Luche y vuelve, mucho más que un eslogan

Para muchos el acto de la militancia kirchnerista del sábado fue una movida desesperada para forzar la candidatura de Cristina, pero más bien se trató de una reafirmación de objetivos y de su liderazgo frente a una etapa que será determinante para el futuro

El eslogan luche y vuelve más que la candidatura de Cristina representó defender históricas banderas peronistas que hoy por hoy Cristina representa mejor que nadie

Por Roberto Pascual

Si el “luche y vuelve” trae el recuerdo del fin de una etapa tan decisiva como tumultuosa para la historia argentina, la recreación del viejo eslogan peronista no sólo hace referencia a las proscripciones que tanto daño le hicieron al país, sino también a como sucedía hace medio siglo con Perón: hoy Cristina es la figura central de la vida política nacional.

Pero no sólo eso, también este tórrido fin de semana de marzo replanteó que el eje de la campaña del oficialismo para el nuevo período presidencial pasa (incluso por encima de si Cristina será la candidata o no), por la defensa de banderas históricas peronistas como son la distribución del ingreso, la defensa del usufructo de los recursos naturales para los habitantes del país y el regreso de la plena vigencia de la democracia con armonía entre los poderes del Estado y sin intento de preeminencia de uno sobre otro.

Un viejo peronista podría decir qué otra cosa son la justicia social, la independencia económica y la soberanía política, las tradicionales banderas del movimiento que fundó Perón.

Este sábado los jóvenes del movimiento peronista, esos mismos que se convirtieron en la savia de los triunfos electorales, en especial el de 2019, volvieron a decir presente junto al sector más cercano a Cristina para insistir con su protagonismo, si no es como candidata (luego de que ya dijera que no lo sería) al menos como armadora y estratega del Frente de Todos, ese mismo frente que ideó y llevó a la victoria hace casi cuatro años.

Una vez más Cristina volvió a mostrar toda su envergadura para desentrañar los problemas del país, para marcar rumbos, pero también para advertir sobre los riesgos de una etapa que puede ser fundacional o convertirse en otra frustración, pero esta vez con la posibilidad cierta de una fragmentación de las principales fuerzas políticas que termine en un caos similar al del 2001.

Si este gobierno puede decir que padeció las diez plagas bíblicas de Egipto -con el Covid, la guerra de Rusia y Ucrania, la sequía, la suba de tasas, el deterioro del superávit comercial, el enfrentamiento terminal entre Estados Unidos y China, la prolongada recesión mundial, una incipiente crisis financiera internacional, una deuda externa inmanejable  y un asfixiante acuerdo con el FMI, que pese a la renegociación sigue complicando- lo cierto es que desde amplios, por no decir mayoritarios sectores de la población, siguen viendo al peronismo y más específicamente al kirchnerismo como la única opción para pegar el volantazo que evite el precipicio.

De allí el “luche y vuelve”. Como en 1973 y pese a los detractores o precisamente por ellos mismos, Cristina –como antes Perón- representa la defensa de la producción nacional y el desarrollo industrial, frente al extractivismo y la primarización económica que otros defienden porque les permite enriquecerse, pero también porque les garantizan sostener su cuota de poder.

Quienes creen que ese poder es homogéneo y está alineado en la Argentina, están profundamente equivocados, tanto como quienes aseguran que la elección presidencial está definida a favor de una fuerza opositora.

Días pasados el ex viceministro de Economía y ex secretario de Comercio Interior Roberto Feletti  distinguía entre tres modelos en pugna que tiene la Argentina, un modelo primario financiero que se asocia a la Mesa de Enlace y a algunos bancos, con fuerte anclaje en Juntos por el Cambio; el modelo agroindustrial exportador que impulsa una economía de bajos salarios y energía barata y con salida en las ventas externas, que plantea el Consejo Agroindustrial Argentina con apoyo de industriales nacionales, algunos bancos, empresarios nacionales, harineras, aceitera, con intereses distintos al bloque de la Mesa de Enlace; y el modelo distribucionista clásico del peronismo que dice vamos a aprovechar la energía barata para el desarrollo industrial y los precios internacionales altos para la competitividad de la industria, porque hay salarios bajos en dólares y hay un recorrido para aumentarlos.

Según esa visión, el Presidente sale a vincularse con ese nuevo bloque agroindustrial apoyado en la energía y la minería, basado en la generación de empleo pero bajos salarios. Propone que haya crecimiento, pero la igualdad pasa a un plano menos prioritario. Vamos a tener energía abundante y barata, salarios bajos en dólares y precios internacionales altos. Es decir, hay que promover un modelo político que consolide este esquema económico. Pero la Mesa de Enlace se opone con la Sociedad Rural a la cabeza. Ven que van a dejar de ser los únicos proveedores de divisas y aún más si se instala un potente sector agroindustrial pasarán a convertirse en proveedores de esos sectores con la correspondiente pérdida de poder económico y político y por eso agitan.  Para la tercera opción el cambio del sector energético tiene que estar inserto en un desarrollo industrial, que genere empleo y mayor participación del salario en el producto interno bruto.

Y contrariamente a lo que se supone, cada uno de los sectores tiene grupos empresarios que los respaldan o consideran que es  la salida más adecuada. Nada novedoso para quien conoce la historia argentina y de los grupos empresarios muchas veces protagonistas de cerrados enfrentamientos. Con el agravante de los fondos de inversión internacionales que pujan o bien por cobrar o por quedarse con activos del país.

Es cierto, estas disputas no son nuevas y suelen explicar el comportamiento pendular de la política y la economía argentinas, que una vez más este año tendrán una definición crucial en las urnas. Solo que esta vez las opciones están más a la vista, porque el desarrollo del país como productor de energía plantea una oportunidad y un enorme desafío.  Representa avanzar pese a todas las dificultades o dar marcha atrás con los peligros que eso implica.

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