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- “No se puede cambiar nada”.
- “El tiempo lo demostró: la sociedad argentina, así como la sociedad global, es cada día más injusta, desigual”.
- “Los ricos son cada vez más ricos y los pobres, cada vez más pobres. Y eso no tiene solución”.
- “Ya ni siquiera hay gobiernos que deciden algo: todo lo manejan las grandes corporaciones multinacionales, que son más poderosas que los Estados y las naciones”.
- “No hay nada que hacer”.
- “Encima, ahora los jóvenes son de ultraderecha. A la edad que históricamente las personas se rebelaban contra las injusticias, hoy las naturalizan y buscan una salida individual”.
- “Triunfó el hiper individualismo”.
- “El capitalismo liberal y más salvaje siempre se las rebusca para cambiar de traje y seguir adelante: la pandemia parecía su final y, en cambio, salió más fortalecido por el auge del individualismo supremo que se identifica con la extrema derecha”.
- “Para colmo, las redes sociales desvirtuaron todo. Ya no hay debates políticos serios, sólo chicanas, fake news… se ‘debate’ por whatsapp con memes”.
- “Los poderosos impusieron en la cabeza de la gente que el pobre lo es porque quiere y que la justicia social es injusta”.
- …Y si me permiten, a título personal, agregaría “y encima se nos fue Francisco, la única voz mundial que quedaba contra este mundo invivible”.
Así podríamos llenar decenas de páginas. Con frases por el estilo. Hay muchas distintas pero con el mismo sentido. Esto es una simple muestra de las expresiones que -palabra más, palabra menos- se escuchan a diario, desde hace largo tiempo, al menos entre los que andan entre los 30 y largos y los 70.
Hay un texto corto pero muy, muy interesante, que publicó el filósofo, docente y escritor José Pablo Feinmann (1943-2021) en el año 1996. Lo tomé de la bibliografía de la Cátedra de Historia de América Latina de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP. Allí, Feinmann, bajo el título “La era del imposibilismo”, describe los sueños de la llamada generación del 60, y también de la generación de los primeros años 70 -en Argentina, al menos hasta que llegó la dictadura-, y analiza que aquellos que vinieron después casi que se burlan de lo utópicos que eran: querían cambiar el mundo: ¡qué ilusos!
El autor coincide en que, con el diario del lunes, martes y miércoles, se puede decir que muchos de los planteos de aquella generación eran ciertamente utópicos y que se equivocaron “de medio a medio”. Pero introduce un elemento que considero fundamental: esa crítica se hace desde “el imposibilismo”.
Dice Feinmann: “Hoy el sentimiento es exactamente el opuesto (al de aquella generación que quería cambiar el mundo y creía que era posible). El espíritu de la época (esta época) siente que ya nada puede decidirse. Siente que todo ya está decidido”.
Y sobre el final interpela: si nosotros juzgamos con tanta “soberbia” la utopía de aquellas generaciones, ¿cómo nos juzgarán a nosotros las generaciones venideras?
¿Dirán que fuimos los que pensaron que no se podía hacer absolutamente nada y, entonces, nos dedicamos a observar cómo todo se hundía hasta desaparecer sin mover un dedo? … “Conjeturo que vamos a ser severamente juzgados cuando, otra vez, los hombres quieran tener algo ver con sus propios destinos”, remata el autor.
¿Los post-generación del 60/70 somos la generación o las generaciones del “imposibilismo”? ¿Del “ni te molestes que no se puede cambiar nada”? … Suena espantoso, ¿no?
Para pensar(nos).
Aquí transcribimos el texto que José Pablo Feinmann publicó en 1996, hace casi 30 años, pero que hoy en día creo que está más vigente que entonces.
“La era del imposibilismo”

“Hay pocas cosas más fascinantes que sentir que la Historia está en juego, que se está decidiendo mientras uno la protagoniza. Todo era inminente, resolutivo en los sesenta y en los primeros años del setenta. Todo se estaba decidiendo, todo estaba por decidirse. Hoy el sentimiento es exactamente el opuesto. El espíritu de la época siente que ya nada puede decidirse. Siente que todo ya está decidido. Y todos, lejos de sentirnos protagonistas, nos sentimos protagonizados.
“Claro: más objetos que sujetos. Recurro a un ejemplo. Se me permitirá que ese ejemplo incorpore como protagonista a Ernesto Guevara. Digo “se me permitirá” porque sé que muchos ya no toleran una palabra más sobre Guevara, no porque estén en su contra, sino porque están a su favor y quieren dejarlo, de una vez por todas, en paz. Pero Guevara -por muchos y contradictorios motivos- es un referente ineludible de nuestra época. Es, tal vez, la añoranza de lo absoluto, de una época en que las cosas, todas las cosas, parecían posibles.
“Pero ocurre que el juicio de quienes habitamos la era del imposibilismo sobre quienes -como Guevara- habitaron la época de los absolutos y los horizontes infinitamente abiertos se disfraza, con frecuencia, de lucidez.
“Por ejemplo: estoy en una mesa integrando un panel sobre Guevara a propósito del excelente libro de Pierre Kalfon: Ernesto Guevara, una leyenda de nuestro siglo. Desmenuzamos la batalla de Santa Clara: ¿fue un triunfo de la guerrilla castrista, o fue un desbande de los soldados de Batista (NdeR: el dictador cubano que la revolución derrocó en 1959) que no tenían conducción adecuada? Nos consagramos a ser lúcidos: las tropas Batistianas se pasaron con decisiva masividad a los héroes de Sierra Maestra porque estaban desarticuladas y sin motivos para luchar a fondo.
El espíritu de esta época es el de la imposibilidad, el del todo ya está decidido, el de la sensación del sometimiento de la voluntad a una especie de inmensa voluntad incomprensible y, por lo tanto, intransformable
“Esto puede discutirse o no. Pero sacamos conclusiones: fue errado creer que la guerrilla podía vencer a todos los ejércitos regulares de Latinoamérica a partir de la victoria de Santa Clara. El Ché se equivocó. También se equivocó en Bolivia. Siempre tuvo una desmesurada valoración de la voluntad, siempre creyó que la Historia se hacía a partir de la voluntad y que el mundo era transformable por completo.
“Ahora bien, ¿cómo no iba a creer esto? Era un guerrero de la modernidad. Si algo caracteriza a la modernidad -a partir del hecho inaugural de la Revolución Francesa- es la convicción de que los hombres hacen la Historia, son sus sujetos. La hacen y la transforman. El imperativo de Marx domina y expresa a la modernidad: no sólo comprender al mundo, también transformarlo. Y el imperativo tenía hondo calado porque todo parecía posible. Deseo y transformación tendían a confundirse. (Aquí, otra vez, incurro en la arrogancia de la lucidez epocal: escribo “confundirse” como si ellos fueran los confundidos y nosotros, desde esta altura del siglo, los que, por fin, vemos con claridad. ¿Qué vemos? Que todo era imposible. ¿No es una proyección de nuestro presente sobre el pasado?).
¿Cómo nos verán cuando nos vean desde el futuro? ¿Dirán “transcurrían sus horas demostrando la imposibilidad de todo, tanto en el presente como en el pasado”?
“Insisto: la idea que expresa al hombre haciendo la Historia y haciéndose a sí mismo a través de esa praxis es constitutiva de la modernidad. La modernidad es la era de las revoluciones porque es la era que piensa la libertad del sujeto histórico, su supremacía sobre la materia histórica (a la que puede darle la forma, la dimensión de sus deseos) y la sensación ardiente de que nada está dicho por completo, nada está decidido, todo está por hacerse. Cuando Rimbaud dice cambiar la vida, Marx dice cambiar el mundo. Hay una poética y una política que se potencian mutuamente.
“La idea Guevarista del foco guerrillero condensa esta gigantesca concepción: aunque seamos pocos, si la voluntad es poderosa, y lo es, la realidad habrá de desplazarse hasta tomar la forma de nuestro deseo. Es relativamente sencillo hoy -sobre todo a la luz de los resultados- arrojarse sobre esta idea y destrozarla, y descubrirle sus aristas voluntaristas, elitistas, desaforadamente soberbias. Pero era el espíritu de la época.
“Sentían, lisa y llanamente, que era posible transformar la Historia a partir de la acción del sujeto. Que algunos pensaran este hecho a partir de las masas y otros a partir del foco es una discusión que pertenece a la época. Pero ambas concepciones participan de la certeza del posible cambio histórico. Se produce, por el contrario, un choque inmenso, que lleva a fatales incomprensiones, cuando proyectamos el espíritu de esta época (que es el de la imposibilidad, el del todo ya está decidido, el de la sensación del sometimiento de la voluntad a una especie de inmensa voluntad incomprensible y, por lo tanto, intransformable) sobre el espíritu de aquella época.
“Siempre (para pensarnos con cierta hondura) conviene mirarnos desde otra perspectiva epocal. Alguna vez serán juzgados los noventa con tanta severidad y con tanta arrogante lucidez como desde hoy se juzgan las décadas de la modernidad utopista. ¿Cómo nos verán cuando nos vean desde otro lugar? Dirán: transcurrían sus horas demostrando la imposibilidad de todo, tanto en el presente como en el pasado. Se divertían festejando a Guevara como a un romántico pintoresco, pero pensaban que era un loco soñador, un perdedor inapelable que se equivocó en todo lo que hizo porque no advirtió que todo cuanto quiso hacer… era imposible. Santa Clara se la regalaron. El Congo fue un desastre. Bolivia, ni hablar. Y de ahí nacieron todos los demás. Todo estuvo mal, todo fue un gigantesco malentendido, un gigantesco error. Guevarizar a Evita fue un disparate. Creer en una izquierda peronista, peor.
“Por ejemplo: Claudio Uriarte, escribe que ‘peronismo de izquierda’ es un oxímoron. Algo así como una contradicción en sus términos. Hoy, sin duda, lo es. Pero no lo era cuando los peronistas de izquierda inventaron ‘ese’ peronismo, cuando se pusieron ‘esa’ máscara se metieron en el peronismo tradicional (incorporando su iconografía y hasta su lenguaje) para ver si alguna maldita vez podían llevar al leve y manso pueblo peronista, hijo dilecto del Estado de Bienestar, a cierto compromiso con el marxismo y la revolución. Es fácil decir hoy que se equivocaron. Pero en ese momento no parecía tan absurdo como ahora. Ocurre que ahora todo parece absurdo. Ocurre que ahora lo sabemos todo. Y que todos aquellos que en el pasado quisieron hacer algo eran, cuando menos, patéticos.
“Este saber de la imposibilidad es el saber de nuestra época. Conjeturo que vamos a ser severamente juzgados cuando, otra vez, los hombres quieran tener algo ver con sus propios destinos. Conjeturo que esta frase hará sonreír benévolamente a más de uno”.
Jose Pablo Feinmann (Página 12, 1996)