía alrededor de cuatro horas.
No tengo conocimiento de que se haya ofrecido ninguna explicación por este comportamiento. Parece simplemente reflejar el odio, para mí incomprensible, ya que a mi juicio constituyen un magnífico grupo, que han estado tratando de construir una atmósfera universitaria similar a la de las universidades norteamericanas. Esta conducta del Gobierno, a mi juicio, va a retrasar seriamente el desarrollo del país por muchas razones, entre las cuales se cuenta el hecho de que muchos de los mejores profesores se van a ir del país.
Atentamente, Warren Ambrose
Profesor de Matemáticas en
Massachussets Institute of Technology (MIT)
y en la Universidad Nacional de Buenos Aires.
La noche de los bastones largos
Fuentes de consulta: Universidad de Buenos Aires, El Historiador, Ministerio de Cultura de la Nación
La noche de los bastones largos