Por Paulo Kablan*
“Me entregué a las autoridades, su señoría, para evitar más muertes”, dijo en perfecto inglés el reo antes de escuchar la sentencia a 25 años de cárcel en un Tribunal de los Estados Unidos. Ese hombre, por entonces tenía 45 años y era un homicida serial al que se lo identificaba como “Lady Killer” (asesino de damas).
Ricardo Silvio Caputo, a quien le decían Caíto, había nacido en la ciudad de Mendoza y tenía dos hermanos. En la Argentina vivió hasta los 19 años, cuando decidió viajar a los Estados Unidos a trabajar, como tantos otros jóvenes, allá por el año 70. Nadie pudo explicar por qué ese muchacho simpático y mujeriego se convertiría en un brutal asesino en serie. Fue, quizás, uno de los argentinos más mencionados en las tapas de los diarios estadounidenses.
A Estados Unidos ingresó como turista, pero se quedó a vivir. Consiguió dos trabajos, en un hotel y en una pensión de Nueva York, donde conoció a quien sería su primera víctima: Natalie Brown, de 19 años.
En julio de 1971, Natalie ya no quería seguir la relación con Ricardo. En la casa de ella, Caputo, tal como él mismo lo contaría más de dos décadas después, comenzó a ver imágenes de colores, escuchar voces y sentir ganas de matar. A la chica la acuchilló y la estranguló. Luego del crimen, fue hasta un local cercano y llamó a la Policía: “acabo de matar a mi novia”.
En ese primer juicio, lo declararon inimputable. Dijeron que era esquizofrénico, aunque en el segundo juicio la conclusión sería otra: un psicópata manipulador que podía simular ser un enfermo psiquiátrico. Pero en 1971 dijeron que estaba loco, y lo enviaron a un hospital, en la ciudad de Beacon, donde estuvo hasta 1973 cuando una joven psicóloga llamada Judy Becker (26) consiguió que lo trasladaran a otro centro con un régimen más flexible.
Judy quedó atrapada con ese muchacho latino. La psicóloga y Ricardo comenzaron a salir, eran amantes. Ella, incluso, lo llevó a su casa y le presentó a sus padres, a quienes no les contó que era su paciente.
En el juicio que se realizaría 20 años después, Caputo confesaría que Judy “no me quería, me daba cuenta”. En octubre de 1974, el mendocino fue a la casa de su novia y, luego de darle una brutal paliza, la ahorcó con una media. Se trataba de la segunda víctima inocente de un despiadado asesino que mataba a mujeres a las que, poco antes, les juraba amor eterno.
lady killer
Tras el crimen, que por entonces tuvo una importante cobertura en los diarios estadounidenses, Caputo tomó un colectivo y viajó a California, en la costa Oeste, y se radicó en San Francisco. Vivía en una pensión y se ganaba la vida en la calle haciendo retratos con lápiz. Allí consiguió documentación falsa y se hacía llamar Ricardo Donoguier. Se determinó que usó 17 identidades falsas.
Ricardo conoció a Bárbara Taylor, que era documentalista. La conquistó y se fueron a vivir juntos. Pero un año después, la relación comenzó a resquebrajarse, por lo que él se marchó, con la ayuda de su novia, a trabajar un tiempo en Hawai. Fue mozo de un bar de Honolulu. Conoció a varias chicas, a quienes conquistaba con simpatía y cultura.
California sangrienta
Pero en marzo de 1975 tuvo que huir de la isla. Habría intentado matar a una joven, quien se salvó pese a recibir una brutal golpiza. Caputo, con identidad falsa, regresó a California y fue a buscar nuevamente a Bárbara.
Bárbara Taylor tuvo una muerte horrorosa. Le destrozó la cabeza con el taco de una bota texana. “Lady Killer” había vuelto a atacar y, una vez más, los diarios informaban sobre el serial que para entonces buscaba el FBI y era considerado uno de los prófugos más peligrosos de los Estados Unidos.
Ricardo Martínez Díaz fue el nombre que utilizó Caputo cuando escapó a México. En el DF tuvo varios romances, hasta que conoció a Laura Gómez, una joven estudiante de 23 años hija de un poderoso empresario del transporte.
lady killer
En junio de 1977, Laura tenía los días contados. Ella quería casarse con Ricardo, quien años después le contaría a una escritora estadounidense que publicó un libro sobre el caso que “no podía decirle que era un asesino, no podía casarme con ella”. El cadáver de la joven fue encontrado con huellas de haber sido quemado con cigarrillos y de haber recibido tremendos golpes de puño. Luego de la tortura, el homicida le destrozó el cráneo con un hierro. En la autopsia se descubriría que Laura estaba embarazada.
Caputo, para escapar de un encierro seguro, ingresó nuevamente a los Estados Unidos y, con otro nombre, se radicó en Los Angeles. Conquistó a una cubana llamada Felicia, con quien se casó, tuvo dos hijos y vivió hasta 1984. La mujer, misteriosamente, desapareció. Se sospechó, aunque nunca se pudo probar, que pudo haber sido otra víctima del serial.
Roberto Domínguez fue el nombre que utilizó a partir de ese momento. La historia cuenta que se mudó a Guadalajara, en México, donde conoció a Susana, una joven estudiante con la que se casó y se marchó a Chicago. Con esa mujer tuvo otros cuatro hijos y fue la única que nunca fue agredida por Caputo, según ella misma declaró. Tampoco sabía la verdad hasta que, en 1994, Ricardo regresó a Mendoza, le contó a sus familiares lo que había hecho y acordó entregarse en los Estados Unidos para pagar sus culpas. Decía que había vuelto a sentir ganas de matar.
En marzo de 1994, Caputo llegó a Nueva York. Allí relató su historia al canal ABC, para luego quedar inmediatamente detenido. Confesó haber matado a sus cuatro novias, negó haber tenido alguna relación con la desaparición de su ex mujer y no reconoció haber asesinado a otras dos mujeres más, tal como hasta hoy se sospecha.
Condenado, Caputo fue enviado a la cárcel de Attica, cerca de la frontera con Canadá, donde falleció de un ataque cardíaco cuando jugaba un partido de basquet. Fue en 1997, cuando tenía 48 años.
*Gentileza: Opinión Frontal