Son peligrosos. Llevan sobre sus espaldas más de 70, más de 80 años, incluso los hay nonagenarios. Son de temer. Tras una vida entera de trabajo, esfuerzo, sacrificio, tienen el tupé de querer vivir dignamente el tiempo que les queda en este mundo. Son la encarnación de la ambición desmedida. Codicia en estado puro.
Les hicieron creer que eso de viajar en grupo a descansar unos días era lo normal. Les hicieron creer que podían acceder a los remedios que necesitan a su avanzada edad. Les hicieron creer que podían dejar de trabajar y dedicarse a cuidar a sus nietos. ¡Les hicieron creer que podían desayunar, almorzar, merendar y cenar todos los días! Claro, el populismo. Ese que siempre arruina todo.
Así, envalentonados, cuando se vetó esa barrabasada que aprobó el Congreso para darles un ¡8 por ciento de aumento! a quienes cobran la mínima, muchos y muchas salieron a la calle. Amenazantes. Hay fotos y videos que permiten trazar un paralelismo con aquellas hordas que el 14 de julio de 1789 tomaron la Bastilla. Otros aseguran que, más cerca en el tiempo, les hizo recordar a los violentos chalecos amarillos franceses, con sus melenas blancas, sus boinas, sus bastones; sus espaldas encorvadas y sus manos ganadas por la artrosis. Son los famosos jubilados y pensionados. La Casta. Así, con mayúsculas.
Marzo de 2024. Plaza Almagro de la Ciudad de Buenos Aires. La colega Paula Soler se encontró en uno de los bancos de madera con Elvira Anaya. 90 años. ¿Una nota sobre su historia de vida? ¿Sobre los usos y costumbres de los adultos mayores en Argentina? No. Esos son lujos de otras latitudes. Hoy, aquí, a un jubilado o jubilada se les pregunta: ¿Cuántos medicamentos tuvo que dejar de tomar? ¿Come una o dos veces por día? ¿Hasta qué día del mes le alcanza la jubilación? ¿Y después, cómo se arregla?
Si el poder judicial pagase ganancias, la fórmula jubilatoria que aprobó el Congreso y que vetó el Ejecutivo de extrema derecha implicaría el 0,16% del PBI, prácticamente lo mismo que se dejó de recaudar por bajarle el impuesto (bienes personales) a las grandes fortunas mediante la Ley Bases: a los del subsuelo, ni migajas; a los ricos, más de lo que ya tienen
“En los registros oficiales sorprenden 1.332 jubilados mayores de 90 años con un trabajo formal, y destacan las casi 30.000 personas jubiladas, en su mayoría mujeres, inscritas en el régimen de casas particulares (servicios de limpieza y cuidado) … Más allá de este grupo que permanece en el mercado laboral formal, están los adultos mayores, jubilados o no, que trabajan en la informalidad, en condiciones de extrema fragilidad, protagonistas, según (el defensor de la Tercera Edad de la Ciudad de Buenos Aires, Eugenio) Semino, de una ‘crisis humanitaria’ de ‘padecimiento y explotación’”.
El párrafo anterior pertenece a una nota publicada por la agencia española de noticias EFE en mayo último, firmada por Natalia Kidd y titulada: “Ingresos paupérrimos empujan a los jubilados de Argentina a seguir trabajando”.
Como en aquel mes de marzo contó Elvira en Plaza Almagro, luego de caminar desde su casa con un carrito y una caja de cartón donde había guardado con cuidado y cariño las batitas y escarpines que teje para vender porque “la jubilación no me alcanza”.
“Mirá cómo tengo los dedos, todos torcidos, es artritis. Pero no me alcanza la jubilación y las expensas están cada vez más caras, también la comida, los remedios… y por eso vendo las batitas. Las hago en diez días, porque no tengo mucho tiempo. Yo limpio mi casa, cocino, hago todo. Y me cuesta tejer porque me encorvo mucho sobre la panza y me duele. Me operaron de cáncer de colon hace un año… pero estoy mejor, creo. No sé si voy a tejer más… Pero mirá, mirá que están lindas para los chiquitos”, le dijo sonriendo a la colega de La Nación online, quien describió: Elvira “acaricia la ropa de lana suave con las manos de dedos largos, nudosos, claros, que muestran el tiempo de todo lo que le pasó, le pasa, hizo y hace”.
“Elvira trabajó desde los 18. En total fueron 32 años de empleada administrativa, entre la Marina y el Instituto de Pensiones Militares (IAF) y otros años más en una agencia de turismo”, contó Paula Soler. A un cronista de Telenoche, en una nota para el noticiero de Canal 13, le comentó que en aquellos tiempos también solía ir a la feria de San Telmo a vender antigüedades.
Paula Soler: -¿Qué harías si no tuvieses que salir a vender estas batitas?
Elvira Anaya: -Creo que me quedaría en mi casa más tiempo. Me cansa salir…
Y sí. A cierta edad, uno se cansa. Y tiene el derecho, ese que nace donde hay una necesidad, de descansar tras toda una vida de trabajo y sacrificio.
Pero no. Desde diciembre, el nuevo gobierno junto a una mayoría del electorado argentino han decidido que todas las Elenas y los Elenos son la casta sobre la que debe caer el mega ajuste. O sea, la mega transferencia de recursos desde la base de la pirámide social a los eternos privilegiados que ocupan la cúspide.
Porque un ajuste es eso. Y siempre lo fue. Una mera transferencia de recursos de los más vulnerables y vulnerados a quienes más tienen. Un ajuste es eso: la profundización y consolidación de la desigualdad social.
Si no, miremos este gráfico elaborado por el Centro de Economía Política Argentina (CEPA) en base a datos de la Oficina Nacional de Presupuesto y el INDEC, donde se observa que la “contribución” al ajuste en el gasto, entre enero y julio de este año, lo lideran las jubilaciones con el 27,7%. Lo dicho. Son la Casta.
Y si observamos otro gráfico, que CEPA elaboró en base a datos de la ANSES, nos topamos con que el haber de los jubilados y jubiladas que cobran la mínima (casi 65% del total), en septiembre de 2024 es de 234.423 pesos; con bono, de 304.423 pesos. (A esa vergüenza, el Congreso quiso sumarle ¡15.000 pesos! Y el gobierno lo vetó, con represión incluida).
El INDEC definió que la canasta básica alimentaria, que define la línea de indigencia, en julio fue de 405.697 pesos.
Escribió y cantó Joan Manuel Serrat:
Disculpe el señor si le interrumpo, pero en el recibidor hay un par de pobres que preguntan insistentemente por usted. No piden limosnas, no… Son pobres que no tienen nada de nada. No entendí muy bien si nada que vender o nada que perder, pero por lo que parece, tiene usted alguna cosa que les pertenece…
Disculpe el señor, pero este asunto va de mal en peor. Vienen de a millones, y curiosamente vienen todos hacia aquí. Traté de contenerles, pero ya ve, han dado con su paradero. Estos son los pobres de los que le hablé. Le dejo con los caballeros y entiéndase usted…
En fin, que algún día, a los argentinos de mal se les tendrá que dar vuelta la taba.