La Planta de Bartolo (el cuento prohibido)

Una pieza clave de la literatura infantil argentina y latinoamericana

Crédito imagen: ABC

la torre de cubos

*De la Redacción de 90 Líneas

En el artículo La Planta de Bartolo y el joven Wichí, o sálvese quien pueda, publicado por 90 Líneas hace aproximadamente dos años, se hace una comparación entre el soberbio cuento La Planta de Bartolo, de Laura Devetach, y una iniciativa de Maxi Sánchez, un alumno de la salteña Misión Wichí de General Mosconi.

El cuento formó parte del maravilloso libro infantil La torre de cubos, que nació en 1966 y fue prohibido -por supuesto- diez años más tarde, con argumentos propios de un borracho trasnochado, que se pueden leer más adelante.

Hoy queremos compartir, con el ‘permiso’ de la escritora que a miles y miles de niños y niñas nos abrió la cabeza a una fascinante “ilimitada fantasía”, el cuento completo, aquel que conocimos merced a valientes y excelentes maestras que nos acercaron a esas piezas literarias fundamentales.

Crédito imagen: Bibliopeque itinerante

La Planta de Bartolo  

El buen Bartolo sembró un día un hermoso cuaderno en un macetón. Lo regó, lo puso al calor del sol, y cuando menos lo esperaba, ¡trácate!, brotó una planta tiernita con hojas de todos colores.

Pronto la plantita comenzó a dar cuadernos. Eran cuadernos hermosísimos, como esos que gustan a los chicos. De tapas duras con muchas hojas muy blancas que invitaban a hacer sumas y restas y dibujitos.

Bartolo palmoteó siete veces de contento y dijo:

—Ahora, ¡todos los chicos tendrán cuadernos!

¡Pobrecitos los chicos del pueblo! Estaban tan caros los cuadernos que las mamás, en lugar de alegrarse porque escribían mucho y los iban terminando, se enojaban y les decían:

—¡Ya terminaste otro cuaderno! ¡Con lo que valen!

Y los pobres chicos no sabían qué hacer.

Bartolo salió a la calle y haciendo bocina con sus enormes manos de tierra gritó:

—¡Chicos!, ¡tengo cuadernos, cuadernos lindos para todos! ¡El que quiera cuadernos nuevos que venga a ver mi planta de cuadernos!

Una bandada de parloteos y murmullos llenó inmediatamente la casita del buen Bartolo y todos los chicos salieron brincando con un cuaderno nuevo debajo del brazo.

Y así pasó que cada vez que acababan uno, Bartolo les daba otro y ellos escribían y aprendían con muchísimo gusto.

Pero, una piedra muy dura vino a caer en medio de la felicidad de Bartolo y los chicos. El Vendedor de Cuadernos se enojó como no sé qué.

Un día, fumando su largo cigarro, fue caminando pesadamente hasta la casa de Bartolo. Golpeó la puerta con sus manos llenas de anillos de oro: ¡Toco toc! ¡Toco toc!

—Bartolo —le dijo con falsa sonrisa atabacada—, vengo a comprarte tu planta de hacer cuadernos. Te daré por ella un tren lleno de chocolate y un millón de pelotitas de colores.

—No —dijo Bartolo mientras comía un rico pedacito de pan.

—¿No? Te daré entonces una bicicleta de oro y doscientos arbolitos de navidad.

—No.

—Un circo con seis payasos, una plaza llena de hamacas y toboganes.

—No.

—Una ciudad llena de caramelos con la luna de naranja.

—No.

—¿Qué querés entonces por tu planta de cuadernos?

—Nada. No la vendo.

—¿Por qué sos así conmigo?

—Porque los cuadernos no son para vender sino para que los chicos trabajen tranquilos.

—Te nombraré Gran Vendedor de Lápices y serás tan rico como yo.

—No.

—Pues entonces —rugió con su gran boca negra de horno—, ¡te quitaré la planta de cuadernos! —y se fue echando humo como la locomotora.

Al rato volvió con los soldaditos azules de la policía.

—¡Sáquenle la planta de cuadernos! —ordenó.

Los soldaditos azules iban a obedecerle cuando llegaron todos los chicos silbando y gritando, y también llegaron los pajaritos y los conejitos.

Todos rodearon con grandes risas al vendedor de cuadernos y cantaron «arroz con leche», mientras los pajaritos y los conejitos le desprendían los tiradores y le sacaban los pantalones.

Tanto y tanto se rieron los chicos al ver al Vendedor con sus calzoncillos colorados, gritando como un loco, que tuvieron que sentarse a descansar.

—¡Buen negocio en otra parte! —gritó Bartolo secándose los ojos, mientras el Vendedor, tan colorado como sus calzoncillos, se iba a la carrera hacia el lugar solitario donde los vientos van a dormir cuando no trabajan.

crédito imagen: infobae

Los “fundamentos” de la prohibición

El libro La Torre de Cubos, de Laura Devetach, fue censurado por su “ilimitada fantasía”, nos cuenta Josefina Oliva en Educación y Memoria, publicación de la Comisión Provincial por la Memoria. “Fue prohibido por primera vez en la provincia de Santa Fe, lugar del que es oriunda la autora”.

“Era la gente de adentro la que se encargaba de mandar la lista… y el señor de charreteras en el escritorio firmaba… listo. Es más, los fundamentos de la prohibición de La torre de cubos, yo sé quienes los dieron, y son dos colegas”, afirmó la autora en una entrevista realizada en el año 2006. Aunque de todas formas, rescató que muchos otros colegas se las rebuscaron para que La torre… siguiera rodando.

Más tarde la censura llegaría a la provincia de Buenos Aires, a Mendoza y a la zona sur del país. La resolución Nº 480 que prohibió La torre de cubos, con fecha del 23 de mayo de 1979, dice: “Que del análisis de la obra se desprenden graves falencias, tales como simbología confusa, cuestionamientos ideológicos-sociales, objetivos no adecuados al hecho estético, ilimitada fantasía, carencia de estímulos espirituales y trascendentes…”.

“Que algunos de los cuentos -narraciones incluidas en el mencionado libro-, atentan directamente al hecho formativo que debe presidir todo intento de comunicación, centrando su temática en los aspectos sociales como crítica a la organización del trabajo, la propiedad privada y el principio de autoridad enfrentando grupos sociales, raciales o económicos con base completamente materialista, como también cuestionando la vida familiar, distorsas (SIC) y giros de mal gusto, la cual en vez de construir, lleva a la destrucción de los valores tradicionales de nuestra cultura”.

“Que es el deber del Ministerio de Educación y Cultura, en sus actos y decisiones, velar por la protección y formación de una clara conciencia del niño. Que ello implica prevenir sobre el uso, como medio de formación, de cualquier instrumento que atente contra el fin y objetivos de la Educación Argentina, como asimismo velar por los bienes de transmisión de la cultura Nacional”.

Sobre la prohibición, Laura Devetach reflexiona: “Lo que les molestaba era que se pusieran en evidencia desde el texto mecanismos sociales y de la vida privada que no era bueno divulgar con su propio nombre en una obra para niños (y muchas otras, también prohibidas)…”.

“Nada de hablar de la brecha entre pobres y ricos, de los avatares cotidianos de la gente común y de alguna no tan común dentro de esta sociedad. Nada de usar un lenguaje más afín a la literatura que a la pedagogía parroquial y anacrónica ni de irrumpir con puntos de vista de niños y seres marginales que mencionan la realidad usando las palabras con amplitud y menos convencionalismos”.

(“¿Por qué cree que fue prohibido el libro La Torre de Cubos? – Y… porque por ahí desnuda algunos mecanismos sencillos del sistema capitalista. Como que contárselos a los chicos está mal. Pero los chicos viven eso todos los días” -Laura Devetach, Infobae, 07/10/2017-.

Laura Devetach

No vaya a ser que los chicos y chicas que leímos La Planta de Bartolo y los demás cuentos de Laura Devetach a los 6, 7 años, nos diésemos cuenta de que la existencia de un único vendedor de cuadernos en el pueblo implicaba una práctica monopólica, como hoy en día representa la de quienes les ponen los precios a los alimentos, ¿no? O que a partir de que Bartolo empezó a repartir cuadernos gratis de su planta a todos los niños, nos ilusionáramos con un cierto estado de bienestar. Vade retro…)

Como dicen Invernizzi y Gociol en Un golpe a los libros, si la resolución citada no se tratase de un texto elaborado por un censor, la autora debería estar contenta, ya que le otorgan a los chicos una “ilimitada fantasía”, aquella que dio a la niña Irene la posibilidad de ver otro mundo a través de su ventana, construida por ella misma mientras jugaba a la espera de que su mamá regresara de hacer los mandados y por medio de la cual una blanca cabra la saludaba. Era el mundo de los “caperuzos”, en el que no existe la discriminación y sí el respeto por el otro.

El libro está compuesto por cuentos con gran imaginación y a la vez inmersos en un contexto de familias con padres que trabajan muchas horas y tienen que dejar solos a sus hijos, o en el que hay niños que no tienen dinero para comprarse un cuaderno, que se leen en momentos en los cuales plantear esa realidad parecía imposible. Un personaje como “el buen Bartolo”, que sembró un día un hermoso cuaderno en un macetón del que nacieron y crecieron muchos cuadernos para que aquellos chicos que no puedan comprarlos “trabajen tranquilos”; un universo dibujado en una pared, repleto de colores y onomatopeyas; un monigote que cobra vida y mira la gente al pasar, y por si fuera poco ve a “la mujer gris que iba lagañosamente a la iglesia todas las mañanas…”.

“Había una especie de macartismo instalado en la sociedad, y hasta uno tenía que lidiar contra eso. Decía ¿podré decir?, ¿no podré decir?”, recuerda la autora de La Torre…

A pesar de eso había una inquietud constante para hallar la forma de contar aquello que se quería, más allá de cualquier objeción. Un día, cuenta la escritora, en un congreso realizado en el exterior, una conocida le dijo que “muchos argentinos habíamos aprendido a hablar de alguna manera en doble sentido (…) Ella me decía que habíamos hecho una especie de trabajo en el lenguaje, y debe haber sido así. Es decir, así como uno hizo un trabajo con su propio tono, con su propio cuerpo, con su vida, supongo que aprendió a trabajar elípticamente y sin embargo diciendo cosas, ¿no?”.

Crédito imagen: Donde viven los libros

Fuentes: Educación y Memoria (CPM), Loqueleo, Imaginaria

la torre de cubos

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