Somos la Vida, Somos la Paz

El 19 de noviembre de 1972, Perón y Balbín se abrazaron y Perón le dijo ‘Doctor Balbín, usted y yo nos tenemos que poner de acuerdo porque somos el 80 por ciento del país’. El 19 de noviembre de 2023, Dios quiera que las mayorías silenciosas vuelvan a hablar en las urnas para enterrar para siempre los delirios fascistas. Por la Vida. Por la Paz. Porque la Democracia está en peligro

Juan Domingo Perón y Ricardo Balbín. 19 de noviembre de 1972 (crédito imagen: Clarín)

“Somos la vida, somos la paz…”, cantaban durante la campaña para las elecciones presidenciales de 1983 los integrantes de la juventud radical, los de su brazo universitario -Franja Morada- y muchos y muchas no tan jóvenes que eran radicales de toda la vida o bien se habían acercado atraídos por el carisma y el proyecto de Raúl Alfonsín.

Yo vivía en Berisso, en la casa familiar, que quedaba al lado de la Casa Radical, en la calle Guayaquil (hoy, calle 11) casi esquina Montevideo. Tenía 18 años recién cumplidos. Y por esas cosas de la vida, a los 14 me había definido como peronista. Nadie de mi familia nuclear era peronista. Sí lo era un tío materno, pero jamás me había hablado de política. ¿Por qué? Muy simple: hacía siete años que vivíamos bajo la feroz dictadura cívico-militar, que para entonces aún no había tocado a su fin.

La “militancia” socioreligiosa, en una humilde capilla de la calle Nueva York de Berisso, y un fuerte involucramiento con el “cristianismo de los pobres” que practicaba y pregonaba el sacerdote que la llevaba adelante me fueron moldeando una conciencia social que, al galope de mis primeras lecturas políticas, terminó encastrando con las ideas del primer peronismo, tan lejano y cercano a la vez en los conventillos de “la Nueva York” a los que llevábamos cada sábado la imagen de la Virgen de Luján. La lectura que más me empujó hacia el peronismo durante mi primera adolescencia fue la del libro El 45, paradójicamente escrito por el radical Félix Luna.

El peronismo era impresentable. Salía de la dictadura copado por los sectores más reaccionarios, tanto de su rama política como de su rama sindical. Ni hablar de su candidato a gobernador bonaerense, Herminio Iglesias, un vandorista que en el acto de cierre de campaña del justicialismo en la avenida 9 de Julio, ante un millón y medio de personas, quemó un féretro con las siglas “UCR”. Algunos dicen que ese hecho fue clave en el triunfo de Alfonsín. A cuarenta años (desde mucho antes, en verdad), estoy convencido de que el resultado hubiera sido el mismo.

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Recuerdo que durante la campaña Alfonsín vino a La Plata. Quizás vino más de una vez, no lo sé, pero lo cierto es que junto con dos compañeros del grupo juvenil de la capilla y también compañeros peronistas, lo fuimos a escuchar. El acto fue en Atenas, donde no cabía un alfiler. En un momento, el futuro presidente dijo: “Yo sé que muchos de los que están acá esta noche no son radicales, a ellos también los quiero convocar…”. Listo como pocos. Nos sentimos interpelados. ¡Y qué bien hablaba! Iba hilvanando conceptos profundos, muy sentidos tras siete años de infierno. Cuando nos íbamos caminando del club, uno de mis amigos lanzó: “Un rato más y nos convence a todos”. Silencio. Era tal cual.

“La Unión Cívica Radical del Pueblo y el Movimiento Nacional Justicialista son fuerzas Populares en acción política. Sus ideologías y doctrinas son similares y debían haber actuado solidariamente en sus comunes objetivos. Nosotros, los dirigentes, somos probablemente los culpables de que no haya sido así. No cometamos el error de hacer persistir un desencuentro injustificado” (Carta de Perón a Balbín, 25 de septiembre de 1970)

Pero yo seguí en mis trece. Y en poco tiempo se armó la Renovación Peronista, que de la mano de Antonio Cafiero desplazó a la vieja guardia. Siempre me impactó la anécdota de Cafiero durante la sublevación golpista “carapintada” de 1987. Desde el minuto uno fue a la Rosada a ver al presidente Alfonsín. Muchos hicieron de la sede presidencial su propia casa en aquellos oscuros días, donde un grupo de militares amenazó seriamente a la joven democracia porque querían el indulto (vale recordar que en 1985 se había concretado el Juicio a las Juntas, que quedó sellado con la consigna Nunca Más). Al llegar la noche del día uno, Cafiero pidió si le podían facilitar un cuartito para quedarse a dormir, pues no se quería ir a su casa hasta que todo aquello se encaminase, sin saber en ese momento hacia dónde derivaría el levantamiento militar. Cuando Alfonsín se enteró, ordenó que le dieran un despacho equis (un gran despacho). Y allí vivió Don Antonio hasta que los golpistas depusieron las armas.

El otro dirigente que pasó todos los días en la Rosada, con la salvedad de que por las noches se iba cuatro o cinco horitas a dormir a otro lado, fue el secretario general de la CGT, Saúl Ubaldini.

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Cuando al gobierno de Alfonsín lo comenzaron a atacar desde el poder económico concentrado, Ubaldini le ofreció todo el apoyo de la CGT, pero el líder radical, influenciado por su entorno más antiperonista, siguió adelante con la idea de debilitar al sindicalismo. Entonces comenzaron los paros generales contra las políticas de ajuste, que terminaron sumando ¡13! Una locura. Los peronistas, además, no le dejamos pasar a Alfonsín las leyes de obediencia debida y punto final. Desencuentros, vistos desde hoy en día, imperdonables para los unos y los otros.

Mientras tanto… El poder económico concentrado tenía, como a lo largo de toda la historia, planes bien concretos. Apoyó a Menem en la interna versus Cafiero a cambio de que el riojano le vendiera el alma al diablo y, una vez en la presidencia, implementara un plan ultraliberal. Y el alma de Menem, quedó demostrado en poco tiempo, estaba a precio de remate: indulto a los genocidas y a los jefes de las organizaciones guerrilleras, privatización a valores irrisorios de todas las empresas del Estado para mantener la falacia de que un dólar valía un peso, grandes negociados, “relaciones carnales” con EEUU, desocupación altísima, enorme crecimiento de la pobreza estructural, y el camino sellado hacia el estallido social del 2001 (39 muertos en las calles), ya bajo la tristísima y corta presidencia de De la Rúa.

¡Qué oportunidad perdida por dos demócratas cabales como Alfonsín y Cafiero de sellar la unidad nacional que, en 1972, estuvieron a nada de concretar Juan Domingo Perón y Ricardo Balbín!

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Hay casualidades y causalidades. El 19 de noviembre de este año será el balotaje entre el candidato a presidente de Unión por la Patria, Sergio Massa, y la fórmula de la extrema derecha argentina integrada por el “fascista” Javier Milei y la indiscutible ideóloga de ese espacio llamado irrespetuosamente La Libertad (Avanza), la defensora a ultranza de la dictadura y del genocidio, Victoria Villarruel (¿es candidata a vice o a presidenta tras un seguro paso fallido de Milei por la Rosada?; buena pregunta para los analistas políticos). El 19 de noviembre, pero de 1972, se abrazaron tras años y años de un enfrentamiento ciego Ricardo Balbín y Juan Domingo Perón.

Acerca de ese histórico hecho, nos cuenta el colega Adrián Pignatelli desde Infobae: “…Casi de incógnito, Balbín, Cámpora y sus acompañantes ingresaron por Madero 1665, cuyos fondos lindaban con la casa que ocupaba Perón (la residencia de Gaspar Campos). Cuando llegaron, se encontraron con la reunión de La Hora del Pueblo. Allí, delante de todos, el líder justicialista, sin más preámbulos, le dijo: ‘Doctor Balbín, usted y yo nos tenemos que poner de acuerdo, porque somos el 80 por ciento del país’. Evocando el encuentro, el radical recordó: ‘En noviembre de 1972 fue como si siempre nos hubiésemos hablado. ¡Cosa curiosa! ¡Fue como dejar de lado todo lo de ayer para empezar un camino nuevo! Así todo resultó fluido, fácil, cordial’… Balbín había saltado la tapia”.

El peronismo estaba enfrentado a los tiros entre la derecha y la izquierda, y Perón ya no dominaba al movimiento que nació el 17 de octubre de 1945. Pero además, pesaron dos factores: el entorno de Perón y el entorno de Balbín. Ninguno de los dos quería saber nada con esa unidad del 80 por ciento. Distinto tiempo, distintas circunstancias, pero las mismas miopías que se repetirían en los años ’80.

Ello queda clarísimo en la correspondencia que intercambiaron Balbín y Perón -y en las reacciones del dirigente radical- cuando el líder peronista aún estaba exiliado en España.

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El 25 de septiembre de 1970 Perón le escribió a Balbín. Primera comunicación sin intermediarios. Testigo de todo fue el delegado de Perón en el país, el dirigente Jorge Daniel Paladino.

“Estimado compatriota … Tanto la Unión Cívica Radical del Pueblo como el Movimiento Nacional Justicialista son fuerzas Populares en acción política. Sus ideologías y doctrinas son similares y debían haber actuado solidariamente en sus comunes objetivos. Nosotros, los dirigentes, somos probablemente los culpables de que no haya sido así. No cometamos el error de hacer persistir un desencuentro injustificado. Argentina vivía bajo gobiernos militares, intercalados por dos fallidos gobiernos “democráticos” con el partido mayoritario (PJ) proscripto, desde 1955.

“Separados podríamos ser instrumentos; juntos y solidariamente unidos no habrá fuerza política en el país que pueda con nosotros. Y ya que los demás no parecen inclinados a dar soluciones, busquémoslas entre nosotros, ya que ello sería una solución para la Patria y para el Pueblo Argentino. Es nuestro deber de argentinos y, frente a ello, nada puede ser superior a la grandeza que debemos poner en juego para cumplirlo”, decía Perón en otro párrafo.

Según contó Juan Yofre, Paladino le contó luego a Perón que al leer la carta Balbín “quedó impresionado como un chico”“La leyó y releyó ahí mismo y después se la pasó a Vanoli (otro dirigente radical). Movía la cabeza mientras leía y varias veces dijo en voz baja, hablando más con él que conmigo: ‘Claro, esto pudo ser así… Claro, esto es muy cierto… Pero si publico esta carta ahora -me dijo después- hay gente de mi partido que me va a hacer trizas. Le voy a contestar a Perón, le voy a contestar y después veremos’”.

Otra gran oportunidad perdida. Aunque esos tiempos fueron muy bravos. Para colmo, Perón ya estaba enfermo y murió el 1 de julio de 1974. Luego, lo conocido, Isabel, López Rega y la Triple A y la dictadura cívico-militar del 76 al 83.

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A (la mayoría de) quienes pasamos por la sanguinaria dictadura, los nefastos 90 y el cruento 2001, nos parece francamente increíble escuchar “los pibes y pibas votan a Milei y Villarruel porque no tienen ni idea de qué es una dictadura”. Ante todo, no son “los” y “las”; las categorías absolutas siempre resultan falsas de toda falsedad. Aunque es real que muchos pibes y pibas votan a Milei a pesar de sus propuestas de privatizar la educación, la salud y absolutamente todo lo que esté en manos del Estado, incluyendo la superavitaria YPF y esas pepitas de oro que son Vaca Muerta y las reservas de litio; de prometer una dolarización sin dólares; una apertura total de la economía que -al igual que durante la dictadura, los 90 y el macrismo- provocará un cierre en masa de pymes y comercios, un crecimiento exponencial de la desocupación, la pobreza, el delito, la venta de órganos y de niños, etc. (hace mal, sinceramente, repasar tantas veces semejantes disparates, a lo que hay que sumarle la rendición en la causa Malvinas). Todo lo cual llevará, inexorablemente, a “la devastación económica y al caos social”, como acaban de advertir, mediante una carta publicada en el diario inglés The Guardian, 100 de los más prestigiosos economistas del planeta.

Pero volviendo al tema de la dictadura… ¿Acaso alguien necesita pasar por una dictadura para después decir “ah no, no está bueno esto de que no puedas opinar de nada ni hacer nada porque si no te secuestran, te torturan, te violan, te tiran al mar desde un avión o te asesinan”? Es francamente incomprensible. No creo necesitar una “temporadita” en el límite entre Israel y la Franja de Gaza para recién después (en el muy improbable caso de que siga con vida) decir que no quiero una guerra. Tampoco necesité la pandemia para saber que no quería atravesar por una experiencia filo-fatal.

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En fin, lo cierto es que, volviendo a mis años jóvenes, me molestaba mucho esa cancioncita “Somos la vida, somos la paz…”, que escuchaba una y otra vez desde mi dormitorio en la época del auge alfonsinista. Pero cuando hace unos días Sergio Massa recordó la consigna mientras explicaba sus 10 acuerdos para el futuro de la patria, la úlcera que me persigue desde que se convirtió en una posibilidad real que la extrema derecha más rancia de Sudamérica (o sea, la argentina) llegue al gobierno, hizo una pausa, una pausa real. “Es ahora. No podemos dejarla pasar esta vez”, pensé. Y caí en la cuenta de que Milei y Villarruel podrían tener algo positivo, aunque ustedes no lo crean, siempre y cuando esta vez no desaprovechemos la oportunidad histórica: somos la vida, claro que sí; somos la paz, por supuesto; somos la lucha incansable por la justicia social, por la independencia económica (que hoy vendría a ser sacar al FMI del país para siempre) y la soberanía política; somos la escuela pública de calidad; un sistema de salud único para todos; somos la Reforma del ’18 y la gratuidad universitaria del ’49; somos la convivencia y la democracia.

Somos Yrigoyen y Perón; Evita y su amigo Moisés Lebensohn; Illia y Mercante; Balbín y el Perón post exilio; Sergio Karakachoff y Carlos Mugica; Alfonsín y Cafiero; Cristina Fernández homenajeando a Alfonsín en vida.

Hoy está en juego la democracia. La vida. La paz. Los derechos conquistados desde la revolución de 1890 hasta ayer nomás. No hay lugar para especulaciones. No hay el más mínimo resquicio para politiquerías chiquititas. Sí, hay radicales y peronistas que apoyan a Milei. Allá ellos. La UCR estuvo con Macri (se equivocó). El peronismo kirchnerista pecó de sectarismo y soberbia (se equivocó). Ahora mismo, todo ello es caja chica, como diría un amigo.

“Milei es un fascista. No debemos hacerle la concesión de decir que es un liberal o un libertario. Que sea antiradical es un mérito. No nos perdonan a los radicales que hayamos sido autores del juicio a las juntas”, dijo Federico Storani, quien en estas horas encabezó las cientos y cientos de firmas de la carta de radicales que dicen a viva voz que votarán a Massa para, precisamente, “defender la convivencia” y “derrotar al odio”.

Sí, en este impensado y más que preocupante contexto, somos la vida, somos la paz, la justicia social, la independencia económica, la soberanía política, la educación y la salud públicas, el trabajo argentino y la industria y la ciencia nacional, la convivencia civilizada. Podemos -debemos- hacerlo. Después, nos volveremos a enrollar en aquellas discusiones maravillosas sobre cuestiones históricas. Pero después, mucho después. Es hora de reparar el Pacto Democrático y esta vez hacerlo de tal manera que nada ni nadie lo pueda volver a poner en riesgo.

Queremos que los sectores populares y la clase media vivan dignamente

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