Dr Jekyll y Mr Hyde

Por Jorge Garacotche*

Buenos días desde La Barra Beatles. Hoy vamos a recordar un tema que me impactó al conocerlo. Lo tengo entre mis preferidos, pero no es muy conocido, por eso siempre traté de difundirlo. Cuando era adolescente tuve la dicha de ver en vivo a Vox Dei unas cuantas veces, y cuando tocaban “Dr Jekyll” realmente me conmovía. Desplegaban esa polenta que solo tienen las bandas del Conurba, mezcla de ideología, bronca, pasión, necesidad de reafirmación, componentes que habitan dichos barrios. Claro, allí ya no es Capital, pero tampoco empezó la provincia de Buenos Aires propiamente dicha, solo los del Conurba tienen el mapa que marca esa frontera, salvo que uno afine la mirada. Allí se da un mix extraño que la gente trabaja y exagera a la vez, para que caigamos en la cuenta del sentido orillero que desconocemos.

El tema arranca con un acorde potente, cae sobre otro, reposa y empiezan unos arrastres que a uno lo llevan de un bafle a otro mientras cabecea como un poseído. La banda se lanza colmada de energía orillera. Aparece la voz de uno de los más grandes cantantes argentinos, Ricardo Soulé, conecta fuerza interpretativa con aire a melodía salvaje en una resolución fascinante. Luego es la voz bien masculina de Willy Quiroga la que copa la parada en la esquina y le da un tinte rockero del sur. Retoma Soulé con un agudo rarísimo y particular, que es su gran invento, el agudo que nunca será el de un tipo blando, bordea lo dulce pero no llega hasta ahí, frena antes y entonces uno, que es un adolescente y quiere cantar, sueña con hacerlo de ese modo, rockero, con onda, melodioso, pero que pegue en el pecho de esas minas que están ahí en el club mirando, vibrando y que se lo quieren llevar a su casa, el misterioso sueño de ser transportado por una mujer que nos admire.

Por esos años, cuando los sábados llovía uno tenía que quedarse encerrado en casa, no había partido de fútbol en la calle ni en el baldío, de manera que la televisión copaba la tarde. No sé cómo se llamaba la película pero era la historia del doctor Jekyll y de Mr Hyde, del genial Robert Stevenson, una biblia, publicado en 1886, y me gustaba ese terror de sábado por la tarde, la sensación de que en cualquier momento esos crímenes iban a llegar a mi barrio. Por las noches Villa Crespo era un barrio muy oscuro, con calles vacías, zaguanes solitarios y temerarios, un marco especial para las desesperaciones de Mr Hyde.

“Junto al fuego en la sala del frío castillo se escucha quejar, al viejo doctor que viviendo se siente muy mal, ya su cuerpo comienza a temblar, se transforma en un monstruo bestial, Doctor Jekyll, doctor Jekyll, Mister Hyde…”.

Un comienzo como para preocupar al oyente, además cantado con una música rockera que le queda justa. Me pregunto si Stevenson era un rockero yirando por los bodegones londinenses, emborrachándose a más no poder para encontrase y tratar de unir las partes, si es que sirve de algo.

Recuerdo a Vox Dei en vivo como una de las bandas más potentes que vi, un trío que parecían cuatro. Con dos cantantes decididos, con voz de chabón de barrio, pinta de trabajadores, ropa de pilchería obrera, con garra sureña y rocanrolera. Dos eran de Quilmes, Soulé y Quiroga, el batero Rubén Basoalto vivía en Monte Chingolo, zonas duras, si no se tiene garra mejor no criarse en esas calles. El Conurba no es para débiles, no los va a expulsar ni condenar, pero en cada esquina habrá un manuscrito con una advertencia.

“Te pregunto si nunca sentiste ganas de matar, en el fondo de tu alma, escondido, está Mister Hyde, es inútil el disimular, a vos mismo no te engañes más, en tu cuerpo, en el fondo, está Hyde…”.

Qué buena idea tuvieron en hacer una canción sobre este maravilloso cuento, de lo mejor que leí en mi vida sobre la doble personalidad. Es para aplaudir la audacia de este grupo incursionando en la pluma de Stevenson o tiempo después en La Biblia. La obra del escritor inglés se publicó en los fines del siglo XIX, plena época victoriana, en medio de importantes avances tecnológicos que empujaban a los ingleses a un terreno desconocido, temible, donde chocaban los viejos ideales y lo nuevo que no terminaba de aclarar el panorama, entonces en varios autores su obra se teñía de pesimismo. El clima de este relato es oscuro, en una ciudad que asusta, mientras en su histórica neblina se envuelven esas dos caras de una misma persona que quizá sea las dos. Parece que Stevenson pone al bien y al mal a jugar en territorios donde los contrarios definen identidades y ya nadie sabe a qué sensaciones responde. Lo malvado de Mr Hyde tiene mala prensa, pero va con las personas reales, pelea por imponerse y a veces triunfa, dirime entre mentirse a uno mismo y la hipocresía que los otros arman, esa alianza que marea al Dr Jekyll. Hasta lo hace sentir un gil cuando se debate entre todos sus yoes que se putean y negocian comandar un rato cada uno. Que respondamos siempre al mismo nombre es solo una construcción cultural, una manera de comunicarnos con algunos y en lugares elegidos con un buen cálculo, pero no siempre sucede.

Vox Dei tocaba este tema en clubes de barrio y la gente no saltaba como hoy, pero por dentro entrábamos en un trance que era bienvenido, costumbres de época, se notaba en el aire, en las caras, al mostrar la satisfacción que regala la identificación. En mi caso esas vibraciones después eran llevadas a mi casa, a las noches contra la almohada, a las madrugadas solitarias, y entonces me imaginaba haciendo otra vida, no esa que diseñaban en el colegio para aburrirme y asustarme, mucho menos la que inculcaban en los trabajos temporarios donde el trato era faenar el verdugueo a cambio de unos mangos que jamás me alcanzaban, prometiendo dejarme ahí, bien lejos de toda esperanza de crecimiento. La gran tarea de los patrones.

Recomiendo fervorosamente la lectura del último capítulo de este maravilloso libro, “La confesión completa de Henry Jekyll”.

Allí dice el autor: “Sin embargo, a pesar de mi marcada dualidad, no era en ningún sentido hipócrita, y mis dos caras eran igualmente sinceras. Igualmente era yo, cuando abandonando todo freno me entregaba a actos que podrían llamarse deshonestos, que cuando me dedicaba a profundizar mis conocimientos y a aliviar el dolor ajeno. Y ocurrió que mis estudios científicos, que apuntaban a lo místico y lo trascendente, influyeron y arrojaron un rayo de luz potente sobre el entendimiento de la guerra perenne entre mis dos personalidades».

Stevenson agrega, abriendo el juego a los continuadores de sus pensamientos: “Cada día, con la ayuda del aspecto moral y del aspecto intelectual de mi inteligencia, me acercaba más a la verdad cuyo descubrimiento me ha empujado a este terrible naufragio, y que consiste en que el ser humano no es sólo uno, sino dos. Y digo dos porque mis experiencias no han ido más allá. Otros vendrán más adelante, otros que me sobrepasarán en conocimientos, y me atrevo a predecir que, al fin, el hombre será reconocido como un conglomerado de personalidades diversas, independientes y discrepantes”.

El final de la canción desata toda la capacidad del grupo para encarar lo instrumental, donde brilla la guitarra de Soulé, por momentos con unos ataques a lo Zeppelin de Quilmes que deslumbra. Todo comienza con un inesperado cambio de ritmo luego de un muy buen solo de viola. Cuelgan un acorde y empieza a sonar algo así como la música de fondo para una noche de Mr Hyde atravesando las noches de Londres, a la búsqueda de la venganza, de la sinrazón de la violencia por sí misma, al amor por lo feo, a la virtud asombrosa de lo horrible que no está tan dormida, solo es cuestión de hacer el llamado al número exacto y allí estaremos mostrando aquello que también somos cuando decidimos prender fuego el filtro social.

El regreso del Dr. Jekyll (Vox Dei – 1972)

*Jorge Garacotche: músico, compositor, integrante del grupo Canturbe y Presidente de AMIBA (Asociación Músicas/os Independientes Buenos Aires). Vive en Villa Crespo, Comuna 15. Bs As

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