Se difundió en redes sociales un reportaje efectuado al diputado nacional Miguel Pichetto, en el cual manifiesta: “…el charanguito y la música del norte no tienen nada que ver con la Argentina…”
Los argentinos, sea cual fuere el lugar que habitamos de nuestro extenso territorio, identificamos inmediatamente ese bello instrumento con su más insigne ejecutante, el recordado Jaime Torres.
Uno y otro, el instrumento y Jaime, fueron reconocidos mundialmente y, de paso, nuestra cultura y la Argentina.
Pareciera que los años de extensa actuación pública del ahora diputado y ex candidato vicepresidencial de Mauricio Macri le han hecho olvidar -en apariencia- sus orígenes y, en definitiva, su terruño: la República Argentina.
Como muy bien lo define el recordado Arturo Jauretche, se trata “del desarraigo de la (pretendida) clase alta”.
La mediocridad de la afirmación en sí misma no encierra más que una supina ignorancia (con perdón de los supinos), pero lo realmente alarmante es que se torna peligrosa.
“Lo peligroso para el país (parafraseando al autor del Medio Pelo) es que siga gravitando con su tilinguería en la imagen del mundo” y de una visión equivocada de nuestra cultura y pensamientos.
Creo, sin conocerlo personalmente, que da con la mayoría de las pautas del medio pelo del recordado don Arturo.
Sí tuve el inmenso honor y providencial oportunidad de conocer y tratar a Jaime Torres, quien, debo decir, no sólo era un espléndido músico y expresión genuina de la cultura nacional y popular, sino su excelso representante reconocido en el mundo entero. Un hombre cabal con todo lo que ello significa.
No intento decir nada enjundioso sino, simplemente, reflejar una suerte de semblanza referencial.
Acabo de escuchar en las redes las expresiones de Juan Falú -quien con enjundia y meridiana claridad ha hecho una semblanza de lo acontecido y aquí brevemente reseñado-, las cuales me motivaron a escribir estas desordenadas y breves líneas.
Hay muchísimo más para decir, pero lo breve, si bueno, dos veces bueno.
Juan Falú, Pichetto y el “boludo solemne”