construir y destruir
«Si la ciudad de La Plata dio sus primeros pasos demoliendo una joya arquitectónica anterior a 1857 (la mansión Iraola) y deforestando uno de los primeros bosques artificiales del país -que hacia 1882 contaba con unos 100 mil ejemplares mandados a plantar por Martín Iraola-, ¿debería sorprendernos el desapego permanente que se observa por el patrimonio?»
Con esa reflexión y esa pregunta termina la nota titulada Bosque de La Plata: ¿Qué ocurrió con la mansión Iraola? Una reflexión y una pregunta que podría acompañar casi toda la historia argentina.
Por caso, si la Argentina demolió un sistema de educación pública que llegó a ser por lejos el mejor de América Latina y mejor que el de más de un país desarrollado hasta mediados de la década del ’70, ¿debería sorprendernos que cada tanto destruya lo construido durante años y décadas en materia de desarrollo industrial, nivel y calidad de empleo, educación superior, ciencia y tecnología, derechos humanos (léase políticas de discapacidad, atención médica a sectores vulnerados, redes de contención social, etc.)? La respuesta, lamentablemente, es no, no debería sorprendernos.
Ahora bien, un país en serio no se erige construyendo y destruyendo indefinidamente; una sociedad no avanza jamás jugando al péndulo en materia política, social, económica, cultural.
Pruebas: en un artículo firmado por la colega María Florencia Anzoátegui y titulado Industriales Pymes: en 6 meses Milei hizo más daño que Macri en 4 años, hay una radiografía brutal acerca de ese nefasto «deporte aregentino» de hacer y deshacer, de construir y destruir. Dicen los referentes del sector que explica el 70-80% del empleo en el país, así como la mayor parte del PIB, que estamos asistiendo a «otro industricidio» que nos podría devolver a los tiempos en que la Patria vivía de la exportación de granos y carnes.
¿Cuál fue el otro industricidio? Los pequeños y medianos empresarios industriales nucleados en IPA lo sitúan ayer nomás, durante el gobierno de Cambiemos (2015-2019). ¿Y el anterior? En los ’90. ¿Y el anterior a ese? En la dictadura de 1976 a 1983, cuando comenzó el desastre; cuando un país en vías de desarrollo fue convertido en otro de timba financiera.
Un país en serio no se erige construyendo y destruyendo indefinidamente; una sociedad no avanza jamás jugando al péndulo en materia política, social, económica, cultural
Hay una historia, la del arco de entrada a la ciudad de La Plata, que es una metáfora perfecta de esa Argentina que hace y deshace. Y no fue en la capital bonaerense solamente el magnífico arco, sino también el bosque y mil cosas más que en el artículo aparecen nombradas por arribita.
¿Y que tiene que ver la cuestión patrimonial con la industria o la educación? En este caso, todo. Porque construir y destruir es una cuestión cultural. He allí el quid de la question.
Una obra maestra destruida para reemplazarla por nada
Nacía el siglo XX. La Plata recién estaba dando sus primeros pasos. Pero eran pasos presurosos. A tal punto que en esa febril carrera cometió barrabasadas que hoy se lamentan. Y mucho. Un ejemplo emblemático fue la construcción en 1884 y la demolición en 1911 de un magnífico arco de entrada a la ciudad, réplica casi exacta del contrafrente de la Opera de París. ¿Qué llevó a los gobernantes a dinamitar esa auténtica obra de arte? Nadie lo sabe.
La única certeza es que en una imaginaria intersección de las actuales avenida 1 y calle 52, donde vivió y se lució durante apenas 27 años el magnífico arco, desde aquel lejano 1911 hasta hoy quedó la ausencia.
Imaginemos la escena. No es complejo. Un templado atardecer de primavera a principios de la década de 1900. En la zona de la Plaza Rivadavia (delimitada por 1, 2, 51 y 53) toca la Orquesta de la Policía. Hombres de esmoquin, o traje con chaleco y galera, y damas con sus mejores vestidos asisten a la velada al aire libre.
No hay una gota de contaminación, ni ambiental ni sonora. La música suena sin interferencia alguna. El monumento a Bernardino Rivadavia se erige en medio del paseo, y unos cien metros más allá, en la antesala del imponente bosque creado por Martín Iraola, el espléndido arco reluce mientras cae la noche.
En ese sitio, en aquel despertar platense, solía reunirse gran parte de la alta sociedad local. Hay crónicas de la época que así lo describen.
Pero cierto día, esa magia se rompió. Porque nadie podrá negar que ese idílico paisaje dejó de ser lo que era cuando se decidió, sin explicación alguna, dinamitar el arco.
El paso veloz que se le imprimió al desarrollo de la ciudad siguió llevándose patrimonio arquitectónico y forestal por delante. Cuando se realizaba aquella imaginaria velada de gala, el bosque ya no contaba con los 99.750 árboles que hizo plantar Martín Iraola, heredero de la estancia que llevaba su apellido y que había sido expropiada por el Gobierno provincial el 14 de agosto de 1882. No obstante, todavía era un bosque majestuoso.
En cambio, si esa velada la ubicamos antes de 1915-1917, probablemente todavía existiese la cabecera de la estancia: una mansión atípica para la época que fue destruida sin dejar rastro documental alguno .
Así como las teorías más cimentadas dicen que la mansión Iraola “desapareció” por la necesidad política de los gobernantes de entonces de construir el relato de que La Plata nació sobre la nada, la versión más aceptada acerca del disparate de levantar una arcada esplendorosa para que hiciese las veces de entrada a la ciudad -en aquel entonces se ingresaba por el sur- y dinamitarla 27 años después, es la que compara a la Argentina del Centenario con un niño rico que rompe sus mejores juguetes porque nada le costó tenerlos.
El modelo de nación exclusivamente basado en la exportación agroganadera, que se impuso clara, definitiva y lamentablemente al proyecto industrialista de los Vicente Fidel López, Carlos Pellegrini y Exequiel Ramos Mejía, se asentaba en una clase dirigente tan poderosa económicamente como exenta de sacrificios para hacerse con ese poderío y acrecentarlo.
Es por ello que no sólo La Plata fue testigo de caprichos imperdonables como construir y derribar “porque sí” obras de un valor arquitectónico y cultural inconmensurable; Buenos Aires y Mar del Plata, particularmente en la zona de la rambla, también sufrieron la misma enfermedad.
Rompan todo
El arco de ingreso a la ciudad, común y erróneamente conocido como de entrada al bosque, fue una de las numerosas construcciones que se iniciaron ni bien La Plata tuvo su certificado de nacimiento. Entre 1883 y 1884 se erigió el Hipódromo, en 1884 el arco y el Chalet de los Gobernadores (hasta hoy, sede del Colegio Nacional de la UNLP), en 1988 se cortaron cintas de inauguración en el Observatorio y el Museo de Ciencias Naturales, entre 1902 y 1905 el Ejecutivo bonaerense cedió las tierras donde brotaron las facultades de Medicina, Agronomía y Veterinaria, en 1907 nació el Zoológico, en 1909 la estación del ferrocarril Sud y en 1911 el lago artificial del bosque.
Desde ya, sólo hablamos de aquello que se levantó a costa de deforestar decenas de miles de árboles de los casi 100.000 que dejó plantados Martín Iraola. Ya veremos qué sucedió en el actual casco urbano.
Lo cierto es que pusimos pausa en 1911 porque fue el 11 de enero de ese año cuando los explosivos hicieron trizas el arco de entrada a La Plata, que había surgido en 1884 a propuesta del gobernador Dardo Rocha y bajo la ejecución del ingeniero Pedro Benoit y del doctor Remigio Molinas.
“En la década de 1910 se perdieron muchísimas cosas. Por ejemplo, se demolió el monumento a Moreno que se hallaba frente al Palacio Municipal. En 1913, el monumento a la Primera Junta, en la actual Plaza San Martín”, narró el historiador Nicolás Colombo.
Volviendo a “1 y 52”, donde ya no quedaba nada, en abril de 1911 se llevó a cabo un gran acto oficial con el fin de colocar la piedra basal de un futuro monumento a Domingo Faustino Sarmiento. El gran maestro argentino todavía está esperando que se concrete ese homenaje.
En diálogo con 90lineas.com, Eduardo Gentile, profesor de Historia de la Arquitectura en la UNLP, dijo que se trató de demoliciones sorprendentes. No obstante, esbozó una teoría política: “si nos situamos en el país del Centenario, demoler una estatua de Mariano Moreno y pensar al mismo tiempo en levantar una de Sarmiento, son hechos que se corresponden con los vientos ideológicos de la época”.
Hacer y deshacer. Una costumbre argentina que lamentablemente guió toda nuestra historia y sigue vigente hasta hoy.