Lo que hay que ver: Snowpiercer III

Snowpiercer

Snowpiercer III

Tomando el film homónimo de Bong Joon-ho, director de la oscarizada Parasite, la temporada ‘22 de Snowpiercer devuelve la continuidad de su trama: el enigmático Wilford que se nos descubre en la temporada anterior profundiza la grieta –necesariamente de clase- mientras los bandos de sobrevivientes se disputan y planifican el poder en el nuevo mundo del deshielo por llegar. Pero: ¿adentro o afuera del tren?

El final de la 3 nos deja con sensación de temporada final. ¿Será? Difícil creerlo. Las tramas de Snowpiercer retoman con continuidad en la tercera temporada y, por primera vez, nos devuelve la realidad de una vida afuera.

Afuera de la máquina generadora de energía que unos pocos “privilegiados” pudieron abordar en el inicio de la serie: palpable, tangible, comprobada. Hay un lugar habitable en el mundo por llegar, tal como descubriera Melanie en su solitaria expedición, y la lucha de clases se traslada en paradojas: el poder podrá estar tanto en la necesidad de escapar del rompehielos, como en habitarlo y dirigirlo.

¿Qué es Snowpiercer? Una distopía pos-apocalíptica adentro de un tren de mil vagones, con unos pocos sobrevivientes que viajan en un rompehielos sobre rieles después de que una segunda era del frío congelara el –ahora- inhabitable planeta tierra.

Esa es la historia detrás de Snowpiercer, la serie de TNT que comenzó a ser emitida por Netflix: unas pruebas científicas fallidas para evitar un aumento exponencial del calentamiento global, termina generando el efecto contrario. Así, la especie humana sólo podrá sobrevivir abordando un gigantesco tren, de motor perpetuo, que genera la energía que el interior necesita para mantenerse calefaccionado y no morir en el intento…

Esa historia previa, sin embargo, no se nos cuenta. Tanto en la película original de Bong Joon-ho (2013), como en la serie estrenada durante 2020, apenas sabemos de aquellos momentos finales “del mundo tal cual era” -y por supuestos en clave de tomas nocturnas- cuando millonarios, empresarios y técnicos ingenieros de alto rango, están por abordar el tren que reproducirá la vida que antes se vivía en la tierra; y los “colados”, la plebe que asalta el convoy antes del congelamiento definitivo y es forzada a hacinarse en el fondo.

La trama de la serie, con el hándicap temporal a favor respecto de las casi dos horas del film de Joon-ho, nos muestra todos los rasgos clásicos de las historias distópicas de sobrevivientes: la manipulación, la negociación, la mentira o la lucha por el poder (¿Cuál?: el de tomarlo vía revolución o el de sobrevivir en el tren hasta que la tierra, alguna vez, vuelva a ser un lugar habitable) están a la orden del día allí adentro como en toda sociedad de hegemonías.

Lo interesante en la serie que ya cumple tres temporadas, a diferencia de la película y del cómic original francés (Le Transperceneige, 1982) del que Bong Joon-ho toma la historia, es cómo se manifiesta esa lucha permanente de clases en cada uno de los capítulos: en la segunda temporada, por ejemplo, nos devela que la progresión social no supone, al final, el asalto “revolucionario” de los esclavos del fondo contra los privilegiados de la sociedad de consumo de la parte delantera. Mantener el tren a salvo parece “hermanarlos”: tanto la clase alta como el suburbio que sobrevive no sin canibalismo en la cola, podrían perecer, sin distinción de acumulación primitiva ni herencias del “viejo mundo”, si los tres ingenieros conductores de la máquina (se destaca Jennifer Connelly –Melanie- de quién se conocerá su pasado inmediato con el enigmático Wilford) no mantienen el equilibrio social necesario dentro del “Snowpiercer” hasta que el mundo vuelva a ser habitable.

Entre unos y otros, además, una casta de funcionarios y oficiales oficia de sección intermediaria represiva para mantener el equilibrio “natural” (sic) y las normas impuestas por los explotadores. Todo esto no sin un juego permanente de premios y castigos que sirven para reproducir ese orden y evitar el inevitable caos.

Si es que vence, adentro mismo del tren, un movimiento “contrarrevolucionario” ejecutado por los que mandan, será no sin la anuencia estratégica del propio Layton (Daveed Diggs), el líder de los rebeldes del fondo, que durante la primera temporada aborda los primeros diálogos con Melanie, la voz imperativa que actúa como un Gran Hermano adentro del rompehielos.

La bisagra de la segunda temporada es la “hermandad clasista” de unos y otros para pensar en “el día después de mañana”. Pero, a la inversa de un ajedrez donde se sacrifican los peones, es la “reina” (Melanie) la que asumirá el rol y el riesgo de intentar salvar a la especie humana, ya sin distinción de clases. Salvarse ella, salvar al tren, del ataque de Wilford. La sobrevivencia de unos y otros, quizás, sea condición necesaria para perpetuar el sistema de injusticias en el mundo nuevo que vendrá…

La tercera temporada nos trae la posible reaparición (¿en retrospectiva o en presente) de Melanie y la lucha entre los dos trenes: entre dos liderazgos, entre dos formas de pensar políticamente el nuevo mundo que indefectiblemente habrá que habitar y civilizar ya debajo del “Snowpiercer” con los pocos sobrevivientes de la era previa al congelamiento global.

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