«Quiero conocer al hombre invisible»

La increíble anécdota del fanático de Titanes en el Ring que se presentó en las oficinas de Martín Karadagián para poder ver lo imposible

Hoy se cumplen 30 años sin el gran Martín Karadagián

Martín Karadagián fue uno de los más extraordinarios creadores de fantasías que tuvo el mundo del espectáculos en Argentina. Todo parecía real en Titanes en el Ring, pero nada o poco lo era. En estas columnas ya nos ocupamos de contar la historia de la creación de este show de catch maravilloso que empezó en Canal 9 el primer sábado de marzo de 1962, siendo un éxito para la familia y especialmente los niños durante 40 años. Pero quedaron en el tintero luego de esa primer entrega de 90lineas.com muchísimas y jugosas anécdotas de aquellas épocas de una inocencia muy marcada, que no tienen desperdicio y merecen ser contadas. Y hay una en particular que demuestra que el mundo creado por el Gran Martín pegaba fuerte en su público que, convencido de la realidad de lo que veía, iba en busca de lo inalcanzable y para ello estaba dispuesto a todo, o casi todo.

Por las oficinas del 9º piso de Callao 449 que montó el titán y que Daniel Roncoli -autor del libro «El Gran Martín»- llama «El Emporio del Disparate», pasaban desde mendigos y monjas hasta los más famosos actores y actrices y productores de multitudinarios espectáculos deportivos de aquel entonces. Era un desfiladero de gente porque, una de las características de Karadagián -además de muy intuitivo y rápido de mente-, era no escatimar dinero a las acciones solidarias y colaboraba permanentemente con hospitales, escuelas y entidades benéficas a partir del catch, que no tardó en hacerse furor no sin antes ser resistido y recorrer los canales televisivos sin siquiera ser escuchada la propuesta de su mentor.

El 26 de mayo de 1966 golpeó la puerta del «Emporio del Disparate» un singular personaje, campesino, vestido con bombacha, boina y botas, bien gauchesco. Ese año Martín había creado para Titanes un luchador muy particular, el Hombre Invisible. El visitante había dejado en claro, antes de cualquier contacto con los protagonistas de la troupe que pululaban por las oficinas, que tenía disponibilidad económica. Lo hicieron pasar y por fin llegó frente a frente ante Karadagián, allí lanzó: «Buenos días don Martín, discúlpeme el atrevimiento, hice muchos kilómetros desde Reconquista (Santa Fe) y llegué hasta aquí porque quiero conocer al hombre invisible y me quiero sacar una foto con él».

La respuesta de Karadagián fue rápida y directa, mirándolo a los ojos fijamente y sin gestos de ningún tipo, le dijo (según cuenta maravillosamente Roncoli): «Mire, el señor Hans Aguila (uno de la troupe de Titanes), como miembro de la Federación Internacional de Catch, se lo va a presentar. En mi rol de empresario, tengo la obligación de darle hospedaje y el hombre invisible duerme aquí, es más, ahora anda por acá…¿le avisó a mi secretaria?. Pero no le va a hablar porque si le habla yo lo descubro y tiene miedo que le propine una golpiza. A usted le gustará, pero después hablan de mí, él es más sucio y artero que yo. Se aprovecha que no lo puedo ver y a veces estoy trabajando en mi escritorio compenetrado, pasa, me pega a traición, y se va. Mire como tengo las orejas, toque, toque. Todo por los golpes de ese sujeto».

El campesino logró la foto con el hombre invisible que le sacó Hans Aguila, y si bien parecía satisfecho al otro día volvió y planteó: «Estuve pensando Martín, cuando revele la foto, la gente en el campo me va a ver a mí pero no lo va a ver a él…además cuando pelea yo hincho por él…no lo tome a mal. ¿Por qué no le dice a Di Sarli que me venda los anteojos?».

LOS ANTEOJOS «ESTROBOSCÓPICOS»

El Gran Titán no dejaba nada librado al azar en ese mundo de fantasías y, claro, el único que podía ver al hombre invisible era el enorme relator platense Rodolfo Di Sarli, a quien proveyeron de unos anteojos «estroboscópicos» especiales para transmitir las peleas de este singular personaje. El campesino se los quiso comprar y su insistencia llegó hasta el mismísimo Luna Park, donde esa noche se presentaba «Titanes en el Ring» y la pelea estelar era Karadagián Vs el Hombre Invisible.

Di Sarli, con su seriedad y sabiendo de ese costado burlón del gran Titán, intentó una y otra vez sacarse de encima al gaucho.

Martín quería que Di Sarli le vendiera los anteojos y como sabía que esa noche estelar en el Luna iba a estar presente el interesado en comprarlos, cambió la pelea de fondo y luchó contra el Beatle Jean Pierre, otro despampanante personaje. No vaya a ser cosa que Rodolfo logre hacer negocio con los anteojos y cuando el campesino los probara percibiera que no funcionen.

Rodolfo Di Sarli

En pleno show con un estadio colmado, el interesado llegó hasta las cabinas de transmisión y le ofreció a Di Sarli un millón de pesos por los «estroboscópicos». Pero Rodolfo, siempre con su seriedad, le dijo: «¿Sabe que pasa?, hay seis como estos en todo el mundo, me lo enviaron especialmente desde Inglaterra, y si se los vendo a usted no voy a poder transmitir más las peleas del hombre invisible». Desahuciado el gaucho se fue y regresó a sus pagos sólo con la foto que amablemente le había tomado Hans Aguila en las oficinas de Callao 449.

Al otro día cuando Martín se encontró con Di Sarli y se enteró que le habían ofrecido un millón de pesos por las gafas y que la operación no se concretó, se agarró de sus pelos ya blancos y les dijo a sus luchadores que se iba a Santa Fe para encontrar a este hombre y en una operación puerta a puerta venderle los anteojos…

 

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