Ctibor.- Corría el año 1882. La ciudad de La Plata estaba a punto de nacer para convertirse en la capital de la provincia de Buenos Aires y, en una amplia y deshabitada zona rural situada en torno al actual cruce entre el Camino Centenario y la calle 514, ya funcionaba una fábrica de ladrillos de vanguardia para la época.
Quien solicitó la licencia para montar la fábrica se llamaba Luis Cerrano, y formaba una sociedad con Portalis, Freres y Carbonnier. Una auténtica joya que puede observarse hoy en día en el Museo del Ladrillo ubicado en 514 entre Belgrano y Centenario tiene grabada la inscripción “Portalis F. Carbonnier y Cía. Hornos Sistema Cerrano. La Plata. 1882”.
En rigor, el horno era un Hoffmann, apellido del alemán que lo creó en el contexto de la revolución industrial, revolucionando -valga la redundancia- el sistema de fabricación de ladrillos macizos.
En la Argentina de entonces había solamente dos fábricas industriales de ladrillos, la platense y otra que, desde antes, funcionaba en San Isidro, contó a 90lineas.com Victoria Ctibor (apellido de origen checo que se pronuncia “estibor”), la directora del bellísimo museo.
El sitio está armado en las otrora oficinas administrativas de la fábrica. De hecho, se trata de la misma edificación pero con sus ciento y pico de años puestos en valor. Y allí se respira historia.
Es la historia de la construcción de La Plata y de emblemáticos edificios de la región, de la capital federal, del interior del país y hasta de países vecinos. Algunos sobreviven en buen estado. Otros pelean día a día contra la desidia de los gobernantes hacia todo lo que tenga que ver con nuestro patrimonio. Y otros, lamentablemente, ya no están.
Volvamos a fines del siglo XIX. En 55 de las 669 hectáreas que el 18 de septiembre de 1882 se le expropiaron a Jorge Bell de su Estancia Grande con el fin de incorporarlas al éjido de la futura capital provincial, la fábrica de ladrillos que contaba con el revolucionario horno Hoffmann comenzó a elaborar la materia prima de numerosos edificios y casonas de una La Plata que estaba por ver la luz, así como de los frigoríficos Swift y Armour de Berisso, la Destilería de Ensenada, y un larguísimo etcétera que más adelante recorreremos; al menos en parte.
¿Por qué se promovió la instalación de fábricas de ladrillos antes de la fundación de la ciudad? Pues porque se trató de una urbe planificada. Es más, si bien los ladrillos ya se estaban produciendo, la Comisión de Materiales de la futura capital bonaerense fue creada el 29 de diciembre de 1882, y tuvo por objetivo el suministro de materiales para, por ejemplo, la construcción de los edificios destinados al departamento de Ingenieros, ministerio de Gobierno, ministerio de Hacienda, Casa de Gobierno, Legislatura, Casa de Justicia, Municipalidad, Hospital de Melchor Romero, chalet del Gobernador (luego Colegio Nacional de la UNLP), Arco del Bosque (levantado en 1884 e inexplicablemente demolido en 1911), Iglesia San Ponciano, departamento de Policía y cárcel. Se usó un total de 34.769,23 millones de distintos tipos de ladrillos (citybellviva.com.ar).
Crisis del 90 y comienzo de la dorada Era Ctibor
Algunos aseguran que Argentina tiene fuertes crisis económicas cada 10 años (muchos sienten que hay una crisis perpetua que a veces aprieta más y otras veces, menos). Pero las crisis de los 90 fueron una realidad incontrastable, pues en los 90 del siglo XIX también hubo un terrible cimbronazo en la estructura socioeconómica del país, que en la historia que nos ocupa marcó un antes y un después.
La sociedad dueña de la fábrica no pudo sortear aquella crisis. Y en 1905, un ingeniero checo graduado en la universidad alemana de Karlsrhue, Francisco Ctibor, la compró para encarar las obras del primer sistema de desagues de La Plata. Había ganado la licitación convocada el 20 de octubre de 1882.
Le sobraban pergaminos. “Venía de trabajar en París para el constructor de la torre Eiffel, el ingeniero civil francés Alexandre Gustave Eiffel, y de haber participado en el primer intento de apertura del Canal de Panamá”, relató Victoria Ctibor, una de sus bisnietas.
Francisco, quien dominaba seis idiomas, escapó de la fiebre amarilla -que hizo estragos en Panamá- viajando hacia la Argentina.
Puso la fábrica nuevamente en funcionamiento y, en los años 20, la amplió a causa de la enorme demanda de ladrillos que ya llevaban la inscripcicón F.Ctibor.
“Ese rótulo nos permite seguir descubriendo edificios de todo el país que tienen material hecho aquí”, afirmó Victoria, parada a un lado de la estructura del horno. La misma que estuvo a nada de perderse -y escribir así otro triste capítulo del desapego de las autoridades por el patrimonio cultural-, pero que fue salvada merced a una cruzada de los descendientes de Francisco.
¿En qué consistió la revolución del horno tipo Hoffmann, así llamado porque su creador fue el alemán Friedrich Edward Hoffmann?
Cuando los ladrillos estaban secos, proceso que duraba unos 90 días, se llevaban al horno para su cocción. La produción empezaba con la elaboración de la pasta en base a barro/arcilla, la cual pasaba por una prensa con la forma que se le quería dar a la pieza. “Era una tira muy larga de material, que se iba cortando en forma secuencial”, puntualizó la directora del museo.
Los obreros ingresaban por las arcadas con carretillas repletas de ladrillos, y los iban ubicando de manera tal que formaban un gran bloque debajo de los huecos del techo. En el museo se expone una centenaria carretilla de madera; un elixir para los amantes de la historia y la construcción.
El siguiente paso era cerrar las arcadas. ¿Con qué? Con ladrillos, claro. Por los mencionados huecos del techo, otros trabajadores echaban el carbón para alimentar el fuego e iniciar la cocción. “Se cocían a entre 800 y 1.000 grados. La temperatura ideal era de 900 grados. ¿Cómo la calculaban? A ojo. Si el ladrillo se ponía blanco es que estaba listo”, narró Victoria Ctibor. Mucho, mucho oficio.
“El sistema era revolucionario para la época porque posibilitaba una producción en serie. El horno Hoffmann fue hijo de la revolución industrial”, puntualizó, para detallar: “cuando en una sección del horno se estaba cociendo un bloque de ladrillos, en la sección subsiguiente se comenzaba a incrementar la temperatura, mientras que en la anterior los ladrillos ya cocidos se estaban enfriando”.
Eso posibilitó trabajar 7 por 24. El horno no se apagaba nunca. Los obreros hacían turnos de 8 horas y la inmensa mayoría no necesitaba trasladarse pues vivían en el barrio construido por Francisco Ctibor.
“Era un hombre con un concepto muy fuerte de darle trabajo y vivienda a sus trabajadores, de manera tal que en el predio levantó un barrio para los obreros, que llegaron a sumar 250. También un centro sanitario, un destacamento de policía y comercios. Esa fue la semilla de la actual localidad de Ringuelet”, comentaron en la familia.
En 1995, los descendientes de Francisco Ctibor ‘apagaron’ el horno para mudar las instalaciones de la fábrica al parque industrial de Abasto.
Desde 1998 y hasta hoy, allí funciona Cerámica Ctibor, una empresa con tecnología de punta que produce fundamentalmente para el mercado interno. En este momento “se está trabajando a pleno, con una altísima demanda”, afirmó Victoria.
Pero en el medio pasaron muchas cosas. El emblemático horno quedó en terrenos adquiridos por un hipermercado de capitales estadounidenses. Y pese a que en el año 2007 fue declarado patrimonio arquitectónico, llegó a un punto de deterioro brutal.
Malas hierbas que en algunos casos degeneraron en troncos que atravesaron las paredes; malezas por doquier; pérdida total del techo; rotura de la rampa que va del suelo a la parte superior de la base. Estuvo en ruinas.
“Corría serio riesgo la envolvente, es decir, la estructura anular de 75 metros de largo donde se efectuaba la cocción de los ladrillos, así como la chimenea, de 35 metros de altura, la cual se salvó por nada del derrumbe”, especificó Victoria.
¿La causa? Falta total de manteniemiento por parte de las autoridades. Increíble pero real. ¿Increíble? No, lamentablemente no.
Fue entonces cuando los descendientes de Francisco Ctibor iniciaron -concretamente en 2014- una larga batalla legal para que les cedan la estructura del horno que dio a luz millones y millones de ladrillos, que hicieron posible la ciudad de La Plata y edificios que son orgullo de los argentinos y argentinas. Finalmente, en febrero de 2018, lo consiguieron.
Comenzó entonces una artesanal puesta en valor de la estructura anular donde se ubicaban los ladrillos para su cocción.
Y hace poco, se inició el apuntalamiento y restauración de la chimenea. Una referencia ineludible para quienes llegan a la ciudad por Camino Centenario.
De aquí, de allá y de Brasil también
Como en una suerte de juego, se pueden nombrar algunos de los edificios que llevan o llevaron ladrillos con la inscripción F.Ctibor. Aparecen en el libro que editó el Museo, con un diseño y una colección de fotos realmente espectaculares.
“Y aparecerán más con el tiempo. Porque al estar rotulados, nos pasa a menudo que nos llaman de tal o cual sitio en obra para comentarnos que hallaron ladrillos con la inscripción F.Ctibor”, subrayan en Ringuelet.
A saber: estación ferroviaria de Liniers (Ciudad Autónoma de Buenos Aires – CABA), Catedral de La Plata, Legislatura de la provincia de Buenos Aires, frigoríficos Armour y Swift y Hogar Social, los tres en Berisso.
Casa de Gobierno bonaerense, Palacio de Tribunales y ex Hotel Provincial (ambos en La Plata), Destilería de Ensenada, Capilla Santa Elena del Parque Pereyra (Berazategui).
Molino Campodónico, Club Estudiantes e Instituto Médico Platense (La Plata), ex Club Hotel Casino (Sierra de la Ventana, Tornquist), Iglesia Nuestra Señora del Carmen (Puán, provincia de Buenos Aires).
Cine San Martín, Instituto Superior de Formación y Capacitación del Personal Penitenciario Nº 6001 (ex Escuela de Cadetes), ex Distrito Militar (los tres en La Plata), Usina del Arte y Museo de Arte Moderno (CABA).
Aeropuerto La Plata, Docks de Puerto Madero, primera línea del subterráneo porteño, Edificio Kavanagh (calle Florida de capital federal), Faro de Cabo Blanco en Santa Cruz.
Frigorífico Swift (dock central), Puerto Nuevo y Banco Popular (CABA), Palacio San Carlos de Concordia (Entre Ríos).Frigorífico Armour de Santa Ana de Libramento (Brasil), dos sucursales del Banco de la Nación Argentina y el Hospital Militar en la capital federal. Y mucho, mucho más.