La degradación urbana de La Plata (Ciudad o desierto)

"Los adoquines se cuidan y mantienen (Ordenanza 9.879), nunca se cubren (Ordenanza 9.008)" (crédito imagen: todo provincial)

*José María Martocci

Uno

Una ciudad -cualquier ciudad, la nuestra- es el territorio donde transcurre el tiempo que nos toca, y todos los tiempos posibles que confluyen allí.

Las normas que la ciudad se da para vivir, para vivir juntos, para convivir, para cooperar, son las reglas que hemos consentido en el tiempo, pues entendemos que hay un bien común en ello. Que hay una identidad que nos aloja.

El bien común, así entendido, resiste los intereses individuales, posesivos, los negocios privados y públicos, la especulación inmobiliaria, para dar cuenta del espacio público y de la historia transcurrida.

Frente a la pulsión de los poderes económicos voraces, que borran las huellas y los relieves históricos, lo común propio resiste en sus señas de identidad.

No cualquier identidad, sino aquella que se conforma en los hábitos mundanos, en la forma de habitar las calles, las plazas, los árboles, de dar lugar al otro, a la diversidad.

Esa identidad que habla de un cierto modo de hacer propia la polis, de datar allí nuestras rutinas, nuestra mirada (la ciudad que la mirada recibe), la capacidad de encuentro, de reunión, de ronda y asociación.

El espacio común, que es de todos y de nadie, es el que resiste la voracidad inmobiliaria, la especulación, el capital anónimo y salvaje, que hace de su interés un desierto sin memoria.

Frente a la pulsión de los poderes económicos voraces, que borran las huellas y los relieves históricos, lo común propio resiste en sus señas de identidad

Dos

La cultura se teje en el espacio y el tiempo, sin estos no hay experiencia humana.

Caminamos veredas, cruzamos calles con adoquines, nos impacta el esplendor de un árbol, el modo suave en que nos espera su florecer; agradecemos su sombra perfumada mientras una estatua se asoma en una plaza, un mercado se llena de gente y se hace hábito de encuentro. Migrantes traen colores nuevos, una estación de tren nos recuerda un abrazo, una partida, un arribo, una hilera de tipas que ennoblece una calle, identifica un barrio, sitúa emociones y vínculos.

Huellas en el espacio y el tiempo.

Hablamos de lo sagrado como lo común y propio de una ciudad, acaso el mayor invento humano. Como un lenguaje, lugar al que nacemos y donde transcurrimos. Superficie de lo viviente que no se apropia, se preserva, se comparte y deja ser.

Caminamos veredas, cruzamos calles con adoquines, nos impacta el esplendor de un árbol, el modo suave en que nos espera su florecer; agradecemos su sombra perfumada mientras una estatua se asoma en una plaza, un mercado se llena de gente y se hace hábito de encuentro…

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«El Municipio que nos toca en este tiempo ha decidido intervenir las veredas de la avenida 7 con baldosones blancos ajenos a su fisonomía histórica» (crédito imagen: diputados bonaerenses)

Tres

Los árboles no se podan sino excepcionalmente (Ley 12.276; Ordenanzas 8.440 y 9.880).

Los adoquines se cuidan y mantienen (Ordenanza 9.879), nunca se cubren (Ordenanza 9.008).

Las veredas tienen un diseño preciso y obligatorio que se mantiene desde hace décadas (Ordenanza 3.001/1963 y sucesivas hasta la Ordenanza 12.240).

La intervención sobre el espacio urbano es estricta, requiere información pública, instancias de participación ciudadana efectiva, control y dictámenes de expertos (Ordenanza 9.880).

El casco histórico de nuestra ciudad es un “bien de interés histórico nacional” (Decreto 1.308/1999) cuya intervención o alteración requiere del aval de la Comisión permanente allí regulada.

Unos pocos ejemplos de la protección que nuestro patrimonio cultural urbano posee.

La intervención sobre el espacio urbano es estricta, requiere información pública, instancias de participación ciudadana efectiva, control y dictámenes de expertos (Ordenanza 9.880)

Cuatro

El Municipio que nos toca en este tiempo ha decidido mutilar árboles con prácticas de podas masivas inconvenientes para su vitalidad y desarrollo; ha decidido asfaltar calles sobre adoquines históricos; ha decidido intervenir las veredas de la avenida 7 con baldosones blancos ajenos a su fisonomía histórica.

Ha degradado espacios emblemáticos, ha impuesto su interés y visión como si fuese general, sin consulta ni participación ciudadana.

Cree que esto es gobernar una ciudad, cree que desconocer las normas de protección del patrimonio identitario, que dar la espalda a la información pública, a la participación y consulta comunitaria para actuar de apuro y en las sombras, es gobernar.

Un poder desatado, sin regulación, sin límites, que no atiende o manipula la legalidad, que degrada las decisiones judiciales, las peticiones vecinales, las voces de alarma sobre las pérdidas irreversibles.

Un poder municipal ignorante, habitante de barrios cerrados -negación de la ciudad-, que cree que progreso es asfaltar, que progreso es proteger los automóviles y a sus tensos conductores, o que los árboles son presencias incómodas para las empresas de servicios o para las constructoras o las propiedades linderas o comercios, que preferirían no tenerlos. O que las emblemáticas baldosas platenses cuidadosamente dispuestas por décadas según calles, avenidas, plazas y veredas, deben ceder a la uniformidad anodina.

Estorbo de lo común. Pero lo común es un derecho.

Un poder desatado, sin regulación, sin límites, que no atiende o manipula la legalidad, que degrada las decisiones judiciales, las peticiones vecinales, las voces de alarma sobre las pérdidas irreversibles

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«El Municipio que nos toca en este tiempo ha decidido mutilar árboles con prácticas de podas masivas» (crédito imagen: foro en defensa del árbol)

Cinco

Hay formas de resistir esta degradación del espacio público, saliendo de la pasividad de padecerlo, de ser mero testigo de un comportamiento ruinoso guiado por la especulación económica que identifica los intereses sectoriales y especulativos con el bien general de la ciudad o con el progreso.

Las formas de resistencia que hemos concebido en este tiempo para reclamar la recuperación del Teatro del Lago en el paseo del Bosque; para frenar el asfaltado sobre los adoquines históricos protegidos; para detener la poda desquiciada sobre nuestros árboles o el olvido del patrimonio forestal; tanto como para detener el cambio de nuestras baldosas históricas, ha sido exigiendo información y participación ciudadana, dando a conocer las demandas, ocupando los espacios públicos, ilustrando sobre lo que se pierde en la acción mercantil ciega, activando el ejercicio político de impugnación y su articulación judicial con espacios de defensa pública.

La forma ha sido, será, no cansarnos, insistir.

Participación ciudadana y acción comunitaria como red multiplicadora; articulación judicial como espacio de garantía y de freno a conductas depredatorias; canales de divulgación que hagan pública la palabra indignada y que interpele las acciones ilegales contrarias a las protecciones culturales que la propia ciudad se ha dado en el tiempo; hacerla propia, ocuparla, recuperar su soberanía rompiendo los esquemas representativos contingentes y sectarios junto con toda acción que ilumine demandas incumplidas y la falta de respuesta a reclamos de una conversación pública sincera y abierta.

Nos toca el trabajo de recuperar la ciudad para su comunidad.

Si no, el desierto de la insensibilidad y la ignorancia.

 

*Director de la Clínica Jurídica y del Seminario en Derechos Humanos – Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales – Universidad Nacional de La Plata (UNLP)

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