Un extraño tesoro de los inocentes: una crónica ricotera

Foto: Camila Godoy

El sábado del recital fue caluroso como un día normal de diciembre, aunque en todo momento tuve una punzada en el estómago que sabía que ese día no era como cualquier otro, estaba presente la sensación de ya haber estado allí. El recuerdo del show del Indio Solari de 2008, en ese mismo sitio, rondaba mi mente. En aquel entonces tenía solo 16 años, y el mirar atrás implica saber que un río ha pasado y que se llevó puesta mi inocencia.

Llegué a las inmediaciones del Estadio pasadas las 17 horas junto a mi compañera, y el clima ya era de alegría, el propio micro lo compartí con personas que iban a la misma cita que yo. Hacer la fila fue ver personas tomando al lado de coches donde sonaban los clásicos de Patricio Rey, y estaba claro que eso no era casualidad, era un rito hecho durante muchas oportunidades, y que en él había un sentido que los años no debilitaron.

El sol era intenso pero la fila avanzó rápido, y en menos de una hora ingresamos al Estadio Único. El público fue llegando, una auténtica marea humana que parecía no tener fin, faltando escasos minutos para que el show comience, la gente seguía entrando en procesión al campo, recordé el concierto de los Rolling Stones de 2016 al cual asistí, y estoy seguro de afirmar que la asistencia fue mucho menor aquel día.

Pasadas las 21,30 las luces se fueron y el recital comenzó, con la canción Había una vez seguida por Charro chino. Luego comenzó la primera seguidilla de canciones de los redonditos de ricota, con Toxi Taxi, tema que con solo escucharlo sentí que la entrada había valido cada centavo. Luego sonaron Un ángel para tu soledad y Mi perro dinamita, dos clásicos que hicieron delirar al público.

Fue un show de más de dos horas, en todo momento pensaba que quienes realmente saben armar un recital, logran hacer entrar todo en una lista de canciones. De este modo, hubo lugar para éxitos de Los Redondos (incluso dos temas inéditos de la banda Mi genio amor y Un tal BB), clásicos de los fundamentalistas y canciones nuevas donde el indio, el hombre que había convocado a toda aquella multitud, aparecía en las pantallas y su voz se escuchaba.

Es que sin dudas ese era el recital más extraño que jamás he visto, un público que se convocó masivamente para ver un show de un hombre que no está, era suficiente que su presencia sobrevuele el lugar para que nadie quiera quedarse afuera. Creo que la remera del concierto (que por supuesto compré) era muy gráfica al respecto, las siluetas de los integrantes de la banda cantando con la imagen del indio gigante sobre ellos. Una figura imponente cuyos límites parecen difíciles de trazar.

De este modo, uno vuelve a encontrarse con un dilema propio de ser analizado por filósofos ¿por qué aquellas personas hacen lo que hacen, es decir, ir masivamente a un recital para ver a un cantante que no estaría sobre el escenario mientras corean el nombre de su antigua banda? ¿Qué esconde Patricio rey realmente? ¿Será que aquellas canciones de letras ambiguas esconden un deseo popular de rebelión y emancipación? El propio Solari dijo recientemente que todas sus bandas tenían a fin de cuenta un sentido combativo. Es quizás esa la única respuesta que puedo elaborar.

Al fin y al cabo, hubo dos momentos que corroboran esta postura. Primero cada vez que en los parlantes se nombraba a Diego Maradona (el estadio lleva su nombre) la gente comenzaba a vivirlo con una enorme emoción, y luego el público comenzó a entonar la marcha peronista, himno del movimiento político que alguien definiera como “el hecho maldito del país burgués”.

Entonces, vemos que detrás de este show tenemos a un hombre como Maradona, que es un absoluto símbolo de los condenados de la tierra, y como sus triunfos fueron prácticamente una anomalía casi divina. Y Tenemos al peronismo, ese movimiento que aquellos que se sienten dueños del país, y de la vida de sus habitantes, han intentado destruir a sangre y fuego. Todo este combo sólo puede dar una fiesta plebeya que tenga en el corazón sueños de prosperidad.

Llegando al final del show hubo dos grandes momentos, por un lado, cuando la banda tocó Flight 956 de Porco Rex, donde las pantallas comenzaron a proyectar imágenes de aquel recital de 2008 con el indio y sus fundamentalistas mucho más jóvenes. Al terminar la canción le dije a mi compañera, “hay una canción que si no la tocan no nos vamos”, acto siguiente sonaba JiJiJi en la noche platense.

A la salida fue imposible no pensar en aquel joven de 16 años que estaba en el público en 2008, que aún confiaba más en la gente que ahora, cuyos miedos pasaban por el secundario y por lo que vendría después. Fue una noche donde miles de sensaciones pasaron por mi mente, ideas y recuerdos que quizás mientan un poco, pero que sin dudas me volvieron a hacer sentir aquellos días donde, como ahora, pensaba en hacer la revolución con una canción de amor.

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