Por Carlos Altavista
El «intelectual» Ramiro Marra, candidato a jefe de gobierno porteño por la extrema derecha argentina, me dijo «boludo». Y deduzco que me dijo «boludo» doblemente, porque no sólo tuve y tengo un plazo fijo, sino que lo tengo ¡en pesos!
Es maravilloso como estos hombrecitos y mujercitas que se presentan como «lo nuevo», cuando lo suyo reconoce raíces muchísimo antes de que naciera su odiado peronismo (ver Yo argentino… y La Patagonia trágica…), sí logran resignificar su vulgar lenguaje: desde el 12 de octubre de 2023, para mí ser un «boludo» se convirtió en un orgullo, la expresión pasó de insulto al mejor halago, y hasta diría que tornó en sinónimo de mérito.
Jamás de los jamases ahorré en otra moneda que no fuese el peso (o la denominación de turno de la moneda nacional). Así fue desde que mi abuela Josefa, la misma que en marzo de 1973 votó con Borges, me sacó de pibe mi primera libreta de ahorro en el Banco Provincia.
Era una sana costumbre, para enseñarnos desde chicos el valor del ahorro. Y siempre en pesos porque, en aquel tiempo predictatorial, el dólar no existía. No existía en la cultura popular. Y lo que no es cultural no tiene valor alguno.
Después vino la dictadura, la que reivindican Marra, Milei, Villarruel y Cía, a imponer (ya sabemos todos y todas por qué medios) la cultura del dólar.
Esa cultura creció en los 80 y se afianzó definitivamente en los 90, de la mano del «mejor presidente, por lejos, de la historia argentina» (Carlos Menem) y del «mejor ministro de economía de la historia» (Domingo Cavallo), según definió una y otra vez el líder político y espiritual de la extrema derecha, Javier Milei.
Con la falsa dolarización (1 peso : 1 dólar por ley), mentira que se sostuvo con el dinero que entró al país merced a la venta a precios de remate de todas las empresas públicas (incluyendo a la estratégica y superavitaria YPF), más miles de millones de deuda externa, se le hizo creer a un gran sector de la sociedad, previamente anestesiado con la vacuna de dos hiperinflaciones, que eso duraría para siempre.
Pero no. Aunque Roberto Lavagna advirtió promediando los 90 que era imprescindible ir saliendo del 1 a 1 progresivamente, nadie lo escuchó: la mentira redituaba electoralmente (Menem fue reelecto en 1995 pese a una creciente pobreza, un 17/18 por ciento de desocupación y el indulto a la cúpula militar genocida y a los jefes de organizaciones guerrilleras y en 1999 De la Rúa ganó prometiendo mantener esa mentira). En 2001, corralito, estallido social, 39 muertos, más de 60 por ciento de pobreza y 22 por ciento de desocupación: así terminó la experiencia social del mejor presidente y el mejor ministro de economía de la historia (Milei dixit).
¿A nadie le llama la atención que el «anticasta» hoy esté rodeado por los principales colaboradores y aliados del tándem Menem – Cavallo, como Roque Fernández, Carlos Rodríguez y Luis Barrionuevo entre otros? ¿Anticasta? Mmmmmmm… Los cocineros son muy conocidos / Sus nuevas recetas nos van a ofrecer / El guiso parece algo recocido / Alguien me comenta que es de antes de ayer, dirían los Virus.
No juzgo de ninguna manera, que quede claro, a quienes ahorraron en dólares. Me refiero a los laburantes honestos, a los argentinos y argentinas de ley que vieron allí un refugio más seguro para sus ahorros de toda la vida, pero confieso que no ahorré en dólares ni en la época del 1 a 1. ¡Qué boludo!, diría el intelectual que confunde la conquista española con la inmigración española.
En cambio, quienes especularon y especulan con moneda extranjera o con latas de atún para hacer una diferencia sin laburar ni producir no merecen ser llamados «boludos». Y menos si son los mismos que después vociferan «¡este país no da para más!». O, peor aún, «¡este es un país de mierda!».
«Y… Argentina es así», suele repetirse. ¿Y qué es Argentina? ¿Una señora mala que te jode la vida? Argentina es lo que todos y todas construimos o rompemos cada día. Y resulta que muchas y muchos seguimos obstinados en construir, mientras los que hacen negocios con la inflación y las latitas de atún ahora pretenden gobernarnos.
Citan una escuela económica (la austriaca) que nunca se aplicó en ningún lugar del mundo por impracticable, o a Milton Friedman, el ideólogo del pinochetismo y el tatcherismo, reivindican la dictadura, escupen al Papá y a San Martín, a los héroes de Malvinas, a las Mujeres, enaltecen el trabajo precario y ofrecen como gran poción mágica adoptar una moneda que se fabrica en otro país… La pucha. ¿No será hora de volver a las fuentes? ¿Cuándo fue que nos olvidamos de 200 años de historia?
El dólar no fue ni es ni puede ser nuestra moneda, pues ello implicaría lisa y llanamente dejar de ser una nación para convertirnos en una factoría. Y si vamos a presumir de nacionalistas no sirve cantar De los pibes de Malvinas / Que jamás olvidaré para después votar a quienes dicen que las Malvinas no son argentinas. Eso es folklore.
El intelectual porteño que está contra la ESI y a cambio propone «el porno», junto a su líder político y espiritual y a su compañera prodictadura no tienen una sola propuesta constructiva. Ni una sola.
Quieren dar vouchers que harían trizas la educación y la salud pública en cuestión de meses (más allá de todo lo que hay que solucionar en ambos terrenos, como el ausentismo docente y los tiempos de espera, por nombrar solo dos cuestiones básicas), dinamitar el banco central que garantiza nuestros ahorros (como mi plazo fijo en pesos y los de millones de argentinos y argentinas), implantar una moneda de otro país previa megadevaluación que llevaría la pobreza al 65 por ciento, no comerciar con China y Brasil (o sea, nuestros dos principales socios comerciales), quitar las vacaciones pagas, el aguinaldo y la indemnización, privatizar absolutamente todo incluído el sistema previsional… ¿Tienen alguna propuesta -una solita- que no sea destruir? Ni una. Repasen por favor la plataforma de la extrema derecha: nada apunta a construir y nada apunta al futuro. Es un plan que implica convertir a la República en una factoría, literalmente.
Marra, el que aconseja a los jóvenes no independizarse y «vivir a los padres» hasta exprimirlos por completo, resignificó un insulto. Desde ahora, «boludo» pasó a ser el mejor de los halagos, porque lo dijo quien lo dijo y por el motivo que lo dijo.
Soy un Boludo. A mucha honra. Orgulloso. Y cuando me encuentre con mis amigos, les diré «¡Hola!, pedazos de boludos». Y nos fundiremos en un fuerte abrazo y descorcharemos un vino para celebrar la amistad, los ideales y utopías compartidas, las frustraciones a las que supimos sobreponernos, nuestra incombustible pasión por la justicia social, por un proyecto colectivo de nación, por la soberanía de Malvinas y del Peso argentino, por esa maravillosa idea de que allí donde hay una necesidad nace un derecho, por el trabajo y la industria nacional, porque vayan presos de una vez los eternos especuladores que hacen (mucha) guita sin laburar ni producir, provocando corridas y atemorizando a los argentinos y argentinas de ley.
A 40 años del retorno de la democracia, no debemos rifarla para ponerla en manos de cuatro tunantes: debemos retomar aquellos ideales y utopías de la primavera democrática y, de una vez por todas, empezar a convertirlos en pequeñas y pacientes realidades cotidianas.
Y créanme que es posible, porque los Boludos, gracias a Dios, somos muchísimos más de los que parecemos… ¿Escucharon alguna vez hablar de las mayorías silenciosas? Están plagadas de orgullosos boludos, como yo, como vos, como tantos y tantas.