sandra y rubén
El ajuste mata. Mata en vida o mata literalmente. Lamentablemente, los argentinos en general y los bonaerenses en particular lo sabemos porque lo experimentamos más de una vez. Pero con todo y a pesar de todo, a la escuela la sentimos como el lugar seguro. El lugar más seguro del mundo. Para los niños y niñas, para las maestras, para las porteras, para la directora, la vice, la secretaria, la bibliotecaria.
¿Qué escuela? La del barrio. La única. La mejor.
En 1971 hice primer grado en la Escuela Primaria Nº 2 “Juan Bautista Alberdi” de Berisso. Así, cada año de la naciente década de los ‘70 coincidía con el grado. La “Escuela 2”, a secas, quedaba a una cuadra exacta de mi casa. Allí habían ido mis dos hermanos mayores y, doce años después de mí, fue mi hermana.
Era la escuela del barrio y a mis viejos jamás se les cruzó por la cabeza que vayamos a otra. En aquel tiempo eso no entraba en ningún cálculo. La única “privada” de Berisso (ya deberíamos hablar de “subvencionada”) era la popularmente conocida como “la escuela de monjas”, un colegio confesional donde solamente iban chicas. La figura de “la escuela privada” no estaba en el imaginario colectivo. Desde Sarmiento hasta Perón, que fue el que mejor plasmó en los hechos el sueño sarmientino le pese a quien le pese, la escuela pública, laica, universal y de calidad fue una marca registrada de la República Argentina. Y esa marca se mantuvo inalterable hasta el 24 de marzo de 1976, más allá de que muchos y muchas recién tomamos real conciencia de que la obra del tándem Sarmiento-Perón había tocado a su fin durante la Segunda Década Infame (1989-2001).
La igualdad se aprendía desde el día uno
La Escuela 2 era una escuela robusta desde lo edilicio, indestructible. Paredes de 30, techos de 4 metros de altura, aulas amplias e iluminadas, pasillos anchos con pisos eternamente relucientes, baños siempre limpios y en condiciones, un patio gigante, un salón de actos de lujo con una pequeña sala de proyección -como en los cines-, un escenario donde podía actuar cualquier grupo de teatro y paredes con maravillosos murales, laboratorio, biblioteca, mapoteca, etc. Y un departamento en planta alta donde vivía la directora.
Allí, cada día de nuestra infancia, compartíamos la jornada escolar el hijo del médico con el del mecánico, la hija del contador con la del almacenero, el pibe del ingeniero con el del obrero de YPF o del Astillero, la piba del plomero con la del comerciante. Todos, absolutamente todos y todas, éramos iguales. La igualdad no era socialista o comunista como hoy gritan e insultan los extremistas, sino algo que aprendíamos y naturalizábamos desde el primer día de clase de primer grado. Y, salvo alguna que otra excepción, los compañeros del grado éramos los amigos del barrio y viceversa.
¿Padres desocupados? No había. El desocupado como sujeto social comenzaron a forjarlo las fuerzas de la antipatria entre 1976 y 1983 y se tornó “público” en los ‘90.
En 1974 -nuestro cuarto grado-, más del 90% de las alumnas y alumnos argentinos íbamos a la escuela pública y salíamos muy bien formados para el paso a la secundaria.
Nada malo podía pasar en aquella escuela, salvo algún percance normal, como los que ocurrieron, ocurren y ocurrirán toda la vida.
El 2 de agosto de 2018 estaba a sólo un mes de cumplir 9 años haciendo “periodismo de educación” en el diario El Día de La Plata. Hacía tiempo que venía escribiendo dolorosos artículos sobre escuelas en mal o pésimo estado, sobre madres o padres que insultaban o hasta les pegaban a las docentes, sobre paros y más paros por un sueldo que alcanzara, sobre la escasez o mala calidad de los alimentos en los comedores escolares, sobre violencia “en las escuelas” (que no es lo mismo que violencia escolar).
Un día, una socióloga me dijo para una nota: “¿Viste las paredes que separan a los edificios escolares de las calles? Bueno, imaginate que ya no están. La escuela dejó de ser ese lugar seguro que supimos conocer, porque los mayores vuelcan sus frustraciones y broncas con la directora, la maestra, la auxiliar docente… Y lo peor es que lo hacen delante de los hijos”.
¿Qué había pasado entre aquellos primeros ‘70 y estos complejísimos 2000? Fue entonces cuando, aquel 2 de agosto del ‘18, al llegar a la redacción del diario recordé que a mediados de los años ‘90 me había tocado cubrir la enorme oposición gremial y de gran parte de la ciudadanía a la reforma educativa implementada por el gobierno nacional en 1994 y por el gobierno bonaerense en 1996: provincialización de las escuelas pero sin fondos para mantenerlas, primarización de la enseñanza (de los siete años de primaria se pasó a nueve de educación general básica), pauperización de la secundaria (de tres años obligatorios se pasó a un polimodal optativo), desarticulación de los “gloriosos” colegios industriales, nivel de exigencia cero para los alumnos y alumnas, salarios docentes de vergüenza, etc, etc, etc.
La pobreza estructural que inventó la dictadura y consolidó la Segunda Década Infame creó la figura del comedor escolar no como una opción para padres que trabajaban sino como una imperiosa necesidad social. Ya sobre finales de los ‘90 se popularizó una triste frase que definía a las escuelas públicas como “comedores rodeados de aulas”.
En aquel “ecuador” de los ‘90 tuve que cubrir decenas de multitudinarias marchas docentes en oposición a la reforma educativa. Pero los diarios, salvo alguna excepción, no eran muy críticos (nada nuevo bajo el sol). Es más, la cobertura tenía que hacer especial hincapié en los incidentes, que normalmente se daban porque junto con los docentes marchaban los estatales, fundamentalmente del Astillero, los médicos hospitalarios y las organizaciones de desocupados que, como dijimos, en los primeros años ‘70 no existían como sujeto social, y las fuerzas de (in)seguridad se salían de la vaina por disparar la primera bala de goma y tirar el primer gas lacrimógeno. ¡Las veces que terminamos periodistas y reporteros gráficos junto con maestras, docentes mayores, pibes y pibas adolescentes a cubierto en un bar grande que estaba en la esquina de 7 y 53, en La Plata!. Enfrente, disparando a mansalva, un auténtico pelotón de fusilamiento. Así se instrumentó la reforma educativa que hizo trizas aquella Escuela 2 de 1971, 72, 73, 74… Así.
El 2 de agosto de 2018 llegué al diario a las once de la mañana, temprano para la redacción de un diario (vale la aclaración para quienes no conocen ni tienen porqué conocer cómo funciona ese “submundo”). La noticia ya había alcanzado una enorme repercusión nacional, pero la información era confusa, las declaraciones contradictorias, desde la Dirección General de Escuelas (ministerio de Educación en la provincia de Buenos Aires) no decían nada.
Me costó horrores contactar a integrantes de los gremios docentes. Lógico. Apenas habían pasado tres horas desde que Sandra Calamano, vicedirectora a cargo de la dirección de la Escuela Primaria Nº 49 de Moreno, y Rubén Rodríguez, auxiliar docente del colegio, habían volado unos 50 a 60 metros -uno hacia el patio interno, otro hacia la calle- a raíz de una tremenda explosión causada por una “pérdida de gas prehistórica” que el brutal ajuste en la educación pública nunca jamás reparó. Una locura absoluta.
Me costó horrores reaccionar. Me costó horrores ponerme a escribir. Mi cabeza se remontó, supongo que inevitablemente, a aquella escuela de mi barrio, el lugar más seguro del mundo donde nada malo le podía pasar a nadie.
Tras una breve charla con Mariana Cattaneo, entonces secretaria general del Suteba Moreno, comencé a teclear. Y el título fue la mejor síntesis del proceso de deterioro planificado de la educación pública: “La escuela donde murieron dos personas reclamó ocho veces por la pérdida de gas”.
¡Ocho pedidos desatendidos! Y el Consejo Escolar de Moreno, para colmo, estaba intervenido por presunta malversación de fondos, de manera que dependía directamente del Gobierno provincial, para entonces gestionado durante casi tres años por María Eugenia Vidal.
Me contaron que el día anterior, 1º de agosto, Sandra Calamano, la vicedirectora que hacía más de veinte años que trabajaba en “la 49”, una escuela situada en un barrio muy humilde de Moreno, se había quedado hasta pasadas las siete y media de la tarde, es decir, dos horas y media más tras el cierre total del establecimiento, esperando al gasista. Cuando le avisaron que no iba a poder ir, volvió a su casa. El reclamo Nº 8 constaba en actas pero no había sido atendido.
Con los elementos que logré reunir en ese día que terminaría marcando un antes y un después, escribí para el diario del 3 de agosto (seguramente con imprecisiones a causa de las circunstancias) que “La vicedirectora, quien falleció por la explosión junto con un auxiliar docente, anteayer estuvo esperando a personal del Consejo Escolar hasta las 19,30 y ‘no apareció nadie’, contaron en Moreno. Fuerte indignación entre la comunidad educativa provincial”.
“Ella estaba muy afligida porque ni siquiera le podía dar a los chicos mate cocido caliente. Y en esta escuela los nenes están todo el día, porque es de jornada completa. Como se hicieron ocho reclamos por la pérdida de gas y nadie lo arregló, intentó hacer algo junto con Rubén. Y explotó todo”.
“Ella, Sandra Calamano (48), vicedirectora de la Escuela Primaria Nº 49 de Moreno. Rubén, Rodríguez (45), auxiliar docente de la institución. Ayer murieron por una terrible explosión, con origen en una pérdida de gas, que hizo volar la sala de maestros entre las 7,30 y las 7,45”.
“Rubén salió despedido hacia el patio interno. Sandra, hacia la calle. Dos muertes trágicas en una escuela primaria que provocaron una enorme ola de indignación en la comunidad en general y en la educativa en particular”.
“El primer informe que los bomberos entregaron a las autoridades educativas ayer por la tarde indicaba que en la sala había ‘acumulación de gas por una pérdida’ proveniente de un artefacto de calefacción (estufa conectada a una bombona), y que la explosión se habría producido cuando se encendió la luz eléctrica” (diario El Día, 3 de agosto de 2018).
De allí en más, las multitudinarias marchas docentes por el centro de La Plata nunca volvieron a ser iguales. Recuerdo particularmente una. Poco después del hecho. En la cabecera de la movilización estaban los familiares de Sandra y Rubén. Los referentes gremiales los acompañaban, pero corridos hacia los costados. Las caras de todos lo decían todo. El dolor que irradiaban era inconmensurable. ¿¡Cómo describirlo con palabras!? Quizás Rodolfo Walsh hubiese podido. Yo no.
Me acerqué, con el máximo respeto. No me salían las palabras. La pregunta la dirigí al grupo de familiares en general, a nadie en particular.
-¿Alguien los llamó? (el “alguien” no había que especificarlo, todos sabíamos a quién me refería)
-Nadie.
El ajuste mata. Pero Sandra y Rubén siguen presentes en cada docente y auxiliar docente. Y la escuela pública volverá a ser el lugar más seguro del mundo. No es un deseo. No es un optimismo bobo. Es un mandato histórico y ético que debemos asumir como comunidad.
…
“El banquillo de los acusados debe ampliarse con los responsables directos y políticos, que son la ex Gobernadora Vidal, el ex Director General de Cultura y Educación, Sánchez Zinny, y el ex Director Provincial de Consejos Escolares, Di Mario” (María Laura Torre, secretaria general adjunta del Suteba – 28 de septiembre de 2023 – segunda jornada de alegatos en el juicio por la explosión de la Escuela Nº 49 de Moreno, en los Tribunales de Mercedes).