Por Jorge Garacotche*
Buenos días desde La Barra Beatles, hoy casi de poncho, guitarra criolla y un viejo bombo legüero, para viajar a los folclóricos 60’s. Este tema fue grabado, e inmortalizado, por Los Chalchaleros, allá por el año 1963, cuando el folclore empezaba a reinar en las radios y Los Chalchas se metían en todas las casas y fábricas. Tiempos en que la Ciudad de Buenos Aires y sus alrededores se iban poblando de miles y miles de provincianos que venían a buscar trabajo, en un país que iba de crisis en crisis. Sabían que la patronal porteña los esperaba con cuchillo y tenedor para explotarlos, pero no había mucho para elegir, acá también se iban a unir a porteños explotados. Las persecuciones políticas estaban a la orden del día, tanto como las acciones vergonzantes de la censura fascista. A la palabra libertad la conocíamos solo por el diccionario o por alguna maestra de la primaria, que trataba de engañarnos sobre ciertas costumbres argentinas.
En los sesentas se puso de moda comprarse una guitarra criolla y largarse a cantar zambas. Los profes de música decían que se debía comenzar tocando zambas para luego virar hacia el ritmo que uno desee, antiguo verso que duró unos cuantos años. Seguramente esta teoría se celebraba cada semana en Antigua Casa Núñez, la casa de música y de guitarras criollas más conocida de Buenos Aires. Esto significó que empezáramos a ver en casas, plazas, actos de escuelas, parroquias, cumpleaños, y todo lugar de reuniones, a grupos de gente cantando, tomando mates o el vino que siempre hermana. Por esa época yo solo era un observador de los guitarristas, me gustaba muchísimo la música, pero era muy chico como para imaginarme pulsando un instrumento. Mi tía me regaló un bombo y ahí hice mis primeros pasos percusivos. Ahí descubrí que una reunión o una fiesta son eso, pero si alguien desenfundaba una guitarra, una ovación llegaba desde las almas, y hasta los fantasmas parecían acomodarse para cantar.
Tendríamos unos 8 años cuando nuestro amigo Héctor Lucero nos invitó a su cumpleaños, en uno de los conventillos de Villa Crespo. Uno de esos patios largos, con una hilera de habitaciones sobre uno de los costados y en cada una vivía una familia. Pero era lo que nuestros padres podían darnos, a pesar de trabajar como perros y hacer del sacrificio una cultura que enriquecía a los hijos de puta de siempre. En medio de la fiesta, Héctor trajo su guitarra y empezó el show. Arrancó con una hermosísima zamba que yo escuchaba en las radios. Todos y todas la conocían y se improvisó un coro que emocionaba en cada frase. Yo percibí de inmediato que esa melodía estacionaba sobre mi piel y producía una vibración sugestiva que se quedaba allí. La letra me venía sorprendiendo y admiraba a quien le había dedicado semejante poesía a un sapo, un cantor entre los yuyos.
Quizá en esa noche fue naciendo en mí la necesidad de pedirle ayuda a una guitarra para contar lo que sentía, no podía hacerlo solo, adentro mío resonaban demasiadas palabras, hermosas notas, que aún no sabía sentar en la misma mesa y a la misma hora.
Cuando quiero hablar de folclore necesito, antes que nada, ir al batifono y convocar a un superhéroe de las provincias: el santafesino Tuni Castro. Entonces así me enteré que esta maravillosa letra pertenece a un chileno: Alejandro Flores Pinau. La poesía originalmente se llamaba “Sapo trovero”. Luego se le puso música y eso ya fue tarea del músico jujeño Jorge Hugo Chagra, también artista plástico.
“Sapo de la noche, sapo cancionero, que vives soñando junto a tu laguna, tenor de los charcos, grotesco trovero, estás embrujado de amor por la luna”.
Qué arranque extraordinario, ya la idea de mirar a un sapo e imaginar sus sensaciones y vivencias hace que me ponga de pie. Tomarse el tiempo de interpretar lo que está sintiendo un bicho que nos regala su canto desde un charco. Me pregunto sobre este tipo, las horas que los habrá estado observando con los ojos de la poesía. Un sapo dueño de una laguna y enamorado de la luna, un privilegiado, claro que se merece un tema. “Tenor de los charcos, grotesco trovero…”, notable definición, Maestro.
“Yo sé de tu vida sin gloria ninguna, sé de las tragedias de tu alma inquieta, y esa tu locura de amor por la luna, es locura eterna de todo poeta”. Reafirmo que estamos frente a un cronista exquisito, un tipo que sacó la lupa del corazón para relatar lo que se nos escapa. Este chileno tenía muy en claro los sentimientos secretos que sabe esconder todo poeta.
“Sapo cancionero, canta tu canción, que la vida es triste, si no la vivimos con una ilusión”. Un poeta, un filósofo, que le agradece a los sapos sus canciones, esas que nos dan la satisfacción de cargar ilusiones y para mantenernos lo más lejos posible de la celda de la tristeza. ¿Qué sería de la vida sin las ilusiones? ¿Cómo sería una vida sin canciones que nos acompañen? Pero allí aparecen los poetas para recordarnos que hay un rumbo que lleva a nosotros mismos.
Alguna vez, hace muchos años, estaba en una fiesta inundado de un tinto bienhechor, una mujer tomó su guitarra y arrancó con este tema. Yo estaba en un hermoso estado de preconmoción, quizá lo que nos lleva a todos al vino, porque sabemos de su nobleza. Mientras la escuchaba tuve la sensación de que entendía esa vieja letra, veía al sapo cantor, pero repasando aquellas frases empezaba a dudar: ¿está hablando de un sapo?: “Tu te sabes feo, feo y contrahecho, por eso de día tu fealdad ocultas, y de noche cantas tu melancolía, y suena tu canto como letanía. Repican tus voces en franca porfía, tus coplas son vanas como son tan bellas, ¿no sabes, acaso, que la luna es fría, porque dio su sangre para las estrellas?”
Por culpa de estos versos empecé a dudar. Toda aquella persona que se percibe “fea” sabrá interpretar estas reflexiones. Cuando uno está frente a una relación trunca, a un amor demasiado lejano, en ese instante en que se apura, ingresa al baño y cierra con bronca la puerta. Se mira al espejo y ya no sabe qué carajo está viendo, pero comienza a temer que allí hay fealdad, algo asoma en ese rostro que puede ser el motivo del espanto. Podría ser que salga corriendo hacia la laguna más cercana, o se asome a un charco que nos haga un lugarcito, y en la soledad de una noche de luna entone penas que solo nosotros conocemos. Cuando se siente que quedamos a solas con todos esos temores que ahogan, al oír una vieja voz sentenciando que la soledad es el futuro.
Al recordar ese maldito relato de Kafka donde uno de los más buenos amanece trasformado en un asqueroso insecto. Se mira, se olfatea y todo es horrible. Todos se empiezan a ir y no quieren verlo, pero la hermana decide quedarse, acompaña, trae comida y espera el regreso de aquella pesadilla. El que escribió esta letra, el chileno Alejandro Flores, ¿se habrá sentido derrotado y se reflejó en un sapo? ¿o simplemente tuvo la sabiduría de mirar a ese bicho y no quedarse en lo rugoso?. Chagra, el artista plástico jujeño, supo pintar con esa hermosa melodía, las sensaciones de ambos lados, de los sapos y de los feos. Estoy seguro que la versión salteña de Los Chalchaleros, con esa manera tan particular de cantar, con esos acordes que se van enlazando con suavidad, a veces atravesados por un ataque en el rasgueo, encuentra todo lo que el tema esconde. Las voces se alzan en el estribillo reclamando “que la vida es triste si no la vivimos con una ilusión”. Los Chalchas en los estribillos tenían una polenta que era una cosa seria.
Yo era chico, no me sentía feo pero sí sapo de otro pozo, siempre miré a los sapos y pensaba en esta canción. Los grandes me decían: “no te acerques al sapo que te va a mear…” Y yo me acercaba esperando que me cante, o al menos para decirle que lo admiro por saber enamorarse de la luna, por animarse a armar una vida junto al agua que los humanos le ensucian. Un monumento para el chileno Flores y el jujeño Chagra, mi eterno agradecimiento. Hay tantas cosas que se me hubieran escapado si no fuera por las canciones.
Hoy que uno vivió muchos años, que dejó que se le acerquen tantos turros que solo pisan el asfalto, como buenos hijos del cemento. Que jamás nos cantaron nada y que nunca tendrán besos y caricias para una luna, se deja caer sobre esta canción. Un privilegio para la posteridad haber escuchado esta zamba, ponerse a pensar en su mensaje secreto y seguir hasta hoy buscando lagunas y charcos en donde un sapo me haga acordar de las ilusiones. Cuando era chico, en muchas casas había gente que tenía en el fondo sapos en cajas y latas, seguro que por las noches los arrimaban a un charco para que les canten.
Sapo cancionero (Los Chalchaleros)
*Jorge Garacotche: es músico, integrante del grupo Canturbe y Presidente de AMIBA, Asociación Músicas/os Independientes Buenos Aires. Vive en Villa Crespo, Comuna 15. Bs As.