¿De ciertos lugares no se regresa? .- Hace años que en Argentina existe un proceso de desmalvinización. Por caso, el 2 de abril de 2022 90 Líneas publicó un artículo titulado ¿Qué esconde la campaña anti Malvinas?, que comenzaba advirtiendo sobre la publicación de un documento titulado “Malvinas, una visión alternativa”, firmado por 17 personas identificadas como constitucionalistas y -supuestos- intelectuales y periodistas argentinos, en el cual la “alternativa” que proponían partía del supuesto de que la “causa Malvinas” tiene “escasa relación con los grandes problemas políticos, sociales y económicos” del país.
En aquel nefasto documento, los firmantes pedían -aunque usted no lo crea- que “en honor de los tratados de derechos humanos incorporados a la Constitución” nacional “los habitantes de Malvinas” fuesen reconocidos como “sujetos de derecho”. Y añadían: “Respetar su modo de vida implica abdicar de la intención de imponerles una soberanía, una ciudadanía y un gobierno que no desean”. Huelgan los comentarios.
Se podría tomar ese escrito como una versión «intelectualoide» y hasta un precedente de la barrabasada que dijo el presidente ultraderechista argentino el 2 de abril de este 2025, donde, palabra más palabra menos, opinó que los kelpers -a quienes llamó provocativamente «malvinenses»– quizás votaran con los pies por Argentina cuando nuestro país sea una potencia, objetivo que alcanzaríamos en un futuro tan lejano como incierto mediante el desmadre económico, social, cultural, político e institucional que está provocando su gobierno con alma de colonia (basta leer las notas que dan cuenta de su sometimiento absoluto al EEUU de Donald Trump, a quien en su viaje relámpago al país del norte le prometió que adaptaría la legislación argentina a su política de aranceles… Hasta el país más pequeñito del orbe le respondió al emperador Trump con aranceles iguales o más altos; Argentina se arrollidó).
Todo Runciman necesita un Roca, todo Trump necesita un Milei (y lo tiene)
Detrás de ese verso camuflado de respeto al otro que esgrimieron los firmantes del documento elaborado en febrero de 2022, siempre se escondió una irrefrenable vocación de colonia. Son quienes en la intimidad -o quizás alguno o alguna en público- lamentan o lamentaron en vida que hubiésemos sido colonizados por los españoles: su ideal es que nos hubiese colonizado el Imperio británico, es decir, que los 46 días durante los que Buenos Aires fue una colonia británica se hubieren convertido en eternos.
¿Quiénes firmaron aquel texto? Jorge Lanata, Juan José Sebreli, Emilio de Ípola, Pepe Eliaschev, Rafael Filippelli, Roberto Gargarella, Fernando Iglesias, Santiago Kovadloff, Gustavo Noriega, Marcos Novaro, José Miguel Onaindia, Vicente Palermo, Eduardo Antin, Luis Alberto Romero, Hilda Sabato, Daniel Sabsay y Beatriz Sarlo. ¿Alguna sorpresa? Sin dudas que no.
Sí, existe una gran porción de la sociedad argentina con alma de colonia. Son quienes…
- apoyan a los gobiernos que en lugar de proponer agregarle valor a nuestras materias primas quieren poner en manos de multinacionales los recursos naturales que hoy el mundo desarrollado pide a gritos y que a la Argentina le sobran.
- Son los que detestan la cultura popular, como a los charanguitos del norte.
- Son los que boicotean desde los círculos del poder, o en connivencia con ellos, todo avance que quiera cristalizar el movimiento nacional en pos de una Argentina federal, desarrollada, industrial, soberana y con educación y trabajo de calidad.
El cipayismo es una postura política que nació el mismo 25 de mayo de 1810, con asiento -fundamentalmente- cerca del Puerto de Buenos Aires. Desde allí se le dio la espalda a San Martín y a Belgrano y se festejó por todo lo alto el cobarde asesinato de Güemes.
Desde allí se combatió la incipiente industria nacional desde el minuto uno. Lo dijo con una claridad meridiana el liberal -pero industrialista- Vicente Fidel López -hijo de Vicente López y Planes- ya en 1873: «Si tomamos en consideración la historia de nuestra producción interior y nacional, veremos que desde la misma revolución de 1810, que empezó a abrir nuestros mercados al libre cambio extranjero, comenzamos a perder todas aquellas materias que nosotros mismos producíamos elaboradas y que podían llamarse emporios de industria incipiente… las cuales hoy están completamente aniquiladas y van camino a la ruina”. Lo siguieron en ese camino Carlos Pellegrini y Ezequiel Ramos Mexía.
Milei, dentro de todo, parece estar haciendo algo bueno: está despertando los más encendidos y sanos sentimientos nacionalistas en millones de argentinos y argentinas. Porque eso de que la patria no se vende no es un eslogan, es un sentimiento muy arraigado en un vasto sector de la población que, desde La Quiaca a Ushuaia y de la cordillera al mar, quizás no grita pero tiene en su interior ese fuego que tenían los italianos en su lucha contra el fascismo y que expresaban en la exclamación: «non passerà!»
Pero los miembros de la burguesía argentina, entonces soló terrateniente, no tenían espíritu de Nación, sino meros intereses de clase. Y así, a su medida, construyeron un país subdesarrollado en base a grandes latifundios robados a los pueblos originarios en la llamada Campaña del Desierto, exportando granos y carnes y viviendo, cual nobles europeos, medio año aquí y medio en Europa. Allí se sentían como en su casa.
A todo esto, hacia 1833 Gran Bretaña expulsó por la fuerza a los destacamentos militares y a la población civil que ocupaban las Islas Malvinas de las Provincias Unidas del Río de la Plata desde 1820, arriando la bandera azul y blanca que creó Manuel Belgrano.
Pero los cipayos parecen obviar ese hecho. Les preocupa más el «sentir» de los kelpers, que no son otra cosa que usurpadores. ¿Será porque ellos se sienten kelpers en suelo argentino, aunque se trate de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe o Junín de los Andes? Es altamente probable.
Lo cierto es que el presidente ultraderechista argentino cruzó una línea muy pero muy delgada, que todos los que la cruzaron, más tarde o más temprano, comprobaron que no tenía regreso. A punto tal que, tras sus nefastas declaraciones del 2 de abril, cosechó en un abrir y cerrar de ojos una denuncia penal por, entre otras cosas, «traición a la patria» por parte de la Confederación de Combatientes de Malvinas de la República Argentina; la declaración de «persona no grata» por parte del Concejo Deliberante de la ciudad de Ushuaia, y un pedido de juicio político presentado ante la Cámara de Diputados de la Nación por el Centro de Ex Combatientes de las Islas Malvinas (CECIM) de La Plata, el cual dice así:
«Bajo número de expediente 0021-P-2025 de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación, acabamos de interponer un pedido de juicio político al presidente de la Nación, Javier Gerardo Milei, por sus dichos del 2 de abril, lo que constituye un quiebre al principio de integridad territorial.
«Asimismo, acabamos de remitir un pedido formal de audiencia a la presidencia de la Comisión de Juicio Político de Diputados, para ampliar fundamentos sobre los aspectos que motivan la presentación.
«A juicio del CECIM La Plata, Milei incurrió en dos causales de juicio político:
«1.Mal desempeño en el ejercicio de sus funciones, por acciones y omisiones que comprometen la política de Estado en torno a Malvinas y menoscaban el principio de integridad territorial.
«2.Presunta comisión de delitos en el ejercicio de la función pública, en particular la posible violación del artículo 248 del Código Penal, al dictar actos y emitir declaraciones contrarias a la Constitución Nacional.
La Patria no se vende. Las Malvinas son argentinas».
Dice el artículo 248 del Código Penal: «Será reprimido con prisión de un mes a dos años e inhabilitación especial por doble tiempo, el funcionario público que dictare resoluciones u órdenes contrarias a las constituciones o leyes nacionales o provinciales o ejecutare las órdenes o resoluciones de esta clase existentes o no ejecutare las leyes cuyo cumplimiento le incumbiere».
Milei, dentro de todo, parece estar haciendo algo bueno: está despertando los más encendidos y sanos sentimientos nacionalistas en millones de argentinos y argentinas. Porque eso de que la patria no se vende no es un eslogan, es un sentimiento muy arraigado en un vasto sector de la población que, desde La Quiaca a Ushuaia y de la cordillera al mar, quizás no grita pero tiene en su interior ese fuego que tenían los italianos en su lucha contra el fascismo y que expresaban en la exclamación: «non passerà!»