El presidente argentino de extrema derecha habló y habla de reconversión. No inventó absolutamente nada. De reconversión hablaron Videla y Martínez de Hoz; Menem y Cavallo; Macri, Caputo y Sturzenegger y, ahora, Milei, Caputo y Sturzenegger. Los capitostes de las cuatro olas neoliberales que -literalmente- sufrió la Argentina y la gran mayoría de su pueblo entre 1976 y la actualidad.
Luego de cada discurso de “reconversión”, adobado con las maravillas que sobrevendrían tras la puesta en marcha de la liberalización y desregulación de la economía, llegó, en efecto, una reconversión: la de un país con una fuerte matriz industrial en otro con una economía de valorización financiera (1) con Videla y Martínez de Hoz; la profundización de la destrucción dictatorial -interrumpida tras la Guerra de Malvinas- por parte de Menem y Cavallo; la vuelta al modelo neocolonial por parte de Macri, Caputo y Sturzenegger después del proceso reindustrializador del tercer peronismo (2003-2015), pero, a fin de condicionar a un eventual futuro gobierno nacional-industrialista, con un endeudamiento a 100 años y una resujeción a los dictados del FMI; y la aplicación de la receta macrista “por el mismo camino, pero más rápido”, a cargo de Milei, Caputo y Sturzenegger (que, como se puede apreciar, son más y más de lo mismo).
El disparador de las dos primeras y brutales ofensivas neocoloniales (76-83) y (89-01) fue el General Juan D. Perón, su malograda sucesora natural, Eva María Duarte, y el movimiento nacional justicialista que germinó en los albores de los años ‘40 y pretendió ser eliminado con 14 tn de explosivos, persecución política, tortura y fusilamientos clandestinos desde junio de 1955.
El pecado del General tiene un número: 50,8. Ese fue el porcentaje del PBI que las políticas peronistas le asignaron, en 1954, al sector del Trabajo (49,2% para el Capital). Pecado capital, valga la redundancia, en un país que, desde el reparto de las tierras robadas a las comunidades indígenas en el siglo XIX entre las familias que integraban la lumpen oligarquía agroexportadora, solo conocía una estructura social basada en una clase altísima y clases supervivientes, con una economía primarizada, sin industrias “de verdad” (léase modelo Mosconi-Savio) y movilidad social prácticamente nula.
Como el General se atrevió a alterar, y fuertemente, aquel sistema neocolonial, lo desterraron casi 20 años. Ni bien lo hicieron, Argentina se asoció al FMI y se endeudó, herramienta central del modelo neocolonial – empobrecedor.
En 1974, el segundo peronismo llegó a equiparar la distribución de la riqueza en torno a un 50-50. Pero hizo algo peor: registró el Índice de Gini (índice que mide la desigualdad social) más bajo de la historia nacional, un 0.36, con los más altos niveles de industrialización que conoció el país, 65 por ciento de clase media, una desocupación inferior al 3 por ciento y una pobreza inferior al 8%; niveles educativos y culturales superiores a los de varios países europeos y una deuda externa irrisoria. Había que destruir ese mal ejemplo para América Latina. Y llegaron Videla, Martínez de Hoz y Cía.
Sobrevinieron 25 años de deterioro económico, social, educativo y cultural. Hasta que en 2003, los capitanes del proyecto “Un país para el 30%” se enteraron de que en la Patagonia había un reservorio de peronismo puro y duro. Y llegó el tercer peronismo.
El proceso virtuoso que arrancó aquel año tuvo el tupé de superar el pecado original del General: en 2015, la distribución de la riqueza nacional puso 52% en el plato del Trabajo y 48 en el del Capital. Entonces, la lumpen oligarquía lanzó a “todos y todas” contra el peronismo, desde Macri hasta la “progresista” Carrió; el lawfare contra Cristina Fernández de Kirchner; la vuelta a una economía primarizada; un ancla eterna para el eterno sueño de un país económicamente independiente -vía un endeudamiento récord-, e inoculación de odio social a mansalva en vastos sectores de clase media.
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Pero como el proyecto necesitaba al menos 8 años y se cortó a los cuatro por impericia de sus ejecutores, lo rediseñaron para 2023, con algunos añadidos: como dos veces se cortó el plan neocolonial (1982 y 2019), ahora había que cristalizarlo en cuatro años, para lo cual se aceleraron brutalmente los tiempos del mega endeudamiento (U$S 100.000 millones en un año y medio) y del plan de destrucción de la ciencia y del último recurso de movilidad social ascendente: las universidades públicas.
Ahora bien, ¿por qué no se puede aplicar un modelo liberal en la Argentina? Como respuesta bastaría observar las consecuencias de cada intento: desindustrialización, aumento exponencial del desempleo y la pobreza, fragmentación de la sociedad, incremento de la violencia social, precarización laboral, caída brutal de los índices educativos – culturales, y un largo etcétera.
Pero veamos cómo anticipó esas consecuencias el liberal (pero industrialista) Carlos Pellegrini hace !150! años: “Si el libre cambio desarrolla la industria que ha adquirido cierto vigor y le permite alcanzar todo el esplendor posible, el libre cambio mata a la industria naciente”. Demás está aclarar que la industria nacional nunca llegó a alcanzar, porque las fuerzas neocoloniales lo impidieron, el desarrollo que le permitiese abrirse al libre cambio.
Artículo reelacionado:
Y, ante un panorama de dependencia económica y deterioro social desolador, un General decidió dar vuelta la taba, cometiendo el peor de los pecados para la lumpen oligarquía nativa: “inventó” la distribución de la riqueza “contranatura”.
¿Habrá un cuarto peronismo? En ese caso, ¿aprenderá de experiencias pasadas? Habrá que averiguarlo.
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(1) Modelo económico donde la acumulación de capital se da principalmente a través de actividades financieras, como la especulación con activos, la deuda externa y la fuga de capitales, en lugar de la inversión productiva.