El pequeño bogotazo de la calle Juncal

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Por Mauricio Vallejos 

Comienzo estas líneas aclarando que entiendo las enormes distancias entre los hechos de Bogotá de 1948 y la represión de la policía de la Ciudad de Buenos Aires. Pero no sería sincero sino dijera que a medida que pasan las horas, ambos sucesos vienen a mi mente encontrando similitudes. No me tocó vivir los trágicos hechos de la pueblada que provocó el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, pero sí estuve el día que fuimos a salvar a Cristina.

Gaitán fue un caudillo colombiano que en la década de los 40 iba rumbo a transformarse en Presidente del país cafetero, y de esa forma romper con la hegemonía de las familias tradicionales que siempre han gobernado la república hermana, y que lo siguieron haciendo hasta la reciente victoria de Gustavo Petro. El 9 de abril de 1948 fue asesinado por un hombre llamado Juan Roa Sierra a la salida de un restaurant en Bogotá, lo cual provocó un estallido social del pueblo que terminó en una matanza bárbara, cuya cifra se discute hasta hoy.

Por supuesto que los perpetradores de aquel acto fueron quienes vieron su poder peligrar ante aquel hombre que clamaba: “yo no soy yo personalmente, yo soy un pueblo que se sigue a sí mismo, cuando me sigue a mí que lo he interpretado”. Quizás he ahí el gran punto en común, Cristina Fernández no es solo una mujer dedicada a la política, es un pueblo que la sigue, y el juicio que se celebra en su contra es contra aquellos representados por ella.

Aquel sábado 27 de agosto nos preparábamos en La Plata para participar de una movilización en la plaza Belgrano en defensa de la Vicepresidenta. Pero los hechos y la historia giraron en otro sentido, ya el lunes anterior un gran número de personas llegamos a dar nuestro apoyo al conocer que el fiscal presentaba pruebas amañadas a último momento y sin el menor respaldo probatorio. Y que para colmo de infamia no dejaba a la acusada defenderse. En ese momento recordé una línea de diálogo de uno de los programas favoritos de mi infancia El zorro, cuando Alejandro de la Vega clamaba ante un juicio tan ilegítimo: “Esto no es una corte sino una sala de ejecución”.

Esta vez la policía de la Ciudad de Buenos Aires cercaba el domicilio de Cristina y nadie podía acercarse, ni siquiera su hijo que fue golpeado por los efectivos. Literalmente era un secuestro en vivo y en directo, y en ese momento volvió a aparecer el pueblo que la sigue. Las vallas que buscaban aprisionar fueron derribadas y los poderosos volvieron a recordar lo que ellos saben bien, el pueblo no tiene los medios, ni la justicia, no controla las multinacionales, en esencia ellos tienen el dinero. Pero nuestra gente en la calle es el arma más poderosa que existe en el mundo, no hay barrera que pueda contener a personas organizadas que salen a exigir, y quienes pagan por impunidad saben que sus privilegios terminan allí.

Por eso la quieren fuera, porque saben que en esa mujer reside un arma que ellos no tienen y que nunca tendrán. Por eso siempre buscan confundir y alienar, por eso tuvieron tanto miedo que uno de sus voceros en la política clamaba “son ellos o nosotros”, es decir, que la felicidad o es del pueblo o es de unos pocos, y hubo 12 años de felicidad colectiva por los cuales ahora muchos fueron a poner el cuerpo.

Aunque a veces parecemos tontos no podrán engañarnos a todos, cantaba Enrique Bunbury, y hoy eso es una verdad que muchos defienden. Se excedieron en su impunidad, y hoy empezó una batalla que hasta hace poco no hubiéramos imaginado. Si nos ponemos a pensar un instante lo simbólico en este caso es trascendental, la máxima representante del pueblo viviendo en Recoleta es para los poderosos algo inaudito. Aquel no es solo un barrio porteño, es un lugar que da identidad, quien vive ahí tiene privilegios de clase y quiere mantenerlos a toda costa, no quiere compartirlos con la mayoría de la población. Y mucho menos quiere tener frente a sus casas a personas que discuten su modo de vida, por eso la represión, exigen que sus prerrogativas se mantengan a sangre y fuego.

Los hechos de los últimos días no han terminado, y están lejos de hacerlo. Posiblemente esto haya abierto un nuevo escenario que es tan incierto como motivador. Tanto aquel dirigente asesinado en Bogotá como la Vicepresidenta actual tienen a su lado a un pueblo que decide ser protagonista, y más cuando ve avasallado su ideal de futuro. Espero que la actual disputa pueda ser resuelta sin violencia, aunque esperar paz y diálogo de quienes bombardearon y desaparecieron parece una quimera. Pero toda persona tiene un deber para con la época que le toca vivir, es su lugar en el tiempo y debe hacerse valer, por ello estuvimos en la calle cuando la historia nos convocó.

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