Imaginar el bosque original que creó en la segunda mitad del siglo XIX Martín Iraola en su estancia, con casi 100.000 árboles de diversas especies, es sencillo. Y maravilloso. Comprobar a lo que quedó reducido también es sencillo. Y deprimente.
El imponente bosque original ocupaba 250 hectáreas delimitadas, aproximadamente, por las actuales calles 3, 122, 38 y 66. Imaginémoslo. Ahora, hagámonos la siguiente pregunta: ¿Cuánto tiempo puede uno caminar por el Bosque sin toparse con una calle o avenida, un edificio patrimonial o relativamente nuevo, una facultad, un estadio de fútbol, automóviles estacionados o circulando, árboles pintados con los colores de un club de fútbol? ¿Un minuto? ¿Dos? Quizás. Pero a paso lento.
En la presentación del curso 2020 del Taller Vertical de Arquitectura Nº 8 Pagani-Etulain, de la Facultad de Arquitectura de la UNLP, explicaron los motivos. “El espacio fundacional del Paseo del Bosque hoy se encuentra fragmentado en diversas bandas o islas, determinadas por usos específicos no recreativos”. O sea, no se trata más de un bosque, sino de pedacitos de un ex bosque.
El Bosque de La Plata
99.750
Cuando Martín Iraola lo creó en la estancia que heredó de su padre Gerónimo, entre 1862 y 1877 plantó 99.750 árboles. Y ese último año, cinco antes de la fundación de La Plata, se sabía cuántos había con exactitud porque Iraola encargó un censo.
Hasta se dice que el trabajo lo hizo una sola persona y que, al cabo de la exhaustiva labor, se le pagó un dinero por cada árbol. Pero ello entra en el terreno de las anécdotas pintorescas e incomprobables, pues pasaron nada menos que 145 años.
Lo cierto es que hace 145 años se sabía exactamente la cantidad de ejemplares de diversas especies que conformaban aquel majestuoso bosque artificial, uno de los primeros en la historia del país. Hoy no.
Hacia 1985 se estimaba que sobrevivía menos del 60%. Pero como dijimos, esa “mitad y pico” que se conservaba hasta hace 37 años ya estaba intrusada por edificios, avenidas, facultades, colegios, estadios y hasta barrios.
Así las cosas, vale la pena volver a la introducción del ciclo lectivo 2020 del Taller de Arquitectura Pagani-Etulain: “En el plano fundacional de la ciudad de La Plata, el Paseo del Bosque presentaba la forma de un trapecio con base en la avenida 1. El trazado era simétrico y regular. Sin embargo, la simetría nunca llegó a concretarse a raíz de la pronta decisión de construir el hipódromo en el sector noroeste”.
El hipódromo nació entre 1883 y 1884. Fue la primera puñalada que se le asestó al otrora gran pulmón verde de la Región, hoy convertido en una serie de “islas verdes” separadas por edificios, estructuras de distinto tipo y calles invadidas en forma permanente por automóviles, motocicletas y sus gases nocivos.
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Se incumplió la palabra empeñada
En el artículo 5º del decreto del 5 de junio de 1882 por el cual se aprobó la traza de la futura capital bonaerense, el bosque fue “exceptuado de su división para que quede como paseo público, respetándose sus ejes principales, es decir, las avenidas Iraola y Centenario”, no obstante lo cual, la invalorable masa vegetal comenzó a ser atacada a partir del año siguiente (1883) y hasta hoy no se dejó de bombardearla (Los espacios verdes y el arbolado urbano en el área de La Plata – Gustavo Delucchi, Alberto Julianello y Rubén Correa)
Si a ello se suma que los sucesivos gobiernos municipales y la Universidad Nacional de La Plata hicieron todo lo necesario y más también para que deje de ser un bosque continuo y pulmón verde regional, el estado actual no debería llamar la atención.
Lo que sí llama poderosamente la atención es que las autoridades sigan sin convocar al centro de conocimiento por excelencia en la materia, la Facultad de Ciencias Agrarias y Forestales, para que realice un estudio a fondo y un proyecto tendiente a conservar lo que queda del bosque y ampliarlo en la medida de lo posible; que esa casa de estudios no le haya puesto límites a su entidad madre, la UNLP, que hasta hace nada siguió construyendo en el Paseo (Facultad de Informática en 2005 y ampliaciones en años sucesivos, por poner un solo ejemplo); que la Comuna siga sin saber cuántos ejemplares hay y, sobre todo, que el bosque no forme parte de “una planificación urbana integral” como aconseja el biólogo Pablo Mesa, egresado de la Facultad de Ciencias Naturales: “Sólo un enfoque integrador puede contribuir a mejorar la calidad ambiental urbana, al punto que muchas ciudades estructuran sus planes de ordenamiento teniendo como eje los espacios verdes”.
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Las duras cifras de la degradación
La muy poco precisa información oficial apunta que solamente el casco urbano de La Plata cuenta con un patrimonio forestal que supera los 80.000 ejemplares. En el Partido, se estima que el número alcanza a 200.000.
Tomando en cuenta esos números, las cuentas duelen. En 1877, sólo en el bosque original, había 100.000 árboles, mientras que actualmente, en todo el casco urbano, hay “más o menos” 80.000.
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Se pagó más por el bosque que por la mansión de la estancia
Vaya si tenía valor el bosque original, que a la familia Iraola, cuando se le expropió la estancia, se le pagó más por el arbolado que por la majestuosa mansión que se levantaba detrás de la actual tribuna Centenario del estadio de Gimnasia y Esgrima, demolida en torno a 1917 sin orden judicial ni documentación alguna que haya dejado constancia del hecho y de sus motivaciones.
En 1987, el historiador Alberto De Paula dio los detalles de la expropiación de la estancia, cuyo traspaso a dominio provincial se formalizó el 14 de agosto de 1882. “Se pagó por el edificio principal y los puestos existentes la cantidad de 1.176.410 pesos moneda corriente. Además se abonó la suma de 1.396.500 pesos por 99.750 árboles, tasados a 14 pesos cada uno”, describió.
Antes de pasar a la secuencia de puñaladas mortales que recibió el bosque ni bien fue expropiado, vale responder una pregunta que muchos deben hacerse. ¿Se podía construir la Ciudad sin matar semejante maravilla verde? Sí, se podía. “La expropiación de tierras para la fundación de La Plata y su éjido, hipotéticamente podría haberse circunscrito a la superficie necesaria para los edificios gubernativos, espacios verdes planificados, calles y otros usos públicos”, afirmó De Paula en “La ciudad de La Plata, sus tierras y su arquitectura”.
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Crónica de un asesinato
Luego de la construcción del hipódromo (1883-1884), que truncó el mismísimo plano original de la Ciudad, en 1884 se hizo el Chalet de los Gobernadores, inmueble cedido en 1905 a la Universidad, que lo demolió para levantar el Colegio Nacional (1 y 49).
Tanto el Observatorio Astronómico como el Museo de Ciencias Naturales se inauguraron en 1888. En otras palabras, a tan solo 6 años del acto de fundación de la Ciudad, el corazón del bosque sufrió un ataque feroz. Para ese entonces, enfrente de la actual Facultad de Ciencias Astronómicas y Geofísicas aún estaba en pie la mansión Iraola.
Hecho ridículo si los hubo fue la construcción y pronta demolición del Arco de Ingreso a la Ciudad, a la altura del cruce imaginario entre avenida 1 y calle 52. Se levantó en 1884 a imagen y semejanza del arco que hasta hoy luce en el contrafrente de la Opera de París y fue demolido 27 años después. Nadie sabe porqué.
Entre 1902 y 1905, el gobierno bonaerense cedió más tierras a la Universidad Nacional, como las que actualmente ocupan las facultades de la avenida 60: Medicina, Agronomía y Veterinaria.
Un año más tarde se hizo entrega a los principales clubes de fútbol de la Ciudad, Gimnasia y Estudiantes, de los terrenos donde luego emplazaron sus estadios.
En 1907 nació el Zoológico, otro golpe mortal al corazón del Bosque. Ese paseo hace tiempo que está en transición hacia un bioparque. Un larguísimo tiempo, digamos.
Luego vino la estación de carga del Ferrocarril del Sud (1909), el lago (1911), el colegio Albert Thomas (1915), el destacamento de Policía (1928) y el Club Hípico (1938)… Más facultades, la Escuela Anexa y un largo etcétera.
¿Era necesario construir las facultades de Medicina, Agronomía y Veterinaria asesinando cientos de árboles plantados a instancias de Martín Iraola entre 1862 y 1877? No. ¿Y el Museo, el Observatorio y su hijo del siglo XXI (el planetario) y el ex Zoológico en el corazón del paseo? En absoluto. ¿El Chalet de los Gobernadores (a la postre Colegio Nacional) en lo que luego fue 1 y 49? Para nada. ¿Había que levantar los estadios de Gimnasia y Estudiantes justo allí? Menos que menos. Y así podríamos llenar páginas. No había ninguna necesidad de emplazar nada de lo que mató al bosque… en el bosque
El arquitecto Juan Carlos Etulain, de la cátedra Pagani-Etulain de la Facultad de Arquitectura, aseguró durante una charla en la cual habló sobre “un camino de gestión posible para la recuperación del Paseo del Bosque”, que “aún se está a tiempo de salvaguardar ciertas características de esa pieza urbana principal del modelo territorial fundacional”. Y luego disparó: “De no tomarse cartas en el asunto, nuestro legado a las futuras generaciones será la transformación del bosque en un nuevo barrio de la Ciudad”.
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Oro verde
El especialista Pablo Mesa subrayó que “el aumento de las superficies verdes” es un arma contra los efectos del cambio climático. “La existencia de áreas verdes mejora la calidad de vida de la población y la diversidad biológica de las ciudades, pero además son un elemento de retención de los gases de efecto invernadero, colaboran en la regulación del aumento de temperatura, son generadoras de sombra y contrarrestan el efecto de isla de calor. Y, ante el exceso de precipitaciones, retienen agua y aumentan la permeabilidad del suelo”.
Subrayó que “el uso de la vegetación como estrategia de mitigación de los efectos del cambio climático y de mejora de la calidad del aire es algo sobradamente comprobado. Las plantas toman del aire los contaminantes gaseosos y retienen las partículas suspendidas. Algunas partículas son absorbidas, mientras que otras se adhieren a la superficie de las hojas y troncos”.
Explicó asimismo que “la incidencia de la vegetación sobre la calidad del aire en las ciudades aumenta cuando también se consideran los aportes indirectos, por caso, los asociados a la disminución del consumo de energía para la climatización de las edificaciones. Un estudio realizado en Chicago demostró que el aumento de la cubierta forestal de la ciudad en un 10% puede reducir el total de energía para calefacción y refrigeración en un porcentaje similar”.