Agencia Télam.- Hace poco más de dos décadas, durante un asado entre amigos, surgió la idea de un hecho que conmocionaría a Puerto Madryn y que, a lo largo de los años, trascendería no sólo las fronteras de esa ciudad chubutense, sino la de la propia provincia, el país y hasta el mundo: el único Vía Crucis submarino de todo el planeta.
José María Goity, más conocido como Popey, quien forma parte de la organización de este acontecimiento popular, tanto en lo religioso como en lo cultural, contó cómo fue que en ese asado iniciático «surgió esta idea» a la que calificó como «una picardía estratégica» porque, resumió, «a falta de presupuesto comienza la imaginación».
El Vía Crucis submarino, un acontecimiento único en el mundo, es una mezcla de magia, sacrificio, fe, y, sobre todo, capacidad creativa, que emociona e invita a la admiración de todo aquel que tiene el privilegio de presenciar, junto a miles de personas, ese espectáculo de luz, sonido, esfuerzo y comunión entre público, kayakistas, buzos, turistas y la comunidad de Puerto Madryn.
Desde que el Cristo, interpretado por un actor local, sale de la iglesia y recorre primero las estaciones en tierra, hasta que una cruz luminosa junto al sacerdote o laico -que relatan a través de un hidrófono- son bajados a las aguas del golfo por una inmensa grúa, acompañados por kayakistas, buzos profesionales y deportivos, todo el mundo está hipnotizado por las escenas.
Un murmullo y aplausos, desde el muelle y la playa donde se amontona el público, estallan cuando emerge de las aguas el actor que personifica a Cristo, y que es recibido por otros actores que interpretan a habitantes de la época. Y mucho más cuando aparece la cruz iluminada que es colocada junto a la otra cruz, la traída desde la tierra que ya está enclavada en la arena, y los coros de todas las iglesias comienzan a entonar himnos.
Ese maravilloso espectáculo que cumplió este viernes santo su 19º edición fue el fruto de ese asado que, como cuenta Goity, «se pensó porque queríamos ocupar espacios en los medios buscando algo original que captara la atención». Y vaya si lo consiguieron.
«Entonces dijimos, bueno, ya que no tenemos plata, vamos a usar el Vaticano como agente de prensa y nos mandamos el Vía Crucis submarino», relató risueño.
Las primeras ediciones fueron «a pulmón», hasta el punto de diseñar «las primeras velas submarinas que teníamos adentro de frascos de mayonesa, y a las que dábamos aire con las mangueritas de los chalecos. Y bueno, fue la verdad una locura que con el apoyo de todos los muchachos fue una cosa viable», agregó.
«Acá no hay un rédito económico -continuó-, simplemente acá hay un gran entusiasmo, un cariño enorme por la ciudad donde uno vive… Y es hacer el Vía Crucis a la manera nuestra. Acá en la Patagonia somos así«, subrayó.
«Nos empezaron a llamar de muchos países porque esto levantó mucho interés. Y era gracioso porque el primer Vía Crucis estábamos atajando todos los penales y de golpe nos llamaban de España, de Italia, de Turquía, de Alemania, y dijimos: ‘Ah la pucha, ¿qué pasó?’. El Vaticano dio su permiso. Que todo esto que decimos en broma, por supuesto es una ceremonia religiosa con toda la seriedad que corresponde», añadió.
Goity tuvo un recuerdo especial para el Padre Juan Gabriel, que hoy misiona en Mozambique, y que fue el sacerdote que acompañó el Vía Crucis desde el primer momento, sumergiéndose en las aguas.
Y para finalizar, lanzó una primicia: el proyecto ‘Acuavidas’. “Es un habitáculo submarino con el cual podés vivir en el fondo del mar, y estamos organizando el primer asado submarino”, relató.
Esa idea original que comenzó con un asado parecería que será madre de otra más y que, casualidades o no, también tendrá a la comida de los argentinos como punto inicial de una senda marcada por la imaginación.