Covid: la conmovedora «carta de amor» al personal de la salud

Antes de morir por coronavirus en una cama de terapia intensiva, un científico del Conicet de 75 años escribió una impactante carta

Hugo Míguez (foto Web)

«Mientras me enfermaba de Covid encontré algo en estas salas, en estos corredores, en la mirada de estas gentes. Una cultura. ¿Qué significa descubrir una cultura en el Hospital Italiano en medio de un ataque como este? Mucho. Significa, contra lo que podría pensarse, que no es el resultado de muchísimas personas con roles marcados, tecnicaturas, profesiones, saberes, tecnologías, destrezas. Es una matriz acogedora, extraordinariamente cálida y vivificante«.

Es una parte de la conmovedora carta que escribió, antes de ingresar en terapia intensiva, el docente e investigador del Conicet Hugo Míguez, quien falleció el 20 de abril de Covid-19.

El profesor universitario y científico social añadió: «(esto) no es una nave científica que va a Marte. No. Esta va a la región más desolada de tu cerebro. Al caldo primordial de donde alguna vez nos arrastramos sin conciencia. Al lugar desde donde nos asusta el final del Covid llevándose nuestro aire».

Pocos minutos antes de saber que lo ingresarían a terapia intensiva, Míguez pidió escribir una carta para «dejar algo de lo aprendido en estos días de aislamiento. Algo. Lo que pueda».

«30 segundos», se titula la carta. Y es que el investigador graduado en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA dijo: «Sólo quiero 30 segundos lúcidos. Para poder evocar a los que quise sin que llegue a atraparme la melancolía… Me iré bien. Este hospital y su gente estarán también en esos 30 segundos«.

Son muchos los que han pasado momentos duros en hospitales a causa del Covid, y muchos son los que han destacado la atención de todo el personal. Hugo Míguez, sin dudas, ha hablado en nombre de miles y miles.

Gente que te ayuda de todas las formas porque son una cultura que dice que sos valioso (…) Porque te quieren desde lo más básicamente humano

Desde «la cama 1216, zona de trinchera», relató que cayó desmayado «por la falta de aire y la desesperación».

«Unas manitas de enfermera tiraban de mí, Bibi. Braceando como pudo me alcanzó. Me abracé a ella y me di cuenta de que no estaba en un páramo sin vuelta atrás».

HERMANOS

«Llegué dispuesto a evitar prolongaciones que arañen dos meses más de sobrevida a costa de desesperación. No rasguñar las piedras para mí«, describió Míguez minutos antes de ingresar a terapia intensiva, donde falleció.

En otro pasaje estremecedor, contó que «Bernardo y otros médicos me escucharon. Luego me pusieron una mano en el hombro y se hicieron cargo de mí. No tengo hermanos. Esto ha sido lo más próximo que he descubierto de esa relación. Me protegió. Llamó todos los días a mi hija que amo, y la contuvo«.

«Y de pronto, las manitas de Bibi, el desborde humanista y contenedor de Bernardo, la dulzura de la kinesióloga, la gente que te ayuda de todas las formas porque son una cultura que dice que sos valioso. Seguramente es cierto. Pero es porque te quieren desde lo más básicamente humano».

Frente a la incertidumbre sobre si podría vencer la enfermedad, confió que desconocía cómo saldría de esa situación, pero que no le preocupaba tanto: «todavía no sé cómo saldré. Y no me preocupa tanto. Y dicho con humildad. En serio. Saldré con paz y con cariño. Está muy bien. Tengo 75 años. ¡Carpe diem para nosotros todavía!».

Graduado en la UBA e investigador del Conicet, como se dijo, su recorrido académico también incluyó la Escuela de Psicología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Costa Rica y el Doctorado en Psicología de la Universidad de Palermo.

Luego de retirarse hace 10 años, decidió seguir formándose, esta vez en Teoría e Historia del Arte.

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