Por Mauricio Vallejos
Estas líneas son muy especiales de escribir, básicamente porque implica hablar del rival de toda la vida para este humilde hincha de River. Además, un hincha que lleva en los recuerdos de su niñez las imágenes del Boca de Bianchi, un equipo todopoderoso, cuyo jugador clave y distinto era Juan Román Riquelme.
Al igual que otros grandes de este deporte, Román logró ser más que futbol. En la cancha él era el eje neurálgico de sus equipos, pero fuera era (y es) un auténtico rebelde. Nunca se quedó con las luces y la obsecuencia que el mundo del balón pie ofrece, sino que iba de frente contra dirigentes y periodistas.
Alguna vez, al convertirle al equipo de mis amores decidió no mirar a la tribuna, sino ir hacía el palco donde el Presidente de su club festejaba el gol. Frente a toda su parcialidad le hizo un reclamo que lo dejó en off side frente a todo el mundo. Otra vez, un periodista intentó demostrar que sabía más que él, y le dijo que Boca jugaba mal, pese a ser puntero, y el número 10 lo puso en su lugar con una frase para el recuerdo: “Seremos menos malos que el resto”.
Pasado mucho tiempo, tomó la decisión más importante de su vida. Recorrer un camino que pocos eligen, porque se necesita mucho valor para eso. Se bajó del olimpo de los dioses de Boca y se lanzó a la arena política, para no solo ser el ídolo, sino el líder de su club y de sus hinchas. Pero la tarea no era fácil, aquel presidente al que desafió en la cancha mientras festejaba en el palco ahora manejaba los destinos de la patria, y con formas dignas de un conspirador.
Hace cuatro años los candidatos de Mauricio Macri se fueron derrotados, mientras él hacía lo propio en las elecciones nacionales. Era la hora de que Riquelme pase de ídolo a dirigente, a cargo de los destinos del club como vicepresidente.
Analizar aquí la gestión llevaría mucho tiempo. Claramente tuvo sus más y sus menos, pero al llegar los tiempos de una nueva elección, los hechos tomaron vueltas tristes y dramáticas. Macri ponía cual titiritero a un personaje de los medios en la Presidencia del país, y comenzaba a hablar junto a su nuevo empleado de lo beneficioso que sería que clubes como Boca pasen a manos de privados.
Alguien dijo alguna vez que cuando todo sea privado de todo nos van a privar. Nadie entendió eso mejor que Juan Román Riquelme. Su campaña hacía la presidencia de Boca comenzó con recordar que el club pertenece a sus socios, y que la idea de sus rivales es venderle el alma de sus hinchas a unos jeques Qataríes. Algo que Mauricio Macri no tiene problema en hacer.
Así comenzó una pelea política, pero Riquelme no es solo un dirigente, es un artista y un revolucionario. Debió enfrentar al verdadero poder de La Argentina, ese que no tiene ningún voto, el que muchas veces se hereda, el que compra voluntades y divide al mundo en súbditos y enemigos. Aquel que compra y maneja jueces a voluntad y que convierte a los medios en militantes a sueldos cuando se trata de elecciones.
Pero en esta campaña apareció algo nuevo, la teoría riquelmeana del poder, mejor dicho, de su poder. La legitimidad que él busca no viene de los privilegios de clase, en el dinero en cuentas del exterior o en los amigos en palacios por el mundo. Esto viene desde el amor, “el poder es que la gente te quiera”, y así fue. Su triunfo superó los treinta puntos, y su rival ni siquiera fue a votar, porque dejó a sus esbirros hundirse en la derrota mientras lo miraba desde una lujosa habitación en algún lugar del mundo.
Riquelme, una vez más, fue la rebeldía contra el poder, y el hecho maldito para un hombre acostumbrado a que lo obedezcan, si es necesario a la fuerza. Además, es una enseñanza para los tiempos por venir, porque la representatividad perdida en los últimos años solo se recuperará a lo Riquelme, con la gente en la calle, con mate y asado. Román hizo realidad la enseñanza del Papa Francisco de “pintar al diablo”, dejar claro dónde está el enemigo que no quiere vernos felices, porque solo quiere ser feliz él.
Hubo otros revolucionarios en el fútbol como Diego Maradona, Rene Houseman, el Doctor Sócrates en Brasil o Lev Yashin. Pero en estos tiempos donde se nos buscan imponer ideas de individualismo y derrota aparece un hombre que nos recuerda lo que es de todos y para todos. Que logra dejar los negocios de lado, y que un símbolo de la identidad argentina, como lo es Boca, sea el sitio donde el fútbol argentino comienza una nueva revolución.