El gran negocio de la grieta

“La grieta no se va a terminar porque es un gran negocio para muchos”. La sabiduría popular está a la vuelta de la esquina. Y a la vuelta de la esquina del departamento donde vivo hay un mercadito -uno de tres que funcionan en el barrio- que hace unos días (tres, cuatro, seis…da lo mismo para el caso) fue el lugar donde un hombre de unos 60 años a quien desconozco dictó esa sentencia, que recogió movimientos de cabeza diciendo “sí” en el comerciante y en una clienta que me precedía (el cartel decía “máximo dos personas”, en fin).

Hace rato que vengo pensando una cosa similar. Y lo he escrito. Pero cuando algo se escucha en un negocio del barrio, va a misa (como dicen los españoles). Ahora bien, si ciudadanos de a pie, como uno, piensan así, ¿por qué tantísima gente se pierde en la grieta? ¿O en realidad será menos de la que nos hacen creer aquellos para quienes es “un gran negocio”? Y en ese caso, ¿quiénes son los beneficiarios del negocio? ¿Quiénes son los “muchos” que le sacan tajada?

De la división profunda de una sociedad se benefician, siempre y en cualquier país del mundo, los poderosos. Y los poderosos argentinos son los grandes grupos económicos con más intereses afuera que adentro del país (el gran periodista Alfredo Zaiat sostuvo que el establishment se resiste a un proyecto de desarrollo nacional porque “gran parte de los patrimonios de ese núcleo de empresarios poderosos está en el exterior, ya sea en propiedades, empresas, activos bursátiles o capitales líquidos”, de modo tal que “su propio destino queda escindido del destino general” y del mercado interno); los terratenientes/exportadores (ya profundizaremos en lo que piensan los propios liberales británicos de ese sector histórico); la patria financiera que especula y genera enormes dividendos, pero no aporta nada en materia de trabajo ni mejora de la calidad de vida de la comunidad; la banca transnacional”.

Pero al costado de la mesa grande hay muchos que también se benefician de una sociedad dividida y, sobre todo, económicamente desigual; violentamente desigual. Los gremios con importantes mutuales que reciben millonadas de los gobiernos de derecha, centro e izquierda (usando una terminología poco propia de la política Argentina, pero con el fin de que se entienda que nadie le puso el cascabel a ese nefasto subsistema de salud); la corporación médica (como lo denunció en su carta de despedida el enorme René Favaloro, que 90lineas.com destacó en la nota Un espejo en el cual el país no quiere mirarse); quienes maman de la teta del Estado -aunque tengan una actividad privada- sin que les importe un comino que el Estado somos todos y que si no funciona nos perjudicamos todos; políticos que lejos de entrar al ruedo para brindar un servicio público con fecha de vencimiento se transforman en una suerte de club al cual, para colmo, no dejan asociarse a nadie que no sea servil, pariente o “del palo”.

¡Madre mía! ¡Qué concepto tan funcional a la derecha! ¡Concepto antipolítico si los hay! ¡Gorila! Más arriba puse entre los principales beneficiarios de la falsa grieta (porque hay una grieta real entre poderosos y débiles/ricos y pobres) a las corporaciones económicas y a la oligarquía terrateniente, y más adelante me referiré en elogiosos términos a las políticas centrales del primer peronismo. No obstante, quien “quiera decirme lo que quiera” por criticar al Estado elefantiásico y a los políticos de la política chiquita, adelante.

El país está demasiado enfermo y su sociedad empobrecida y envenenada por el incesante e insoportable discurso de la falsa grieta -pandemias macrista y de coronavirus mediante- como para no empezar a llamar a las cosas por su nombre. Si no damos el puntapié inicial, aquí quedaremos. Y no es un lugar muy agradable que digamos.

Con una lógica del siglo XVI

¿Por qué se separan grupos de amigos, de parientes, de compañeros de trabajo, de conocidos o vecinos a raíz de dos categorías comúnmente llamadas K y antiK?

Es que… ¿Hicieron la prueba de leer cualquier diario, escuchar cualquier estación de radio o, más aún, mirar cualquier canal de noticias sin que cualquier cosa que pase no sea presentada en términos de blanco/negro?

Lo peor del caso es que con ese amigo, pariente, compañero de trabajo, conocido o vecino tiene, con un porcentaje de posibilidades del 99,99%, un estatus económico muy similar, intereses y gustos coincidentes, las mismas ganas de vivir un poco mejor, igual preocupación por el futuro de los hijos, una escala de valores donde la honestidad y el ejemplo del buen samaritano ocupan los primeros lugares, la misma vereda rota, similar bronca por los reiterados cortes de luz o de agua, el precio de los alimentos por las nubes, análoga incertidumbre por el futuro y preocupación por la deriva de la pandemia.

No obstante lo cual, diría el gran Pappo Napolitano, cuando Juan y Pedro (quedaron bautizados) entran a esa cancha embarrada (creada adrede por los que necesitan dividir para reinar, y lo vienen haciendo muy bien desde hace mucho tiempo) absolutamente todo se desmadra. Y la infinidad de denominadores comunes que Pedro y Juan tienen vuelan por los aires al son de frases hechas en el think tank (algo así como un laboratorio de ideas, en buen cristiano) que en 1532 inventó Maquiavelo e, increíblemente, sigue tan vigente como entonces. Y es que para los creadores/dueños de la falsa grieta, como sostuvo en aquel lejano siglo XVI el filósofo político italiano, la gloria y la supervivencia pueden justificar el uso de medios inmorales para lograr esos fines.

¿Es inmoral dividir a una sociedad -hasta orillar el peligroso terreno de la violencia- sobre falsos postulados con el objetivo de conservar sí o sí el poder? Totalmente inmoral. ¿Y por qué lo toleramos? ¿Cuándo vamos a empezar a indignarnos? No sabe/no contesta.

El formadísimo y medido periodista Washington Uranga escribió hace pocas horas que “hoy por hoy la grieta es una categoría y un método ideado por los beneficiarios del poder para perpetuarse en el mismo y seguir usufructuando los beneficios de todo tipo que les brinda la sociedad capitalista. Y por este motivo, no van a escatimar esfuerzos, acciones e iniciativas para perpetuarla. No importan los ofrecimientos al diálogo, las concesiones o las negociaciones que se puedan ofrecer desde ‘el otro lado’. Porque la única metodología política (si es que así se la puede denominar) de los partidarios de la grieta es oponerse a todo, sin razones ni argumentos. Sin importar tampoco el tema y atribuyendo todos los males al circunstancial adversario, que siempre será adjetivado como enemigo”. Claro como el agua clara.

Me permito disentir con la crítica implícita a la sociedad capitalista, pues hay sobrados ejemplos de que el capitalismo puede ser un motor de desarrollo del país. El primer peronismo fue capitalista. Y sentó bases que, con todo y a pesar de todo, llegaron hasta 1974.

Cayendo por el agujerito sin fin

“(La decadencia empieza) con la dictadura militar de los 70 y un poco antes, con el rodrigazo, un plan de ajuste salvaje que acaba con el modelo de distribución peronista. (El que comenzó en 1973) era un gobierno peronista agotado, muerto Perón, en plena crisis del petróleo. Y con la dictadura, además, el desastre de los desaparecidos que llega porque había mucha resistencia -hubo 200 paros en los dos primeros años de dictadura-. El peronismo había logrado una distribución del 51% para los trabajadores y el 49% para el empresariado. Hasta los 70, Argentina tenía índices de pobreza extrema bajísimos para Latinoamérica; índices de educación de niveles europeos e incluso superiores. Mejores que España, por ejemplo. Tenía una muy buena escuela pública a la que iba el 90% de la población, todas las clases sociales. Era una sociedad igualitaria (NR. 65% de clase media) que se truncó en los 70, y apareció una pobreza estructural que se mantiene hasta hoy, con algunos momentitos en los 2000 de recuperación. Argentina no se recuperó de los 70 porque el kirchnerismo cometió errores como no atacar la pobreza estructural, no generar condiciones de trabajo genuinas. A los que mejor les fue en los años del kirchnerismo fue a los que no lo votaron, algo similar a lo que pasó en Brasil (NR. Con Lula)”, resumió el historiador Felipe Pigna durante una entrevista en el diario El País de España, en julio de 2016.

Que en el país hay dos proyectos es tan sabido como que la bandera la creó Belgrano. A propósito, Belgrano y San Martín, ya en los primeros años del siglo XIX y en los años subsiguientes, sufrieron y mucho el ninguneo o, directamente, los ataques del poder porteño. Los granaderos a caballo fueron protagonistas -antes de la batalla de San Lorenzo- del derrocamiento del Primer Triunvirato porque el Gran Jefe y los suyos consideraban que se habían apartado del camino revolucionario e independentista; a Belgrano, al mando del Ejército del Norte y tras el épico éxodo jujeño, el triunvirato que respondía a Rivadavia le dijo que bajara desde Tucumán a Córdoba, pero merced a que desobedeció esa orden consiguió las cruciales victorias de Tucumán y Salta (la historia hubiese sido muy otra sin esa genial desobediencia); San Martín pidió varias veces a Buenos Aires, y se le negó otras tantas, apoyo para la campaña al Perú.

Son unos poquísimos ejemplos de que, desde un inicio y con próceres de carne y hueso con ideas muy firmes -bien lejos de los hombres de bronce de la historia oficial-, ya había dos proyectos. Y hubo federales y unitarios. También una interna al interior de la burguesía terrateniente entre un sector minoritario que promovía usar los gigantescos beneficios de la exportación de granos y carnes para industrializar la nación al estilo de EEUU, con Carlos Pellegrini y Ezequiel Ramos Mejía como dos de las figuras prominentes entre fines del siglo XIX y principios del XX, y un sector mayoritario que “rechazó la industrialización para seguir mamando de la teta de la explotación agropecuaria latifundista” (Alan Beattie, ex economista del Bank of England y redactor editorialista del Financial Times). Conservadores y radicales. Peronistas y antiperonistas. Y un largo etcétera.

¿Mentime que me gusta y me lo creo?

Si en pleno siglo XXI nos seguimos manejando por categorías como peronismo-antiperonismo. Si una sociedad históricamente formada como la argentina se sigue sometiendo al ya ridículo dilema K-antiK para analizar un país tan complejo, heterogéneo y plagado de desafíos a futuro que requiere de la búsqueda urgente de denominadores comunes a largo plazo (léase, políticas de Estado), nuestro futuro está sellado.

Sí, la falsa grieta fue creada adrede para beneficio de los poderosos y sus secuaces. Les permite sobrevivir, perpetuar sus privilegios e insultar nuestra inteligencia riéndose en nuestras caras. Ya lo dijo aquel vecino, en forma simple y directa, en el mercadito del barrio: “La grieta no se va a terminar porque es un gran negocio para muchos”. De muchos otros, de la gran mayoría, depende ponerle fin a esos discursos falsos, eslóganes fáciles, consignas sin fundamento, que únicamente sirven a ciertas castas.

Duele imaginarse cómo se burlan de nosotros cuando dejamos de hablarnos con el amigo, pariente, vecino, conocido o compañero de trabajo repitiendo sus frases hechas, como si no fuésemos capaces de pensar por nosotros mismos y de darnos cuenta de que la inmensa mayoría tenemos los mismos problemas, intereses, deseos, y que soñamos con el mismo país.   

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