Corría el nefasto año 1976, y un grupo de hijos de la camada pionera del rock argentino y algunos más pusieron en la calle una revista con cultura rock llamada Expreso Imaginario. Fue el refugio, en los años de plomo, para personas como Pipo Lernoud, uno de los primeros periodistas de rock del país, amigo íntimo de Tanguito y coautor del clasicazo Ayer nomás junto a Moris; del Negro Fontova, Jorge Pistocchi, Alfredo Rosso, Miguel Grinberg, Rocambole, Roberto Petinatto, Gloria Guerrero, un jovencísimo Fito Páez y tantos otros.
En el Nº 53 del quinto año de la revista, que salió a la venta en diciembre de 1980, en la tapa estaba la figura imponente e inconfundible de Atahualpa Yupanqui, aquel hombre de tierra adentro que en el tempranísimo 1944 había creado, en base a un refrán que le tiró al pasar un paisano salteño, el estribillo del mayor himno del cancionero popular argentino contra las desigualdades sociales, sobre todo allí donde anidaban como nunca, las grandes estancias… “Las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas”… Quizás entonces, Atahualpa no imaginó que exactamente 80 años después tendríamos un gobierno llevándonos nuevamente a aquellos tiempos oscuros.
Pipo Lernoud y Héctor Ariel Olmos entrevistaron a Don Ata. Carlos Nava llevó consigo la cámara fotográfica, en un tiempo donde la palabra tenía mucho más valor que la imagen.
“Atahualpa con el país adentro”, se titulaba la nota, que la revista presentó así: “Ajenos a toda especulación comercial se legaba la portada de una revista de cultura rock a Atahualpa Yupanqui. Y en el reportaje se llevó al entrevistado a los territorios que la revista transitaba con asiduidad. Así se acercaron con Yupanqui a la industria del entretenimiento, la pérdida del paisaje y la visión ecológica de ese problema, la verdadera esencia nacional, el vacío propuesto por televisión, y la sabiduría indígena”.
Algún tiempo más tarde, el poeta más grande de nuestro folklore declararía que la mejor entrevista que le habían realizado había sido para el Expreso Imaginario.
Pipo Lernoud y su colega contaron de entrada: “Atahualpa nos recibió en su pequeño departamento. Para él, nosotros éramos de ‘la revista pop’, típicos jóvenes de ciudad. Pero nosotros veníamos con la firme decisión de exprimir su clara inteligencia en uno de esos reportajes largos, propios del Expreso. Había que pelearla, porque Don Ata tiene 72 años, 50 de los cuales los pasó contando y conociendo gente, y podía llegar a cansarse de estos muchachones impertinentes. Pero seguramente se nos notaba la emoción a la legua, estábamos empapados de sus libros, de sus discos, de su maravilloso recital en el Broadway. Y fue así que el reportaje se fue estirando, poniéndonos profundamente en contacto con un hombre que conoce el país como nadie, y que ha llegado a representar la gigantesca riqueza olvidada de los miles de kilómetros que se extienden más allá de la General Paz”.
Rescatamos aquí partes de esa histórica entrevista, que vale la pena leer, sobre todo en estos tiempos aciagos si los hay. Los valores de Atahualpa parecen haberse perdido en la plaga del siglo XXI: las redes sociales.
“Mi padre era un hombre muy sobrio -contó-, que no bebía ni fumaba, era trabajador del ferrocarril, y no quería que yo me metiera en la música, porque en aquellos tiempos -1910, 1912- un hombre que tocaba la guitarra era chupín, o era ladrón, o era jugador de cartas. Yo empecé a estudiar violín a los siete años, después pasé a la guitarra. Eran estudios formales. Carulli, Sors, Tresillos, toda la relación armónica, hasta entrar a Zorsi, aventurarme en Albéniz, (el Clave bien Temperado) de Bach, transcrito para guitarra, muchas cosas que me llegaban”.
-¿Eso su padre lo dejaba estudiar?
“Sí, eso sí, porque era música culta. Tocaba un par de valses del siglo pasado (Aclamation, Les Patineurs), tocaba Asturias, Granada…”
-Pero al mismo tiempo, el corazón le tiraba para el lado de las vidalas y las milongas…
“Siempre. Toda la vida sentí y escuché eso. El aire me lo traía”.
Atahualpa se refirió a los cantos paisanos que escuchaba desde chico, de esos cantores que no había estudiado y a lo mejor ni siquiera tenían buena voz…
“…Es que los salva el tema, y el paisaje -afirmó-. Los salva la verdad que ponen en los versos, y el pudor del hombre de campo. Por eso los que cantan demasiado al amor están mintiendo, porque están mancillando un territorio donde debe imperar el pudor y la discreción. Son los que nosotros llamamos “faroleros”, el que mató, el que enloqueció a todas las chicas del barrio… el que se enloqueció fue él en realidad. En cambio el paisano, sin poner su nombre al pie, siempre nos ha dado lecciones, jamás ha caído en esa ligereza, en esa superficialidad. El paisano a lo mejor no nombró nunca una novia, un amor. En algún momento, en un estilito, dice “¡Ay que me muero! ¡Ay que me muero por una que se llama… ya ni me acuerdo!” Eso es pudor de hombre, decencia. Es ser bien parido. Son un montón de valores que después se entienden”.
(N. de la R. ¿Dónde han ido a parar esos valores Don Ata? … ¿Qué diría ahora, si se fue en 1992 ya desencantado con la pibada?)
-Gismonti, un músico brasileño, contaba que los indios del Amazonas no hablaban ni aplaudían cuando alguien terminaba de tocar para no distraerse de la música que tenían adentro…
“¡Claro! El que aplaude se distrae. Rompe lo mejor que tiene el instante, que es el silencio. El silencio es la base de todo sonido. Es la tapa, el cierre de todo sonido. Así que quédese callado, reciba ese sonido y no diga nada. Levántese despacito, sin hacer ruido”.
Sobre la industria del entretenimiento, le dijeron: Ahora hay mucho dinero detrás de esa industria…
“¡Exactamente! Llegan a producir un ‘opio mental’. ¡Dale que va, no importa, si la vida es así! Parece que hubiera un diablo escondido que va orientando las cosas de mala manera”.
Las crisis económicas y la tentación de la gran ciudad
“En un momento de crisis económica, de falta de trabajo, de brazos caídos… -recordemos que corría el año 1980-. En un momento en que los campos del norte argentino quedan desiertos porque los muchachos vienen a buscar trabajo a la Capital, usted encuentra un montón de brazos caídos, un montón de conciencias no cultivadas, no preparadas para ajustarse el cinturón y decir “bueno, volvemos al campo a sembrar”, y quedan dando vueltas por aquí “hasta que cambien las cosas”. Pero hasta que cambien las cosas hay mucho “chin chan pun”, y discotecas, y la coca cola no cuesta cincuenta centavos, y hay que tener plata para la pinta y la camisita…”
“Hay un enorme desamor por la tierra, por la patria, por los semejantes” (Atahualpa Yupanqui, 1980)
“Yo le he preguntado a chicos de aquí ¿cómo se llama este árbol que está en la puerta de tu casa? No lo sé, creo que papá sabe. No hablé de ir al bosque de Palermo, hablé del árbol de la puerta de su casa, de los árboles de la manzana. Yo sabía que era una acacia blanca, pero le pregunté para ver, y no sabían. Y uno se pone a pensar: éste se sabe de memoria todas las canciones en inglés pero no conoce el árbol que tiene delante”.
El Viejo Vizcacha
“Hay que ver que de todo el Martín Fierro, lo único que se mantiene puro y sigue manteniendo actualidad son los consejos del Viejo Vizcacha. Es lo único que la gente parece creer hoy en día. “Hacete amigo del juez, no le des de qué quejarse…”, como diciendo “acomodate, avivate” . “Y cuando quiera enojarse / vos te debés encoger / pues siempre es bueno tener / palenque ande ir a rascarse”. Lamentablemente es un poco así la cosa. “Nunca vayas a parar / ande veas perros flacos”. ¿Por qué no ir, si quizás uno puede ayudar un poco? (Pero) hay un enorme desamor por la tierra, por la patria, por los semejantes”.
Nos están matando en vida
Como en una conexión a distancia con aquel Serrat que en 1973 escribió y cantó “Padre, decidme qué le han hecho al bosque que no hay árboles”, Don Ata disparó:
“Con tal de arar están volteando todos los árboles. Un árbol tarda a lo mejor cien años en crecer, y se lo voltea en un par de horas. Y se están derribando los árboles en todo el mundo. Por unas chirolas. Y nos están hachando el país muchos propietarios de montes, para hacer unas chirolas. Y no reforestan. No se planta otro árbol. El ruido de las hachas ahuyenta a los pájaros y se destruyen los nidos. Ese pájaro al que le hacharon el árbol no vuelve nunca más a la región, y la provincia o la comarca se queda sin pájaros”.
“Antes había montes desde Jesús María hasta Santiago del Estero. Y no es que haya habido sequías terribles como para no tener más árboles. En ese rumbo hay leguas enteras, quizás 150 kilómetros en los que si usted quiere buscar una sombra para descansar no la encuentra, busca donde atar el caballo para aflojarle la cincha y que descanse y no la encuentra. ¿Por qué lo hay en Alemania? ¿Por qué tiene tantos árboles Francia? Simplemente, nosotros no plantamos. No hay una política inteligente de forestación”.
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“Hay que tener mucho cuidado, porque nos va a pasar lo que le sucedió a aquel niño inglés de la aristocracia, al que le preguntaron de dónde venían las manzanas y contestó “de una frutera de cristal”. Ese era el paisaje que él tenía. Nunca había visto un árbol con manzanas. Nunca su padre le había dicho “mirá las manzanas del árbol, tomá una”. Seguramente el niño sabía muchas cosas, muchos latines, pero era un niño sin paisaje. Y yo pienso que no hay espectáculo más doloroso que ver a un jovencito sin paisaje. Hay que mantener, y limpiar y barrer el paisaje para que los niños transiten por ese paisaje que tenemos”.
Así nació “El arriero va”
Y finalmente, ante una pregunta genérica, Atahualpa contó la historia de “El arriero va”. Dicen que la letra fue suya y la música de su esposa. Pero qué más dá. Es un himno. Una joya que en dos oraciones, en el estribillo, resume todo el drama de la desigualdad social en la Argentina, al margen de que el resto de la poesía es de una belleza inaudita.
-¿Cómo compone don Ata?
“Hago coplas con la idea de ponerles música alguna vez. Y a lo mejor después le sale una zamba, una chacarera, una vidala. No siempre es a partir de la copla la cosa, pero uno no puede estar con una guitarra en la cama a las tres de la mañana, pero puede con un lápiz y un papel anotar unas coplitas en un sobre. Una vez que hay una frase, ya está la puntita. A lo mejor me voy a dormir, porque lo que me inquietaba ya salió… vamos a ver qué pasa…”
“Algunas veces escucho un refrán: “¿Cómo te va Anto?” (por Antonio), le dice un paisano a otro que va arriando tres vaquitas por el monte. Esto sucede en Anta, provincia de Salta. En la estancia de los Matorras. Mientras los dueños de casa se habían ido a cazar, yo, que no tengo rifle y no me gusta la caza, me había quedado haciendo el asado para cuando vuelvan los patrones. Mientras se hacía nos íbamos comiendo los mejores pedazos, íbamos picando. Entonces, uno de los peones que estaba allí conmigo larga el ¿Cómo te va Anto?. “Y, aquí me ves”, dice el otro, “ajenas vacas arriando, ajenas culpas pagando”. Salió medio en verso. A mí no me faltaba mi libretita y anoté. Me gustó el refrán. El otro le dice “cuando encerrés las vacas volvé”, y le hizo el gesto de comer. No volvió el hombre, pero yo anoté el refrán. Parece que hubiera pasado el destino por al lado y me largó la frase. Un año después, hice El arriero con ese refrán dicho por un paisano, lo estiré, hablé del paisaje, le puse imágenes, pero el nudo era ese: la primera versión decía “ajenas culpas pagando y ajenas vacas arriando”. Lindo asunto. Poco a poco, la estructura de la canción, el camino que ella lleva, me hizo cambiarlo por “las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas”. Lo hice más Yupanqui y menos Anto. Agradezco la sugerencia que me hizo el paisano sin saber. Él no sabe el gran favor que me hizo, me tiró una poesía”.