Patentar o no patentar: la diferencia entre Jonas Salk y Albert Sabin

Una discusión que está en primer plano a nivel mundial por las vacunas contra el Covid-19, tuvo en precedente en las décadas los ´50 y ´60 con la vacuna contra la poliomielitis. Sus creadores, tomaron por caminos distintos a la hora de lanzar el producto "salvador" al mercado

Albert Sabin

Albert Bruce Sabin es un ejemplo del hombre generoso y altruista. Rechazó cualquier patente sobre su vacuna y exigió su gratuidad

El patentamiento de las vacunas contra el coronavirus es desde el inicio de la pandemia eje de un gran debate a nivel mundial. Eliminar o liberar las patentes sería para muchos una solución, pues de esa manera se cumpliría el objetivo de agilizar la producción incluyendo a países pobres y que haya cantidad suficiente en lo inmediato en cada rincón del mundo. En cambio, para muchos otros, representaría un retroceso porque, entre otros motivos, «las innovaciones y logros biotecnológicos han sido posibles porque hay mucha inversión, enfocada a un único objetivo, y porque existe la protección de la propiedad intelectual.»

Sobre esta cuestión se explayó ampliamente en plena pandemia en 90lineas.com el experto inmunólogo Guillermo Docena en la nota titulada «¿Conviene eliminar las patentes de las vacunas para Covid?», donde los lectores podrán ponerse al tanto de  ventajas y desventajas que hoy conllevaría esa decisión en un mundo azotado por la enfermedad.

Hubo un antecedente en un contexto mundial muy distinto, pero anteceden al fin, quizás con menos actores en el escenario del multimillonario negocio de los medicamentos, con menos injerencia de laboratorios y la industria farmacéutica; un mundo donde el rompecabezas de la economía, de la geografía, de las relaciones entre países y de las ambiciones personales, era posiblemente más fácil de armar que el actual. Sin embargo, existía la misma necesidad de hoy de vencer a un virus.

¿Patentar o no patentar? No era el eje central de la discusión en las décadas de los años ´50 y ´60 cuando la poliomielitis hacía estragos en todos lados, dejando miles y miles de muertos. Los investigadores y expertos de aquellas décadas se concentraban en vencer la enfermedad -como también sucede ahora aunque con un debate mucho más acentuado en las patentes-, y en ese camino hubo dos actores, dos personalidades principales, brillantes, irreemplazables en esa tenaz lucha contra la polio, dos hombres que están en la categoría de los que «cambiaron al mundo», que tenían mucho en común pero que, sin embargo, a la hora de decidir con el vil dinero como la gran tentación, como la zanahoria que persigue el conejo, tomaron por caminos muy distintos.

SALK Y SABIN

En 1956, una terrible epidemia de poliomielitis causó 3.000 muertos en Argentina. La mayoría de las víctimas eran chicos en edad escolar que presentaban idénticos síntomas: abatimiento físico general acompañado de fiebre alta. Luego, en una segunda fase, cuando el virus se adueñaba por completo del organismo, presentaba su cara más terrible: meningitis, parálisis y, en última instancia, la muerte.

Ante la gravedad de la situación, las autoridades sanitarias desplegaron en agosto de ese mismo año un programa urgente de vacunación masiva en las escuelas. Después de dramáticas jornadas, la vacuna dio sus frutos. El mal pudo ser controlado y así se salvó de una muerte segura a un gran segmento de la población infantil argentina.

La vacuna contra la polio, vía oral, gracias a Sabin

La vacuna inyectable que se administró -señala la enciclopedia «Hombres y Mujeres que Cambiaron el Mundo»- fue la misma que justo un año antes y después de intensas investigaciones, el médico y epidemiólogo estadounidense Jonas Salk logró patentar con el apoyo comercial de la incipiente industria farmacéutica de Estados Unidos. Si bien el patentamiento fue en 1955, la dosis se utilizó desde 1952. 

Salk había creado una vacuna antipoliomielítica inyectable (VPI) compuesta por virus muertos -es decir inactivos- que actuaba como un potente inductor de inmunización, lo que significaba que las personas inoculadas estaban a salvo de contraer la enfermedad, ya que el virus de la poliomielitis colonizaba los intestinos , garantizando una profilaxis eficaz. Demás está decir que el patentamiento le brindó a Salk sumas multimillonarias. 

El descubrimiento de Salk y su beneficio en muchísimo dinero no era para menos. Pues unos años antes, en 1950, muchos científicos presentaban a la inmunización artificial como el mejor método para detener el flagelo de la polio. El secreto consistía en simular un ataque de la enfermedad, forzando así al organismo a producir anticuerpos. A partir de ese momento, cuando el organismo era atacado por el virus correspondiente, reaccionaba como si hubiese sido infectado con anterioridad y «recordaba» cómo luchar contra el virus que lo estaba invadiendo.

La aparición de las vacunas de Salk y Sabin constituyó un avance fundamental en un periodo (1950-1960) en que la poliomielitis era una enfermedad tan mortífera como ahora lo es el Covid-19

La senda trazada por Salk con su vacuna intramuscular de virus inactivos de la polio fue seguida por Albert Bruce Sabin, un virólogo polaco nacido Bialystoc y que había emigrado junto a sus padres a EEUU en 1921, quien evaluó los efectos beneficiosos del compuesto, pero también tuvo en cuenta sus contraindicaciones y los posibles riesgos que su administración podía generar en el organismo.

Sabin llegó a una conclusión en forma de alternativa: creó una vacuna que, a diferencia de los virus inactivos utilizados por su colega, estuviera compuesta por cepas de virus vivos pero atenuados. A esto debe añadirse algo muy importante: los pacientes podían recibir la vacuna vía oral, lo que agilizó notablemente el método de administración en los años ´60 y se abarataron los costos de campañas. Además, sus efectos profilácticos duraban más que las de Salk. Así, Sabín despejaba el camino a las políticas de prevención masiva. Y hubo algo más.

A diferencia de Salk y la ayuda que le dio la industria farmecéutica para patentar su creación, Albert Sabin -quien la mejoró notablemente-, a pesar del éxito, rehusó patentar su vacuna y pidió que fuera gratuita y universal; nunca aceptó dinero por su hazaña; prohibió el uso comercial de su nombre y donó todos sus premios, documentos, notas y trabajos a la Universidad de Cincinnatti (EEUU) y otros organismos. 

El virólogo polaco tuvo la grandeza que dejó resumida en esta frase: «Quiero que mi investigación esté al alcance de todos».

¿Será por eso que aún hoy el nombre popular de la vacuna, ya sea inyectable -se siguen aplicando- u oral, es Sabin y no Salk?.

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