«No olviden esta palabra: Todos, todos, todos…»
«A mí me duele mucho el corazón cuando tengo que abrir perspectivas apostólicas, aquel pasaje del Evangelio en el que los invitados por un padre no van a la fiesta de boda del hijo, cuando está todo preparado. ¿Y qué dice el señor de la fiesta? Vayan a los confines y traigan a todos, todos, todos… Sanos, enfermos, chicos y grandes, buenos y pecadores, todos… Que la Iglesia no sea una aduana para seleccionar quiénes entran y quiénes no… ¡Todos! Cada uno con su vida a cuestas, con sus pecados… pero como está delante de Dios, como está delante de la vida… Todos, todos… ¡No pongamos aduanas a la Iglesia!«
El desbloqueo de las puertas de la Iglesia de par en par para que entren «todos, todos, todos», como exclamó él más de una vez (ver el breve video), fue sin lugar a dudas uno de los mayores legados que dejó Francisco a una institución que estaba anquilosada.
Que entren justos y pecadores, que entren sanos y enfermos, que entre pobres y no pobres, que entren personas de todos los géneros, que entren personas de todas las religiones, países, regiones. Ese fue el mensaje y, en la medida que se lo permitió una institución cerrada, la acción cotidiana de Francisco al frente de la Iglesia Católica.
Como él mismo dijo una vez ante las críticas que recibía de sectores conservadores (en lo social) y ultraliberales (en lo económico), no hacía otra cosa que ser fiel a la Palabra de Dios, la misma que desde hace más de dos mil años está en la Biblia, concretamente en los Evangelios.
A lo largo de años y décadas, la Iglesia Católica se fue desvirtuando, esto es, alejándose de, precisamente, la Palabra de Dios. Fue creando e imponiendo a sus fieles normas, costumbres, hasta interpretaciones total y absolutamente forzadas de los mandamientos. Se puso a la Iglesia-institución por encima de la Palabra de Dios. A punto tal que si uno leía y releía una y mil veces los Evangelios, no encontraba una coma que tuviese relación con esas normas, costumbres, formas de pensar y actuar que provenían de la propia Iglesia.
Lo que el Papa Francisco hizo no fue ni más ni menos que traer a la vida cotidiana la palabra de Jesucristo. Lo que ocurre es que, a través de su larga historia, la Iglesia se ha desviado y mucho del camino marcado en los evangelios, camino basado en las palabras de Cristo y que no tiene de manera alguna dobles lecturas
Así fue que la Iglesia se fue vaciando. Tuvo momentos muy críticos, que en nuestra América Latina se tradujeron en su alejamiento de los barrios populares, de los pobres, de los enfermos, de los presos, de los descartados por la sociedad de consumo, la imagen y los falsos dioses (fundamentalmente, el Dios dinero). Parecía ser que a muchos jerarcas de nuestra Iglesia le molestaba el pueblo, y así como en la Edad Media entraban a las catedrales los nobles y la plebe quedaba escuchando misa afuera, con «la ñata contra el vidrio», en siglos posteriores, y hasta 2013, pasaba lo mismo.
Congregaciones religiosas tenían privilegios dentro de la estructura eclesiástica. ¡¿Qué es eso?! ¿Quién o quiénes se olvidaron que Jesús -Dios hecho hombre- vino para los pecadores, los pobres, los afligidos, los que la sociedad desechaba y enviaba lejos, a las márgenes de las ciudades; para los leprosos, las prostitutas, los «últimos».
Y Francisco, como para casi todo, tuvo palabras para ellos: “Los cristianos no tenemos un lugar privilegiado en la vida (…) Algunos quieren tenerlo. Son los proclamados ‘cristianos cualificados’, que al final caerán porque no tienen consistencia”.
Les quitó esos privilegios. ¡Ay, madre mía!
“El mundo es rico, y sin embargo los pobres aumentan a nuestro alrededor. Unos cinco millones de niños menores de cinco años morirán este año a causa de la pobreza (…) Si existe la pobreza extrema en medio de la riqueza es porque hemos permitido que la brecha se amplíe hasta convertirse en la mayor de la historia (…) Necesitamos trabajar juntos para cerrar las guaridas fiscales, evitar las evasiones y el lavado del dinero que le roban a la sociedad”
«Dios no rechaza a nadie»
Un día, una chica española llamada Celia le preguntó a Francisco durante una charla que el Papa tuvo con varios jóvenes: «¿Sabes lo que es una persona no binaria?»
Francisco: -Sí.
Celia: -Me alegro (rió tímidamente) … Yo soy Celia, soy una persona no binaria, y también soy cristiana. A veces, me es muy difícil llevar las dos cosas en la vida, y quería preguntarle si ve un espacio en la Iglesia para las personas trans, las personas no binarias o el colectivo LGTB en general.
Francisco: –Toda persona es hijo de Dios. Toda persona. Dios no rechaza a nadie. Dios es padre. Yo no tengo derecho a echar a nadie de la Iglesia. Más aún, mi deber es recibir siempre. La Iglesia no puede cerrarle las puertas ¡a nadie! … A nadie.
Celia: ¿Y qué piensa de aquellas personas de Iglesia que promueven el odio y utilizan la Biblia para sustentar esos discursos de odio? Y te leen el evangelio, como para decir “yo no te estoy excluyendo, lo dice la Biblia”. Yo me harto y me canso de decir que ese no es el mensaje de Jesús, ¿no?
Francisco: –Esa gente son infiltrados. Infiltrados que aprovechan la Iglesia para sus pasiones personales. Para su estrechez personal. Es una de las corrupciones de la Iglesia, ¿no es cierto? Esas ideologías cerradas… En el fondo, toda esa gente tiene un drama interno; un drama de incoherencia interior muy grande, que viven para condenar a los demás porque no saben pedir perdón por sus propias faltas. En general, quien hace este tipo de condenas es incoherente, tiene algo adentro y se libera condenando a los otros, cuando tendría que agachar la cabeza y mirar su culpa. Pero el día que la Iglesia pierda su universalidad (…) deja de ser Iglesia. ¡Todos tienen cabida!
Claro, si hay obispos y arzobispos que se hacen besar los anillos, que utilizan ropas confeccionadas a medida que cuestan millones, que quieren ocupar los primeros lugares (¿que parte no entendieron cuando Jesús dijo «El más grande entre vosotros será el que se ponga al servicio de los demás. Al que se ensalce a sí mismo, Dios lo humillará; pero al que se humille a sí mismo, Dios lo ensalzará. ¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos hipócritas, que cerráis a la gente la entrada en el reino de los cielos! (Mt 23:2:36).
¡Cuántos sacerdotes, obispos, arzobispos, congregaciones religiosas han cerrado por siglos la entrada a la Iglesia a los descartados por la sociedad! Y un día, desde el sur del planeta, llegó Francisco y abrió las puertas de par en par a todos, todos, todos … Y a muchísimos nos les gustó. Y no les gusta.
«¡Lo que pasa es que quien hace esto o aquello es un pecador/a!», se rasgaron y se rasgan las vestiduras tantos y tantas. Otra vez, ¿qué parte no entendieron? …
«En aquel tiempo, vio Jesús a un publicano llamado Leví (Mateo) sentado en su despacho de recaudador de impuestos y le dijo: «Sígueme». Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció en su casa un gran banquete en honor de Jesús, y estaban a la mesa, con ellos, un gran número de publicanos y otras personas. Los fariseos y los escribas criticaban por eso a los discípulos, diciéndoles: ¿Por qué comen y beben con publicanos y pecadores? Jesús les respondió: No son los sanos los que necesitan al médico sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan« (Lucas 5, 27-32)
Sólo Dios decidirá, al final de los tiempos, quiénes se quedan a su lado y quiénes no. Aquí, y más aún en estos tiempos oscuros, la verdadera Iglesia de Jesucristo debe permanecer día y noche abierta de par en par para todos, todos, todos… Eso hizo Francisco, defendiendo a capa y espada a los que la sociedad rechaza, por venir en pateras, por vivir en las calles, por ser diferentes a lo que esa sociedad decidió que es lo correcto (¿?), por pertenecer a otras religiones, por ser pecadores, por ser pobres, por portación de aspecto inclusive.
“Francisco es un Papa que no parece un Papa. No duda en confesar sus faltas en público (‘reaccionaba sin escuchar’, ‘actuaba autoritariamente’, ‘era precipitado en mis juicios y acciones’), se define políticamente (‘jamás he sido de derecha’), no tiene pelos en la lengua (‘el actual sistema económico nos está llevando a la tragedia’) ni elude los temas más escabrosos para la jerarquía eclesiástica (‘no se puede hablar de la pobreza sin experimentarla’), escribió en 2013 el periodista español Miguel Máiquez en un artículo titulado “Francisco, ¿un antipapa o un Papa como Dios manda?”.
Me atrevo a discrepar con el colega español: Francisco fue un Papa que se pareció (para algunos demasiado) a lo que tiene que ser un Papa. Por eso, lo llegaron a tildar de comunista y de enviado del Maligno… Esta última acusación era una de las preferidas por Caifás y los suyos para estigmatizar a Jesucristo. ¿Casualidad? No lo creo.